Un saludo a todos/as y feliz día.
“Vivir en los corazones que dejamos tras nosotros, eso no es morir” (Thomas Campbell) El otro día cuando hacía deporte con la bici, me vino a la cabeza unos datos curiosos de esos que dan los medios de comunicación, cuando no existen noticias relevantes y tiran de estadísticas o efemérides. Decía que España envejece con gran rapidez y en el año 2050 será el tercer país más viejo de la OCDE. Informaba que en esta fecha un 35% de sus habitantes seremos mayores de 65 años, según la estadística consultada. ¡Vamos que España será en el 2050 el tercer país más viejo de una larga lista de treinta estados!. Al menos nos puede quedar el consuelo de que son datos que los gobiernos admiten, y realizan políticas que palian la atención a los mayores de la sociedad. Aunque desde luego para los de a pié todo es poco. Al uso del comienzo yo en mi transitar sobre ruedas pensaba sobre esto y contaba los niños y los ancianos que veía, y la verdad es que entre el traqueteo de las bandas reductoras de velocidad del camino de Roya y los rigores del trafico, pues se me iba el sermón. Pero mi sermón no estaba perdido, porque aquel pensamiento de los mayores hizo eco en mi cabeza, ya que por las fechas estaba en casa mi anciana abuela materna. Y desde luego serán muchos y muchas las que sentirán estas palabras suyas al hablar de alguna persona mayor que dependiente y en su totalidad, vive con nosotros en casa. La vida no pasa en balde, y por ello el cuerpo humano se deteriora y degenera hasta poder llegar a convertirnos en una rara estampa de lo que fuimos. Esto se dice a quien no lo pasa y puede que la persona amiga se haga eco de tu sentir y el de tu familia. Un ánimo, un abrazo, un tortazo en la espalda para infundir fuerza, un ¡llámame si te hace falta algo!...etc. Todo bondad y buenas intenciones de parte de quienes sienten reciproca la amistad y el cariño. Pero cuando llegas a casa eres consciente de que aquello es tuyo y de tu familia. Sabes que a cada persona hay que ponerla en su sitio, y por esa humana y moral convicción estás dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para dignificar la vida de la persona mayor que vive en tu casa. Se tienen facilidades y por parte de la administración pública de ofrece una amplia carta de disposiciones que aunque sea a costa de meses de papeleo e infinidad de visitas al “Niño Anselmo”, pueden merecer la pena. Pero uno siente esa disposición gubernamental y ve como los ancianitos son paseados por la avenida para que les dé el sol y el aire, y como se incentivan la construcción de residencias y centros de día, y como de perfila la ley de la Dependencia para utilizarla como arma afectiva contra las desatenciones a los mayores. Pero mientras todo esto se perfecciona, a los de casa nos toca atender al enfermo con las manos y los medios de los que disponemos. ¡No siempre serán los mejores!, pero serán los que se utilizan desde la capacidad que dicta el corazón. Y es que al ver a mi anciana abuela en casa y en las circunstancias físicas en las que estaba, a uno se le rompe el alma al comprobar cómo se le va la vida a una persona, sin que por tu parte puedas hacer casi nada más que lavarla y atenderla. Todos los ángeles de la noche que durante su última y penosa etapa la han atendido en casa, lo hicieron poniendo su corazón en las manos. Y con aquellas manos que ella dio a luz, se le lavo, se le enjugo, se le alimentó y se le beso. Todo con sumo cuidado, todo con miras a preservar su salud y su seguridad. Abordando cosas tan penosas como tener que limitar sus movimientos por miedo a caídas e infortunios, que a esas edades son terriblemente dolorosas. Y un día y otro día, y una noche y otra noche…etc. Y la verdad es que siempre el cuidador o cuidadora no tiene ganas de sonreír. Se pierde la paciencia, decae la alegría, se asume la desesperanza y cunde la lágrima y el desanimo. Un ¡ay Dios acuérdate de ella porque esto no es vida!, y un día y otro día y cuando miras el almanaque o celebras un bautizo en familia, caes en la cuenta de que han pasado seis años o mas aun. Que dura es la vida, y a la vez que magnifica. Digo magnifica porque en ella y al presentarse estas pruebas duras, la persona demuestra en muchos casos lo mucho que es capaz de dar de sí. Se pierde asta en sentido del asco cuando atiendes las necesidades humanas de aquello que es tuyo, porque te parió o te crió. Te aflora de nuevo un amplio sentido maternal porque por intuición tienes que casi adivinar la necesidad de la enferma. Y al ver que la vida se va, te entran ganas de abrazarla fuertemente y sin romperla, porque sabes que queda poco de aquella vida que todos hemos recibido de ella. Yo por mi parte admito que nunca pensé que las arrugas pudieran tener tanta belleza. Nunca imaginé la tersura de la piel a lo largo de casi un siglo de existencia. Nunca creí que fuera capaz de dar tantos besos a una persona. No se los que fueron, puede que mil. Pero en cada momento y a pesar de que la senilidad se apoderó de su mente, ante la cara de su nieto difícilmente se incorporaba y me daba un sonoro beso en la mejilla. Por ello me enorgullezco al pensar que mi abuela no perdió la sensibilidad con las personas que la queremos. La queremos sí, y lo digo en presente porque tardarán bastantes años hasta que sea olvidada y deje de ser querida. Puede que esto último no suceda jamás. Porque cuando es tanto el roce, cuando es tanta la vida, cuando es tanto el servicio que nos ha dado y tantísimo el cariño ofrecido y los arroces en amarillo cocinados; nunca se tiene suficiente tiempo para dejar de querer y dejar de recordar. Lo que dejamos en el cementerio tiene poco sentido. Lo que nos queda en el corazón es la esencia misma de Remedios Reina, la del Horno de Carmen Luque. Una gran mujer digna de ser amada y querida. Dejad que brame el mar y el estruendo de las olas, dejad que suene el viento y arrecie contra nuestra casa; por muy fuerte que todo esto sea, aun es más fuerte tu recuerdo y tus amores. Todos los que te profesé y dedique. Aquellos mil besos que junto a tus hijas y nietos te di… solamente tengo la dicha de saber que los recibiste de buen grado. ¡Nunca morirás en mi alma!, ¡siempre vivirás en mis entrañas, porque te quise como a muy pocas personas en el mundo! ¡Un eterno beso de, tu Florencio!