“[…]hoy la entendemos como comunidad de creyentes que se reúnen en asamblea y se dispersan en misión para vivir y testimoniar la vida cristiana.” (Casiano Floristán)
Antes que nada, despejemos la duda sobre las definiciones del titulo. Aspersión: esparcir o rociar. Inmersión: acción de introducir o introducirse en un ambiente determinado. (R.A.E.)
Hace unas semanas pude asistir a la conferencia inaugural de la Escuela de Teología de Écija, de la que formo parte. Un joven y afable sacerdote recién llegado a la ciudad de Écija, fue en encargado de impartirla y el tema de la misma fue “La Parroquia”. Sin lugar a dudas aseguro que fue muy interesante, sobre todo para un servidor que ha leído profusamente al añorado Casiano Floristán, concretamente el estudio que sobre la parroquia, realizo en su diccionario de Pastoral editado en San Pablo. Y es que el sacerdote ponente se refirió en varias ocasiones al teólogo Casiano, así como a la apuesta que este realiza sobre la posible teología de la parroquia y la aplicación de las conclusiones del Vaticano II respecto de la parroquia de hoy en día.
Benedicto XVI nos advierte que en la parroquia -territorialmente definida- se centra todo el grueso de la pastoral de la comunidad cristiana, “la parroquia esta llamada a ser cada vez más, signo e instrumento de actuación”. Advierte de la significación de la parroquia en los barrios de ciudades o pueblos, en los cuales por sus dimensiones y singularidades la parroquia es la “casa de las casas”, ya que está edificada en medio de ellas. Por ello, varios planes pastorales entre los que se encuentra el de nuestra archidiócesis de Sevilla, se centran en el titulo “La Parroquia, casa de la familia cristiana”. Otrora tiempos pasados, sabemos que la creación de la parroquia y su terminología radica más en la reunión de personas bajo cualquier circunstancia que en el aspecto únicamente religioso, aunque terminó por denominarse parroquia exclusivamente a la comunidad cristiana de un lugar concreto. El sacerdote, antiguamente era habilitado por el obispo para la cura de almas, y llevar a los fieles a la salvación, sea cual fuere el método a utilizar.
Pero, vueltos al siglo XXI en el que nos encontramos, y con los pies puestos en el suelo, responsablemente podemos hacer varias lecturas de lo que es y debe ser para cada uno la parroquia. Dejo claro que admito que esto no es un plato que se escoge a la carta, pues cada comunidad tiene su idiosincrasia, sus peros y sus contras. Quizás uno de los denominadores comunes de cada parroquia, es el gran esfuerzo que pastoralmente se realiza para llenar el templo o congregar en sí misma a un considerable número de personas. Repito, congregar en sí misma.
Congelamos esta frase y analizamos las características sociales de nuestros barrios en la actualidad, y nos podemos preguntar el porqué del desinterés de las personas en acudir voluntariamente a la parroquia. Los sacerdotes en gran medida, quizás por el peso del nombramiento están exentos de oír las expresiones cotidianas de las personas, que generalmente utilizan para referirse al concepto que tienen de la iglesia. Es real y doloroso en muchos casos y es lamentable en otros, pues igualmente se habla en casos sin un necesario conocimiento de causa. Pero sí existe el detonante de que por todos lados se espera un aparecer de los notables de la comunidad parroquial por los cabos de los barrios. Puedo decir aquí que se añora la época en la que el cura y responsables de la pastoral, caminaban junto a la gente.
Para muchas familias que viven a una distancia considerable de la parroquia, les supone un trastorno una vez en semana ir con el niño a catequesis. Otra vez en semana llevarle a misa y si es tiempo litúrgico fuerte, el acudir nuevamente a la iglesia a tal o cual celebración. ¿Comodidad innecesaria o pereza?. Cada cual tiene su razón, pero debemos preguntarnos nuevamente si esta absoluta centralización de la pastoral en el templo parroquial –con la soterrada intención de llenar el templo-, no lleva consigo el dejar de lado sectores de nuestros barrios que necesitan que se les lleve la palabra o se actúe cerca de sus vidas. Por ello lo de la inmersión. En muchos sentidos veo a nuestra iglesia demasiado afanada en la supervivencia más que en la expansión, cueste lo que cueste o cueste lo que le cueste. Digamos que actuara cual submarino que por su periscopio, mira hacia un lado y a otro, y por si las aguas estuvieran agitadas baja hasta las profundidades donde se encuentra su propia seguridad.
Desde esta perspectiva eclesial de la inmersión a la que me refiero, considero erróneo el principio de obligatoriedad, para hacer que las personas acudan a la iglesia. Me explico. Todo sacerdote, catequista o persona que desarrolle una vocación cristiana –yo incluido-, en alguna ocasión ha criticado el sentido mercantilizado y consumista de que se ha dotado al sacramento de la eucaristía o primera comunión. Pero quizás, la iglesia igualmente ha colaborado en esta dotación sacramental tan peculiar, al montarse en el carro de exceder la importancia del sacramento respecto de otros, y por el abusivo interés de los padres y familiares, obligar a estos a realizar actividades determinadas. Para los niños funciona la pedagogía de la obligatoriedad para crear hábito, pero esto es obsoleto en el caso de los demás miembros de la familia.
¿A cuantos actos parroquiales acuden los miembros de la comunidad con un sentido puramente voluntario, exonerando bodas y entierros?. No podemos olvidar que “la parroquia es comunidad de fieles […] no por la decisión de la familia, la costumbre o el sentido de la obligatoriedad”(C.F). Lejos de esto, hay que presentar atractivamente el mensaje evangélico, para que todos los miembros de la sociedad libremente lo tomen o lo dejen. Sobre todo aquellos jóvenes a los que la iglesia no les dice absolutamente nada al oído.
¡La gente que asistió!, manifiesta cualquiera ante un aforo completo y regocijándose del nivel de convocatoria. ¿Quién se pregunta por la calidad de los asistentes?. Entiéndaseme calidad respecto de la intención personal por el acto, lejos de mi calibrar la dignidad humana. Acaso, ¿no sería mejor, mantener una actitud de expansión dejando de lado cifras de asistencia deslumbrantes, huir de sensacionalismos y dar vida parroquial a esa otras vidas que viven lejos de la parroquia, y que ante esta se encuentran inamovibles?. Esto sería principio para la pastoral de aspersión. Una aspersión que llevara la actividad pastoral a iglesias filiales, casas de hermandad o locales y casas de personas particulares que situadas en la periferia de los barrios o núcleos concretos, verían –valga el termino- una pequeña sucursal de la parroquia que extiende sus brazos hasta la misma casa de la familia concreta. Una pastoral que se implique activamente en la vida de los otros, disponiendo cualquier medio para llegarse a testimoniar un cristianismo de actuación, responsable y humano, que lleve a los que nos desconocen a decir como aquellos de Antioquia: “mirad como se quieren los cristianos”.
No me considero pesimista, pero creo que el futuro de la iglesia radica en el pueblo y en las pequeñas comunidades de cristianos que se reúnen para celebrar y poner cosas en común. El redentorista Prudencio López Arróniz, escribió en este sentido en su libro “Es la hora de la experiencia de Dios”. El Padre Arróniz manifiesta en él, que generalmente los cristianos seguimos acudiendo a la iglesia sin llegarnos a tener una autentica experiencia de Dios. Lejos de esto, más bien acudimos por un sentido cultual o cultural. Digamos por una expresión únicamente ritual de la manifestación de la fe, dejando de lado la experiencia interior sin la cual el rito carece de sentido. Experiencia que llegará, cuando la comunidad, por circunstancias concretas y actuales se reduzca hasta una pequeña presencia cristiana, que por ser reducida será más íntima y más significativa, mas urbana, menos jerarquizada y más experimentadora de todas las posibilidades de Dios.
Por ello mismo quizás la iglesia desde los que somos miembros de ella, antes que esperar con, debemos de esperar en…; y mantener los oídos abiertos pues otros con sus testimonios nos llevan a buen seguro la delantera. No puedo estar mas en desacuerdo con nuestro actual papa respecto de la máxima de que «La Iglesia católica es la única que puede interpretar la Biblia». Lejos de esto, creo que de la misma manera que nuestra vida cristiana es el único evangelio que mucha gente leerá, igualmente hay otros que son legión, y que con sus vidas nos enseñan cada día de lo que es una interpretación de la sagrada Palabra, hecha humanidad y hecha amor. Colaboremos pues a este sentido de la autenticidad. Así sea.
Laus Deo.