Allá por Junio de 2003 mi amigo y
teólogo Rafael González Armenta (Ecija), se planteaba esta reflexión y
preguntas al hilo de la festividad del Corpus Christi:
“[…] en esta semana de abundantes
actos eucarísticos, conciertos, pregones, exposiciones, etc... Yo quisiera
plantear las siguientes preguntas: - ¿No necesita la Iglesia una experiencia
más viva de la Eucaristía, que la que ofrece la liturgia actual? - ¿Es la
liturgia que venimos repitiendo desde siglos la que mejor puede ayudar en estos
tiempos a los creyentes a vivir lo que vivió Jesús, y recapitular para que vivió
y murió?”
Sin lugar a dudas es una
elocuente reflexión si se aborda la eucaristía desde la efectividad de lo que
representa, no solo desde la perspectiva orante, que también. Escribo esto y
también recuerdo al teólogo Estrada –cuyos pasos sigo muy de cerca- que
planteaba la disyuntiva que la cruz representa para el cristiano de hoy, que
bien puede contemplarla desde una visión estática o móvil. Está claro. O la
adoras y punto, o la adoras y reaccionas. ACCIÓN=REACCIÓN. Con la eucaristía
pasa exactamente igual.
La primera procesión de Corpus o
el Corpus en sí mismo, se celebró en la ciudad de Lieja el año 1246 y desde
entonces hasta nuestros días. Creo que es algo que merece la pena celebrarse,
pues las personas tenemos una necesidad imperiosa de mostrar aquello en lo que
creemos y queremos, para manifestarnos y hacer público nuestra fe, creencia o
sentimientos.
La Eucaristía es uno de los
elementos más sagrados que tiene la Iglesia y solo se le puede equiparar en
importancia a la Palabra de Dios, aunque esta última –por desgracia- carece de
la relevancia que tiene el pan eucarístico. Sea como fuere, yo creo. Sí. Creo en
Jesucristo eucaristía. Creo en ese cuerpo que partimos y compartimos para
hacerlo de esa manera fuente fecunda de unas prácticas a las de debiera sumarse
toda persona humana que siga las huellas de Jesús y se considere cristiana.
Fraternidad, respeto, servicio,
paz…etc. Entiendo que todo esto está muy bien, que todos rezamos y somos
buenissimo; pero como dice el refrán “luego llega Juanillo rebajando”.
La cuestión es sencilla. O estamos
o no estamos a la altura. ¿Iremos a la procesión el domingo a compartir el pan
a comprometernos con “ese” “cuerpo” que es revelación de Dios en el propio
cuerpo humano desde donde le debemos servir? ¿O iremos a la procesión a otra
cosa, la que sea? Es una pregunta sencilla con una sencilla respuesta.
Y quien se la conteste mientras
no se empecine en fastidiar al otro, tiene mi respeto y consideración.
Adoremos a Cristo. Sí,
adorémosle. En esa persona desconocida que viene en nuestra ayuda y a la cual
puede que ni siquiera conozcamos.
Adoremos a Cristo, desde la
atención a los desfavorecidos a los necesitados de cariño, ternura y
consideración.
Adoremos a Cristo –y en Él a
María- en tantas mujeres que lo pasan fatal y están sumergidas en una violencia
doméstica de la cual no saben cómo escapar.
Adoremos a Cristo en tantas
personas que sin ser Iglesia hacen humanidad en sus vidas y hacen Reino de
Dios, aun sin saberlo.
Adoremos a Cristo en tantas
personas que se aman y cuyo amor es juzgado, apartado, excluido aun cuando
Jesús no excluyera ni apartara a nadie de su lado, Él solo abrazaba. Adorémosle.
Adoremos a Cristo en la falta de
libertad, en quienes oprimen y utilizan su poder e influencia para mancillar,
escalar y… yo que sé.
Adoremos a Cristo en la Madre
Naturaleza expresión maternal de Dios, agotada herida y exprimida en sus
recursos naturales y animales. Cuidémosla como nuestro padre San Francisco.
Adoremos a Cristo donde queramos,
desde el respeto la consideración a Él y al prójimo. Adorémosle.
Fraternalmente, Floren.