CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

martes, 10 de agosto de 2010

LIBRO DE FERIA DE ESTEPA 2010. Por necesidad o vocación, costureras

POR NECESIDAD O VOCACIÓN, COSTURERAS

Cuando se profundiza en la historia de nuestra ciudad y se comparan situaciones diversas. Se advierte toda clase de cambios y diversidad de tareas. Pero es cierto que en cada época, la persona se ha afanado en su trabajo, para de una manera u otra, con más o menos dificultades llevar el sustento a casa. Respecto del trabajo femenino, advierto que hoy en día proliferan las peluqueras como las setas en los humedales. Y antes, hace muchos años el empleo en boga para la mujer era -en muchos casos- el de costurera. Corrían tiempos difíciles en los que junto a las reminiscencias de la revolución industrial y la guerra civil, se hizo imprescindible que todos los miembros de las familias acudieran al trabajo, comenzando por el padre y la madre y continuando por los pequeños a la edad de doce años. Aun a pesar de la necesidad, el trabajo de la mujer no era bien visto según se desprende de estas letras siguientes a favor de los derechos de los trabajadores, ya que la cultura machista imperaba por entonces. “hay que dar al obrero un salario justo que sea suficiente para sustentar a su familia […], es un crimen abusar de la edad infantil y de la debilidad de la mujer que en casa debe desarrollar su labor. Por ello es gravísimo que la madre por causa de la escasez del trabajo del padre, se vea forzada a ejercer fuera de las paredes domésticas trabajos productivos…” (Quadragesimo anno 1922).

Aun a pesar de la justificada preocupación de S.S. Pío XI, fueron muchas mujeres las que se vieron obligadas más por obligación que por vocación a ser costureras. Estepa, pueblo artesano y laborioso, siempre ha tenido en su haber grandes costureras, cuya labor ha pasado de maestras a discípulas a lo largo de los años. Por la situación ya nombrada, el sigo pasado fue esencial para el desarrollo de la costurería. A principios de siglo XX, muy nombrada y maestra de maestras fue Concha la Coraje, la cual enseño a María y Conchita la de Juan Manuel, a mi abuela Concha Pérez y a Dolores la de Rosa, que a su vez enseño a Epifanía, mi madre. Concha la Coraje, fue costurera de señoras de medio pelo, a la cuales tomaba medidas y probaba en las casas de las clientas. Junto a estas nombramos a algunas de ellas como las Corberas, Carmelita la de Coleto, Isabel Marchan, Ángeles Marchan, la Callaita y las Trompitas que eran camiseras…etc. Y de caballeros nombramos a Dolorsitas la Floria, Remedios la Patalante, Conchita la Tacona, la Paterná, la Carpichita, Lorenzo Molleja, Asunta la Corretora…etc. El ser costurera era considerado en aquel tiempo como algo a tener en cuenta tanto en la familia como en la sociedad local de entonces. No en balde el refranero popular decía que: “una costurera es una carrerita en la casa de un pobre”. Además como de los pueblos de alrededor venían a que se les cosiera, ser costurera era considerado empleo de cierta clase. Esta consideración ante el pueblo valió para que en carnaval les compusieran la siguiente copla: “Os vamos a referir lo que son las costureras, que de ciento sale una que tenga buena pechera. El otro día una niña veréis lo que le paso. Le saltaron los corchetes, ¡osu que vergüenza lo que se le vio!. Y de pechera llevaba el forro de un pantalón, las sabanas de su madre y mangas de un camisón; una olla y un anafe y el canasto del carbón, y después tuvo un chiquillo y tubo que criarlo con un biberón”.

La confección de ropa de calle por entonces era algo exclusivo de las personas pudientes y las menos pudientes se conformaban con si acaso, un traje al año y una vuelta del revés a un abrigo de buen paño, que probablemente era heredado. La labor fundamental de las costureras era la ropa y prendas de andar por casa como batas y delantales enormes. Para la mujer que cosía en su casa la jornada laboral era permanente y eterna. La jornada en casa ajena era de al menos diez horas en las cuales se podía ganar en aquella época la friolera de cinco duros (25 pesetas), teniendo en cuenta que el pan costaba 24 pesetas. Por ello en casa de mi abuela Concha se compraba pan cada tres días como bien escaso aunque existente. Hubo algunas que por valientes y justificadas por la carestía de entonces, se lanzaron a coser haciendo cortes a paños buenos, manchando telas o entregando ropa sin quitarle los hilvanes ni hilachas. Por ello como hoy, era necesaria la formación. En las casas donde se aprendía este oficio de costureras se requerían unos seis o siete años de formación, durante los cuales la maestra iba encomendando tareas de responsabilidad a las aprendices según avanzaban y se desenvolvían. En torno a la gran mesa de costura se sentaban ocho o diez mujeres entre las cuales se trababa conversación según el tiempo y las circunstancias. Era un gran momento cuando la maestra consideraba oportuno el dejar marchar a una costurera o el mantenerla junto a ella como trabajadora de pleno derecho. Pero aun así, las mesas de las costurerías siempre serían un buen recuerdo, para las que forjaron un futuro para ellas y su gente.

De mujeres grandes está plagado el mundo, y muchas de ellas con hernias de disco y los dedos doloridos puntada a puntada dejándose la vista, consiguieron sentadas en una silla baja de enea sin dejar de trabajar, doloridas las espaldas y atendiendo la casa cuando todos dormían para gozar de una relativa tranquilidad, que en los tiempos dificilísimos no faltaran los alimentos necesarios. Ni magdalenas por pascua ni natillas en los bautizos. Y que los rosquitos y dulces aunque un poco duros, fueran frescos y no supieran a cajón de la cómoda donde eran fieramente administrados. Como digo, grandes mujeres que siendo aprendices, en las mesas camilla de trabajo aprendieron junto a dobladillos, sisas, piqués, fallas y terciopelos gastados, a ser educadas sensatas y responsables para labrarse un futuro. Un futuro que nada sería y nada será, sin la edificación que sobre nuestras vidas ejerce lo mucho que de nuestros antepasados aprendimos y a los cuales debemos nuestra Estepa. Para tantas y tantas mujeres de antes y de ahora, valientes, libres, entregadas y trabajadoras, mi beso y mi reconocimiento. Hasta siempre Concha Pérez, hasta luego mama.

Florencio Salvador Díaz Fernández
Estudiante de Teología Cristiana