Caricias de ternura
He visto durante un rato, al papa
Francisco en la ciudad de Asís, la ciudad de San Francisco. Entre los actos
previstos, el papa ha visitado un centro de atención a personas con graves
discapacidades; y las ha saludado una por una junto a sus cuidadores.
Ha sido
un andar pausado. El tiempo no lo ha movido el protocolo, ni el programa
pontificio; el tiempo lo ha marcado la ternura. No era un despachar, para que
se haga la foto y vamos al siguiente; sino que se ha entregado y las imágenes han
sido sobrecogedoras.
Francisco sabe que pisa terreno seráfico, como seráfica es
la ciudad cuyas calles vieron a San Francisco en pleno siglo XII, despojándose de
su ropa, renunciando a la clase noble y besando en las mejillas a un leproso. La
suprema pobreza. Y la suprema revolución de la entrega y del amor.
Al ver hoy a
Francisco tocando a los enfermos, imponiéndoles las manos suavemente mientras
su pensamiento sobrevolaba allende las alturas, acariciándoles la cara a cada
uno de ellos con ternura y sensibilidad; -digo que- he llegado a la conclusión
de que el mundo está necesitado de ternura y de caricias.
Hoy me fijo en el
papa y le pongo de ejemplo, pero igualmente pudiera aquí nombrar a tantos
cooperantes de ONGs internacionales, que por esa misma ternura y sensibilidad,
se dejaron la piel por la humanidad. Los tiempos que vivimos son duros, y si se
es cristiano o musulmán o taoísta, o lo que sea; no debemos de olvidar el valor
de una caricia y el valor de la ternura que acompaña al consuelo.
Por ello,
pienso que debiéramos de acariciarnos más, con ternura y con afecto. Como se
suele decir a los matrimonios de edad, “como si fuera la primera vez”.
Porque aun
a pesar de la edad, del cansancio o de la monotonía; la suavidad de unas manos
sobre la piel de los esposos, el ungüento puesto al enfermo con suavidad y
caricia, el tacto en la mejilla del hijo enojado, el abrazo prieto y eterno de
aquellos que lograron llegar a la reconciliación, esa mano que enjuga la
lágrima de la ausencia y el abandono, ese contacto al preguntar al otro
simplemente –como estas?
Todas estas cosas, nos hacen personas y nos realizan
como personas. Porque nos ponen en la vía de la humanidad. Y si yo, que soy
cristiano, creo que Jesús de Nazaret fue humano antes que nada en el mundo,
humano como tú y como yo; no tengo más remedio que ampliar el efecto de sus
manos transformadoras y hacerlas ternura, amor, caricia.
Dejando de lado la
impronta que siempre nos apabulla, del qué dirán los demás.
¿Por qué no ser
nosotros mismos?
¿Por qué mi Iglesia no deja de lado los protocolos y rituales
que subyugan a la persona, junto a las pastorales legalistas que atemorizan?
¿Por
qué no nos planteamos una pastoral evangelizadora que se base en la ternura y
en las caricias?
Puede que los frutos no sean tan numerosos como los de ahora,
pero es que lo de ahora, no son frutos. Un ejército de jóvenes prestos a
confirmarse, basándose su experiencia cristiana en la pastoral del adoctrinamiento
y del temor, es un simple dato que engordará una estadística; pero es algo que
no sirve para el propósito del Reino de Dios y su justicia.
Hace días me dijo
una madre, que la maestra de religión le ha dicho a su hijo que los
homosexuales van al infierno. Solo pude sonreírme y exclamar: ¡¡pobre maestra!!
¡Ella sí que está perdida!
En fin, Francisco de Asís es ejemplo siempre, y el
papa Francisco es hoy en día un ejemplo revitalizador y ejemplarizante, de
ternura y de entrega.
Aquí lo dejo. Sabiendo algo muy importante, y es que el
día en que dejamos de acariciar y de ser tiernos, nos vamos a la cama con una
asignatura pendiente. Hoy tenemos el ejemplo del papa Francisco y otros miles
de ejemplos hay en el mundo.
¡Seamos nosotros también ejemplo, y seamos tiernos
por amor de Dios!
Paz y bien, en día del seráfico
padre Francisco de Asís.
Florencio Salvador Díaz Fernández.