“Los cielos son mi trono y la tierra la alfombra de mis
pies. Pues ¿Qué casa me vais a edificar o qué lugar de reposo […]?” Is 66,1
Con
el evangelio de Mt 28,16-20, la liturgia celebra el domingo de la Ascensión del
Señor. Por cierto un texto que precisamente no cuenta la ascensión en sí misma,
sino unas palabras de despedida del Señor a sus once discípulos en las cuales
les manifiesta el sentido de la misión universal. De todas formas la Ascensión
tiene desde antiguo un lugar destacado en la creencia cristiana, pues es la
máxima exaltación del Señor junto al episodio de la transfiguración.
"Ascender es llegar a la plenitud del cumplimiento, habiendo dejado un reguero de vida testimonial al servicio de la Palabra, al servicio de aquellos a los que Jesús amaba con más consideración, los desfavorecidos y desestimados, los embaucados por las falsas teorías religiosas que oprimen y los traicionados por ideales que destruyen la realidad concreta de todo hombre y mujer en este mundo"
Hoy por
hoy, nos puede valer la máxima incuestionable de nuestra fe de que “Dios es
nuestro Padre, y Jesús resucitado es su hijo”. Pero tenemos un ordenamiento
psicológico y una educada costumbre cultural heredada del pueblo judío, que
establece claramente un orden respecto de los espacios terrenales o celestiales
en los que viven las personas y Dios respetivamente.
Infierno, tierra, cielo
–gloria-. Allí en la gloria esta Cristo el Señor, sentado a la diestra de Dios
a su derecha, en el lugar más digno.
“Subió al cielo y está a la derecha de Dios, y a quien han quedado
sujetos los ángeles y demás seres espirituales que tienen autoridad y poder”
(1Pe 3,22).
Sin lugar a dudas los evangelios sinópticos están completamente
influenciados por la escatología antigua, que enseña fundamentalmente el pueblo
judío y en esto el evangelio de Mateo es un buen exponente. Desde siempre se ha
creído en la posibilidad de una interconexión entre el cielo y la tierra. “Y
tuvo un sueño, en el que veía una escalera que estaba apoyada en la tierra y
llegaba hasta el cielo, y por ella subían y bajaban los ángeles de Dios” (Gn
28,12). En el A.T.
Dios desciende en numerosas ocasiones en su camino a la
tierra (Ex19,11.Miq1,3.Sal144,5), y establece las nubes como su vehículo de
transporte (Núm 11,25). Desciende el Espíritu Santo (Is32,15.1Pe1,12), y
desciende y asciende la Palabra de Dios como exponente máximo de lo que para un
cristiano de hoy significa, o puede significar la ascensión del Señor. “Como la
lluvia y la nieve bajan del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la
tierra, la fecundan y la hacen germinar, y producen la semilla para sembrar y
el pan para comer; así también la palabra que sale de mis labios no vuelve a mí
sin producir efecto, y sin hacer aquello para lo que la envié” (Is 55,10-11).
No perdamos de vista que se exalta aquello que merece un reconocimiento
especial, aquello que ha sido autentico y quizás fructífero. Ya la más antigua
tradición coloca a Jesús ascendiendo al cielo, como máximo exponente de lo que
supone ser un cumplidor fiel y solicito de la misma Palabra de Dios, de su
voluntad por incomprensible que nos resulte en ocasiones.
Ascender es llegar a
la plenitud del cumplimiento, habiendo dejado un reguero de vida testimonial al
servicio de la Palabra, al servicio de aquellos a los que Jesús amaba con más
consideración, los desfavorecidos y desestimados, los embaucados por las falsas
teorías religiosas y los traicionados por ideales que destruyen la realidad
concreta de todo hombre y mujer en este mundo.
Creo que la ascensión nos llama
precisamente a ser ese nexo de unión entre cielo y tierra. Y este llamamiento
interpela a cristianos y no cristianos cuya causa de vida es la humanidad, la gente.
De nosotros depende que no exista barrera alguna entre cielo y tierra. Como aquella barrera simbólica de acceso al Señor situada en el templo, que estableció Ex 26,31 en forma de velo y que nadie podía traspasar. Una barrera que Cristo mismo rompió con su muerte Mt 27,51 rasgando de arriba abajo y liberando la relación entre Dios y la persona sin intermediarios de ningún tipo o clase.
Pues sigamos colaborando con Jesús para eliminar infierno y abismo, considerando estos últimos como la causa de la desatención a las personas, la exclusión de las mismas y la aborrecible acepción de personas que se hace en muchos sitios tanto por sexo, raza o condición social. Sinceramente, no me importa si el Señor ascendió o se quedó donde fuera.
De nosotros depende que no exista barrera alguna entre cielo y tierra. Como aquella barrera simbólica de acceso al Señor situada en el templo, que estableció Ex 26,31 en forma de velo y que nadie podía traspasar. Una barrera que Cristo mismo rompió con su muerte Mt 27,51 rasgando de arriba abajo y liberando la relación entre Dios y la persona sin intermediarios de ningún tipo o clase.
Pues sigamos colaborando con Jesús para eliminar infierno y abismo, considerando estos últimos como la causa de la desatención a las personas, la exclusión de las mismas y la aborrecible acepción de personas que se hace en muchos sitios tanto por sexo, raza o condición social. Sinceramente, no me importa si el Señor ascendió o se quedó donde fuera.
Yo lo considero digno de lo más grande y de la gloria más plena.
Pero quiero creer y creo, que precisamente esa gloria es la que él mismo nos
ofrece a todos, sin barreras de ningún tipo. Asumiendo que somos sus manos y
sus pies, y por ello debemos dar vida y gloria aquí en la tierra, a todos
aquellos que viven en su vida un puro infierno. Para estos no habrá ascensión,
ni reconocimiento personal ni mundial.
Pero nos tendrán a nosotros y verán en
nuestro abrazo el abrazo del padre que les quiere sin medida, y sin preguntarle
de donde vienen, a donde van, o a quien aman y de qué manera. Jesús ascendiendo
al cielo es un llamamiento hoy día, para devolver a la humanidad su pleno
sentido y realización.
En la persona, en su vida y en el reconocimiento de su
dignidad. ¿Ascendemos?
Floren Salvador Díaz Fernández