Querida tita, ¿qué te digo?
Llevar a mi mente tu casa de calle Hortelanos, es rememorar
aquella olla enorme de cocido que se preparaba para tanta gente y el “sopón” de
pan que me sacabas antes de tiempo cuando me veías “enmallaito” siendo muy
chico.
Pensar en tu casa es revivir una casa llena de gente, con mucho ajetreo
de personas mayores, jóvenes y pequeñas. Pienso en tu casa y recuerdo aquello
que me contabais tu y el tito; cuando señalaba las ollas de porcelana colgadas
del patio sembradas con marbellones y a las que yo decía “el pema” (que quema).
Pensar en tu casa es revivir aquellas siestas de agosto fresquito, mientras mi
madre taconeaba en la feria. “Este niño no es de feria le decías al tito”, y
bien que no os equivocasteis.
Recordar tu casa es recordar la losa del pasillo
de arriba que sonaba cuando íbamos a hacer pipi de noche y de puntillas para no
despertar a tus cuñadas las “carmelas” que dormían como troncos y a las cuales
solo se les podía despertar con una banda de música.
Recordar tu casa es
recordar el fresco patio con enormes montefilios y a la querida Conce “la
apargata” con su enorme mandil cortando cintas sentada en el suelo. El sabor de
tus tortillas del domingo doradas como un retablo, cuando almorzábamos los tres
juntos y los postres del tito José María. En verano la enorme fuente de duralex
llena de gazpacho clarito que tenía que cundir para tanta gente y que nos sabia
a gloria. La tonga de papas fritas con mucha sal y ardiendo que se ponía en el
plato el tito.
El domingo que comimos calamares fritos y el tito compró tantos
que por poco se salen por el “rebate” de la casa. Las largas conversaciones
entre los tres y la enorme confianza que tu y yo tuvimos contándonoslo todo,
pero todo todo llegando a ser confidentes.
Ha sido toda una vida en la que estando más cerca o más
lejos, siempre hemos estado y siempre nos hemos querido. Recordar tu casa es
recordar muchas vivencias, pero lo mejor fuiste tú. Eres una de las mujeres de
mi vida, que junto a mi madre, la abuela Remedios y la tita Mari Carmen; habéis
influido en mi alma y en mi ser. Eres y lo serás, tía Epifania.
Te llevas al
cielo una parte de mi corazón, pero no solo por eso te amaré. Te quiero porque
me quisiste mucho. Porque en tu casa hay
desde siempre un Floren grande –que es tu hijo- y un Floren chico –que soy
yo-. Te quiero porque siempre sentí tu cariño y la bondad de un corazón cuya
vida solo se ha preocupado de servir a los demás. Cuidaste hasta la muerte a
titos, cuñadas, la prima Elisa –a la cual siendo chico te ayudaba a curar sus
heridas-, cuidaste al tito al cual amabas como a nadie en el mundo y quisiste
hasta el extremo a tus hijos, nietos y bisnietos.
A todos.
Había una premisa en
tu vida como buena matriarca: “que nadie toque a los míos”. Y era así. Gracias
por tu sonrisa. Siempre me encantó hacerte reír y que te rieras con ganas y si
estaba tu hijo Floren en el café, entonces apaga y vámonos.
Este domingo y otras muchas veces te dije que te quiero y no
te visité todas las veces que debí. Pero eso no es una deuda que tenga contigo,
pues solo nos bastaba llamarnos por teléfono.
Gracias tita, por ser y estar en mi vida. Defensora de la
libertad mía y de la de todas las personas que luchamos por nuestros derechos. Amante
de los suyos, de manos bendecidas y siendo una pequeña mujer, de un corazón QUE
NO TE CABIA EN EL PECHO.
Tu memoria me acompañará hasta que muera. No te pude querer
más y no dejaré nunca de quererte. El domingo te di muchos besos y ahora te los
lanzaré a la Lusitania celestial, paraíso de Florencitos como dice mi hermano
José Mª.
Te mereces un cielo de paz para ti sola. Hasta siempre
querida tía Epifania.
Siempre tuyo, tu Floren chico.