Jesús en conserva, como el
atún
Desde
la pequeñez de mi cristianismo, admito que el papa Francisco no deja de
sorprenderme. Hoy leo un titular suyo en el que le dice a los miembros de
acción católica y a todos los cristianos del mundo: “Hay que dejar las puertas
abiertas de las parroquias, al menos para que salga Jesús".
La frase como
todo lo que dice o hace Francisco, tiene su aquel. Es determinante y desde
luego aunque puedan ser variadas las interpretaciones, esta afirmación del papa
da por hecho que Jesús hay que llevarlo y hay que dejarlo llevar; y que
guardarlo para sí y como si lo tuviéramos en conserva, no tiene sentido o tiene
poco sentido, si se reduce la pastoral al perímetro del inmueble parroquial y
sus aledaños.
Todo esto me lleva a pensar en la tan necesaria descentralización de las parroquias.
Aviso para navegantes. Esta afirmación –en negrita- suele suscitar incomodidad
respecto de aquellos que ven en este planteamiento un atentado contra la
autoridad presbiteral. La autoridad determinante de la que hacen uso los curas
en las parroquias es algo más que contraproducente para la iglesia, pero ese es
otro tema. Volviendo a la descentralización de las parroquias, recuerdo hace
años que opiné al respecto de este planteamiento tan poco compartido por la
mayoría de los párrocos, y sobre todo por los jóvenes curas recién salidos de
los seminarios.
Estas personas, salen de sus centros de formación con una
deformación religiosa instala en su intelecto; la inamovible determinación de
que la relación de cada persona individual con Dios pasa necesariamente por
ellos. Nada más lejos de la realidad. Recuerdo al anterior papa cuando escribió
que: “No hay prioridad más grande que ésta: abrir de nuevo al hombre –y a la
mujer- de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para
que tengamos vida abundante” (Benedicto
XVI, VD 2); es más que oportuna para denotar la innata vocación a la que es
llamada la Iglesia de Jesucristo, desde su colectividad.
Lo que me inquieta es
si precisamente nuestra iglesia, está descifrando correctamente los signos de
los tiempos y se deja imbuir del mismo Espíritu qua anima a Francisco, para
alcanzar esa iluminación que le predisponga a indicar a otros cual es el camino
oportuno o determinado para acceder a Dios y lo que entendemos por voluntad de
Este. Con motivo de la semana santa he leído atentamente muchas cosas relativas
a la pastoral, algunas de ellas escritas por laicos comprometidos. Bien por
ellos y por su compromiso.
Pero tengamos en cuenta que Pastoral no es algo
estático en la iglesia, ni es algo relativo al estrato eclesiástico y jerárquico,
pues el peor pastor es el que confunde la evangelización con la gobernabilidad.
La pastoral es “eclesial”, relativa a la comunidad y por ello no solo está en
movimiento, sino que está viva pues reside por sí misma en cada una de las
personas que pueden sentir la necesidad de anunciar a Cristo desde su vida,
privada o comunitaria. Lo que he leído de pastoral en publicaciones locales me
inquieta un poco porque define ampliamente un “concepto de pastoreo –rebaño-“
que sinuosamente conduce en la mayoría de los casos a que el trabajo duro se
les da a los laicos, mientras que la programación, evaluación…etc, es cosa de
uno o se les da a las personas listo para ser degustado.
Lamentablemente estas
deficiencias que yo aprecio son insalvables en muchos casos, mientras la labor
misionera de la Iglesia este erradicada en la pastoral de la obligatoriedad sacramental
y burocrática. La iglesia es su gente, la gente de los pueblos y de las
comunidades –no solo los que siempre están o cumplen y comulgan-, y en muchos
casos considero que Jesús de Nazaret nos invita a poner pies en polvorosa y
caminar al fin y al cabo.
Quizás alejarnos de lo siempre conocido y
aventurarnos a brujulear por los caminos de la fe y la vida. Caminar como
aquellos de Emaús, que se alejaban de Jerusalén. No está puesta Jerusalén en el
evangelio por casualidad, no.
El evangelista nos anima a marchar, a dejar de
lado lo institucional si este ámbito ahoga nuestras posibilidades expansivas de
evangelizar. Emaús nos anima en primer lugar a caminar y conocernos a nosotros
mismos, aceptándonos de corazón como obra de Dios, pues “somos lo que somos
ante Dios”. Por ese sendero encontraremos personas sencillas, corrientes.
Personas
que no se dedican a la adulación mediática que tanto lastra la sinceridad, sino
que viven y se relacionan con normalidad con sus luces y sus sombras. Hay que
resucitar ahí precisamente, sea cual sea el medio que nos rodea. Con cada uno
de ellos y ellas. Junto a sus vidas y sus costumbres, sus ídolos, sus temores y
alegrías, sus grandezas y miserias.
Esa es la humanidad y ahí esta el Señor.
Una humanidad que tras
vivirla nos anima a comer, y ahí también está el maestro, en ese alimento
vivido y compartido. Serán naranjas, pan de molde o de hogaza, un vino tinto,
un sorbo de agua compartido entre ciclistas, unas cañas, un abrazo “apretao”. Caminemos
pues, y sobre todo dejemos la puerta abierta. Quién sabe, quizás algún día
dejamos de tener guardadito y en conserva al Señor. Feliz
tarde.
Atte,
y desde la ya calurosa Andalucía. Floren.