Sexta
EL DIOS AL QUE QUEREMOS, ANTES QUE EL DIOS EN EL QUE CREEMOS
Admito que quizás fue impulsado por un exacerbado consumismo, que hace muchos años compre un libro de Giovanni Martinetti titulado “¿Porqué creo en Dios?”.
Confieso que era demasiado profundo y complejo para mi joven entender. Pero pasado el tiempo, son ya numerosas las veces en las que he recurrido a su lectura y consulta, y reconozco que es esencial, para toda persona que se pregunta por la existencia de Dios, su realismo y eficiencia sobre nuestras vidas.
Curiosa la literatura que atesoro, pues frente a este libro nombrado, juntamente tengo “La humanización de Dios” de mi amigo y teólogo el Sr. Castillo, e influenciado por estos títulos y la formación a la que recurro; llego a la conclusión atendiendo al evangelio de este Domingo, de que a Dios hay que quererlo antes que creerlo.
Es difícil ver a Dios sobre ninguna base, y mas difícil aun el experimentar su presencia, pues quien no sabe nada de Dios, difícilmente podrá encontrar el camino, aun cuando sabemos y entendemos de la necesidad de Este –Dios- de darse a conocer.
Dios a lo largo de la historia se ha manifestado en muchísimas ocasiones por medio de “teofanías” en las cuales se ha revelado, hasta su última y más efectiva revelación en su hijo Jesús, nuestro hermano. Y puestos todos nuestros anhelos en este Jesús, hoy nos encontramos con el programa de mano de Jesús, en el sermón de la montaña, en cuya primera parte coloca Mateo las bienaventuranzas. Un programa que nos invita a descubrir, a experimentar, a degustar a Jesús que es la revelación de Dios. Para llegados a un punto, en el cual le queramos y le sintamos como parte nuestra que es.
Jesús era un ser humano tan excepcional, que por tener cualidades, sabia interpretar la escritura que en Él se fundamentaba, e incluso sabia utilizar la escritura neotestamentaria para aplicarla actualizada, a la función propagandística del Reinado de Dios, instaurado por Él. Acordaros de aquella auto afirmación que realizó al leer en la sinagoga: “el espíritu santo está sobre mí…”. Hoy la escritura nos presenta a Jesús dándose a las personas, manifestando su objetivo –la gente- e intentando hacer didáctico el mensaje de Dios del cual Él es portador. Para plantear este programa de mano Jesús utiliza una formula contenida en Sirácida (eclesiastico) 25,7-11
“Nueve cosas he meditado en el corazón, que estimo dichosas, y una décima que voy a deciros. "El hombre que se goza en sus hijos, el que contempla en vida la caída de los enemigos". Feliz el que vive con mujer sensata, quien jamás se desliza con su lengua, quien no sirve a hombre inferior a él. Dichoso quien halla la prudencia y quien habla a oídos que le escuchan. ¡Qué grande es el que encuentra la sabiduría! Pero nadie aventaja al que teme al Señor. El temor del Señor sobrepasa a todo. El que lo posee, ¿a quién será comparado?”
Dichosos, bienaventurados, bendecidos, amados…etc seáis los que…
Y Jesús hace didáctico y evolucionado a la época concreta, las bases espirituales que deben adornar a aquellos que deseamos llegar al estado del Reino de Dios. Un estado no delimitado territorialmente, sino un estado de disposición, entrega y generosidad para con aquellos que junto a nosotros, son el objetivo de Dios, las personas, los humanos como humano fue Jesús. Hoy por casualidad –y aunque yo no creo en ella- me encuentro con un poema africano, citado en "Guía de las dificultades de la vida cotidiana" de Pierre Descouvemont; y en el cual se presenta una nueva actualización de las bienaventuranzas, como programa del reino de Dios.
Yo tenía hambre y vosotros fundasteis un club con objetivo humanitario donde discutisteis sobre mi hambre.
Os lo agradezco.
Yo estaba en prisión y vosotros corristeis a la iglesia para rezar por mi liberación.
Os lo agradezco.
Yo estaba desnudo y vosotros discutisteis seriamente sobre las consecuencias morales de mi desnudez.
Os lo agradezco.
Yo estaba enfermo y caísteis de rodillas para agradecer a Dios que os hubiera dado la salud.
Yo no tenía ningún techo y vosotros me hablasteis de las ventajas del amor de Dios.
Parecíais tan piadosos... tan devotos... ¡tan cerca de Dios!
Pero yo... yo tenía hambre. Yo estaba solo, desnudo, enfermo, prisionero y sin techo.
Y... ¡tenía frío!