La Transfiguración del Señor. Domingo
6 Agosto
La fiesta de la transfiguración
de Señor es una más de las experiencias del resucitado que tuvieron los contemporáneos
de Jesús. Las connotaciones de esta experiencia son formidables, en cuanto a
que, desde el idílico lugar en el que sucede, contando con la asistencia de
Moisés y Elias (profetas representantes del sacerdocio y la ley), la de los
apóstoles y la voz del Padre que se manifiesta; hacen de este episodio de la
vida de Jesús, quizás no un relato para creer a pies juntillas; pero si una
hermosa alegoría sobre la que reflexionar y orar. Yo considero que el centro de
este evangelio de Mateo (17,1-9) radica en la propia experiencia de Dios
(Padre, Hijo y Espíritu).
La primera lectura de Daniel nos muestra una de esas
experiencias que solemos llamar Teofanías (manifestaciones de Dios), contada al
más puro estilo épico del momento en el que se vivió. Dios es considerado algo
tremendo, formidable, temible, grandilocuente…etc.
Pero el evangelio nos
muestra la otra cara de Dios, desde luego contextualizada por los hagiógrafos
del momento. Mateo nos muestra un Jesús humano que se hace acompañar.
Desea mostrar
a sus amigos la capacidad para buscar y asumir la Presencia de Dios. Y esta
experiencia a la que se presta Jesús, para deleite de sus discípulos y amigos,
es adornada con la presencia de Moisés y Elias, que están colocados ahí
precisamente para testimoniar la conexión entre la antigua y la nueva economía
de la salvación.
Antes, en época de Jesús y ahora, es posible la experiencia de
Dios. Es posible y deseable. Dios se nos muestra en la magnificencia, en la
quietud y en la crueldad de un mundo que reclama manos para trabajar y
testimoniar. “Este es mi Hijo, escuchadle”, dice Dios desde la nube. ¡Si fuera
tan fácil! Podemos decir. Pues no, fácil no es, pues al optar por algo hay que
dejar cosas por el camino. Pero siempre se ganará en cuanto a la satisfacción
del deber bien hecho y el testimonio realizado.
Por ello, busquemos el rostro
del resucitado. Escuchemos y descifremos en el mundo y entre nuestros hermanos
la voz de Dios, de la cual nos dice Pedro (1,16-19): “hacéis muy bien en
prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que
despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones”.
Nunca es tarde para
optar por Jesús y su Palabra de Vida. Nunca es tarde para decidirse por el
Reino de Dios (Salmo 96). Nunca es tarde para ayudar a transfigurar este mundo,
en paz y fraternidad.
Fraternalmente, Floren.
Lecturas en: http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2017-08-06