CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

lunes, 28 de diciembre de 2015

¿NAVIDAD PARA LOS POBRES?- PEDRO CASALDÁLIGA - DÍA DE LOS SANTOS INOCENTES

De la oración de hoy, en memoria de los santos inocentes, que siguen siendo víctimas de tantas decisiones injustas.
Todavía "no hay lugar para ellos"

ni en Belén ni en Lampedusa.
¿Navidad es un sarcasmo?
"Si tu Reino no es de este mundo",
¿qué vienes a hacer aquí
subversivo, aguafiestas?
Para ser el Dios-con-nosotros
has de serlo en la impotencia,
con los pobres de la Tierra,
así, pequeño, así,
desnudo de toda gloria,
sin más poder que el fracaso,
sin más lugar que la muerte,
pero sabiendo que el Reino
es el sueño de tu Padre,
y también es nuestro sueño.
Todavía hay Navidad,
en la Paz de la Esperanza,
en la vida compartida,
en la lucha solidaria,
¡Reino adentro, Reino adentro!

(Pedro Casaldáliga)

domingo, 27 de diciembre de 2015

DÍA DE LAS SAGRADAS FAMILIAS

Hoy es el día de la Sagrada Familia, y en el ejemplo de José y María, padres del niño Jesús; admiro a todas las familias y todos los hogares -creyentes y no creyentes- que se afanan por vivir y educar en respeto y valores cívicos y humanos.

Aquellos hogares y familias conformados por una mama y un papá, o dos mamas, o dos papás, o solo una mama, o solo un papá, o un papá y una mama que no es mama de verdad pero quiere como una mama y a la inversa, e incluso las familias donde no hay ni papá ni mama, sino abuelos -o cuidadores- que hacen las veces de papás y mamas. Incluso quiero tener presente aquí a todas las familias de acogida, que siendo familia de prestado, aman y cuidan y quieren hasta el extremo.


Pues eso es la familia. ¡¡basta de estructuras cerradas que empobrecen la vida y la perspectiva humana!!


Quien se quiera quedar con un solo modelo -el llamado tradicional- pues todo para él, pero que deje vivir. Así de sencillo.


Pero creo que la diversidad es riqueza, y mientras haya amor, cariño, respeto y sensibilidad; los hijos, la pareja o la persona individual, pueden florecer hasta dar excelentes frutos. Y por ello, doy gracias a Dios al termino de este día.


Así que feliz día de las familias.

viernes, 25 de diciembre de 2015

UN REGALO DE REYES INESPERADO - CUENTO DE NAVIDAD

Respiro profundamente, como si le costara, y tras atarse el cordón de la bota se levantó con el peso que llevaba a la espalda. Miro el sendero con la desconfianza del que sabe que ese y no otro es su destino; y así volvió a caminar. Un páramo se extendía ante él, sorteado por lo que parecía un gran arroyo o un pequeño río, el caso es que siguió caminando. Sus pensamientos estaban esta mañana un poco más sosegados, puede que por causa del caminar durante catorce días consecutivos sin tregua alguna. 

Durante los pasados días o la mayor parte de ellos, lo que Alejandro hizo fue culparse así mismo por su situación particular y por el ambiente enrarecido que había creado en torno suyo. Hoy estaba mejor, aunque su mente le seguía jugando malas pasadas al llevarle al origen del problema. 
Que por cierto, Cecilia –su amiga del alma- le advirtió que lo que él llamaba malas pasadas de la mente, sería en definitiva lo que le ayudaría a reconocer su realidad y ponerle remedio, si es que eso era lo que deseaba. Por eso mismo Cecilia y su pareja Izaskun, le insistieron tanto a Alejandro para que hiciera el camino de Santiago; pues le vieron semanas atrás bastante superado por las circunstancias de su vida. 
Ellas le conocían muy bien pues Alejandro y Cecilia eran amigos desde E.G.B., o lo que hoy día es primaria. El caso es que aquella amistad para Alejandro se tornó devoción hacia “su Cecilia”, como cariñosamente le llamaba. Hasta que llegados a los diecisiete años él le pidió a su amiga ir en serio. Nunca fue correspondido por ella y entonces no supo el porqué; aunque nunca se lo tuvo en cuenta. Se distanciaron mucho una vez que se fueron a la universidad. Alejandro estudió en Zaragoza mientras que Cecilia se quedó en Teruel. Y no fue hasta quince años después, cuando se encontraron en Teruel en un bar que frecuentaban juntos en la adolescencia. 
Alejandro de pronto entendió muchas cosas, pues vio a su amiga felizmente emparejada con una chica vasca llamada Izaskun y entendió que ambas habían encontrado el amor. Desde ese feliz encuentro tras muchos años, Alejandro retomó la amistad con las dos chicas y de esa manera fue como llegaron a convertirse en su paño de lágrimas. ¿Cuántas veces se preguntó Alejandro, porqué su vida de pareja no podía ser tan perfecta y maravillosa como la de Cecilia e Izaskun? Caprichos de la vida que a cada cual da y quita, decía Carmela su abuela materna. 
Lo cierto y verdadero es que aquella locura de caminar hasta Santiago, creía que estaba empezando a darle resultado. Alejandro Láranzo Rodríguez era natural de Teruel. De padre aragonés y madre murciana, era el primogénito de la familia y gerente y primer heredero del “Grupo Láranzo”; un enorme compendio de empresas que tocaban desde la hostelería, editoriales y hasta software y empresas de informática. Pero era un hombre roto. Desde que se hizo cargo del negocio familiar y aun estando asistido por un centenar de asesores, era un hombre agotado y desencajado en la sociedad en la que vivía. Sus treinta y seis años representaban cincuenta y dos en la actualidad. 
Estaba descuidado, cabizbajo. Y a todo esto le sumaba la desastrosa situación de su matrimonio y la complicada situación a la que estaba llevando el timón del grupo empresarial por su precario estado de ánimo. Muchos pensaron que su boda con Bárbara podría ser un buen motivo para retomar una nueva vida, pero ni los primeros años de matrimonio ni la llegada de su hija Lucía, lograron devolver a Alejandro la alegría por vivir. Él se había convertido en un autómata, una persona que solo vivía para el negocio y todo lo que esto conllevaba. Siempre fue dirigido por su padre en las cuestiones financieras, y Víctor el pequeño de sus hermanos era el que dirigía el marketing de las empresas. Lo que acabó de volver su mundo de color negro fue la muerte de su padre, precisamente un día de difuntos. ¡Menuda coincidencia! 
Por ello, la única luz en la vida de Alejandro era su hija Lucía. Era una niña encantadora, de una belleza sin igual, pero nunca encontraba tiempo para ella, aun a pesar de que el sabia que lo quería con locura. Con su esposa Bárbara se casó por amor, pero no habían pasado seis meses de la boda y los ecos de la revista “Hola”, cuando el perdió la chispa que debe de iluminar la vida de pareja. Cecilia le insistía mucho en que moderara su sentido de la culpabilidad. “Culpabilidad no, Alejandro. Mejor responsabilidad”, le decía ella. Y no le faltaba razón. Ahora, caminando por aquel sendero que serpenteaba junto al arroyo, volvió a preguntarse cosas de peso. Para poder estar en cierto modo aislado, se compro un móvil nuevo para no tener que soportar las llamadas de la empresa; y se avergonzaba de no haber tenido valor para llamar a su mujer y decirle simplemente: -Bárbara, lo siento. 
Se comunicaba brevemente con ella por medio de wassaps, y desde que comenzara a caminar hacía dos semanas, no sabía nada de negocios ni empresas ni maquetaciones, ni nada por el estilo. Ahora su mundo era el silencio, y un hombre llamado Alejandro que se enfrentaba a sus silencios para responderse así mismo del porqué de aquel resultado de su vida que arrastraba como el caracol arrastra su coraza. El poderoso ejecutivo caminaba por tierras logroñesas con unas botas gastadas y una mochila donde solo tenía una muda de ropa. La necesidad del camino le llevo a hacer cosas que nunca pensó hacer. 
Comenzó a socializarse con las personas, sin buscar en ellas un rédito financiero ni buscar un negocio. Experimentó la cercanía de la gente que saludan al peregrino por los caminos y le dan los buenos días de manera afable. Sintió la ternura hasta las lágrimas, cuando una señora responsable del albergue de un pueblito de Calahorra le curó una enorme rozadura en un pié y le vendó sus heridas. Hizo amistad con unas chicas catalanas que caminaban a Santiago por motivo de un agradecimiento; y comprendió que cuando una persona está cansada y merece el descanso, un jergón limpio puede valer más que un hotel de cinco estrellas. 
En el decimocuarto día de andadura, Alejandro comenzó a entender que estaba viviendo una vida robotizada, impersonal. Y lo que más le agradaba era el hecho de ser consciente de que cada paso que daba le alejaba de esa realidad insensible y le hacía más persona y más auténtico. No podía reprimir el impulso de a cada rato abrir el móvil y ver la foto de su mujer y su hija Lucía. Cada vez que lo hacía se le llenaban los ojos de lágrimas, pues era tanto lo que las quería y las consideraba tan lejos, que no sabía cómo acercarse a ellas. 
En su matrimonio dejó de haber caricias y ternura. Mucho respeto y fidelidad, sí; pero la ternura que alimenta el alma y engrandece el corazón era algo desconocido para él. Desconocido hasta que comenzó a caminar y comenzó a sentir necesidad de abrazar de sentir y de preocuparse por los demás. Cada tarde más o menos antes de terminar la jornada, su amiga Cecilia le pedía que le hiciera por wassaps un resumen de la jornada y sus sensaciones. Y desde el lejano Teruel, Cecilia e Izaskun fueron siendo conscientes de que el experimento de convertir en peregrino al poderoso ejecutivo de Teruel estaba dando resultado. 
A eso de las cuatro y media de la tarde llegó al pueblo donde acababa su jornada de veintiséis kilómetros. Estaba rendido y hambriento pues no encontró ningún establecimiento en la segunda mitad de la jornada. Tembladura era un pequeño pueblo de La Rioja Alavesa, de no más de dos mil habitantes. Eso sí, precioso. Nada más entrar por una calle amplia pasó por un quiosco de prensa, y le llamó la atención la sonrisa que el kiosquero le prodigó. ¡Vamos, como si le conociera! Esas sonrisas entre la gente era una de las cosas bonitas que había aprendido a tener en cuenta y cultivar. 
Pregunto a una señora que limpiaba la puerta de casa, donde estaba el albergue de peregrinos. Así que siguiendo las indicaciones de la vecina se encaminó hacia una casa vecina del ayuntamiento. Cuando llegó al albergue de caminantes se dirigió directamente al dormitorio donde había cuatro camas libres, las tres restantes estaban ya ocupadas. 
Antes de que pudiera dejar la mochila en la cama se presentó la hospedera y le pregunto su nombre. -Alejandro, le dijo. Alejandro Láranzo Rodríguez. La hospedera abrió los ojos sorprendida y le dijo que las cuatro camas estaban reservadas para un pequeño grupo de peregrinos que venían de camino. Alejandro protesto a la señora pues jamás se reservan sitios en los albergues, pero la gobernanta de la casa insistió y ante la perspectiva de una discusión que no le llevaría a nada se dio por vencido y salió del albergue con la mochila al hombro, en busca del único hostal que había en Tembladura. 
El hostal era una bella casona adaptada para el uso de huéspedes. Tras el mostrador había una enjuta señora que se presentó como Gertrudis, dueña de la casa. La señora le dio una llave de habitación individual y cogió el libro de registros para tomarle nota. Cuando le dijo su nombre a la señora, esta le cambió la llave pues dijo recordar que esa habitación, la 203 estaba pendiente de reformas por la rotura del wáter. Le entregó la llave de la habitación 114, en el ala izquierda de la casa y –según la hospedera- más amplia y confortable. Alejandro cogió la llave de la 114 y se dispuso a subir cansinamente las escaleras. 
No recordaba haber tenido en dos semanas una llegada tan accidentada a un pueblo. Cuando llegó a la puerta metió torpemente la llave en la cerradura pues el pasillo estaba mal iluminado. Se quedó sorprendido al escuchar un arrastrar de sillas dentro de la habitación. –Mira que si hay gente dentro y la “Gertru” se ha confundido, dijo en voz alta. Aun así giró la llave y abrió la puerta. 
Lo que se encontró dentro de la habitación lo dejó sin palabras, paralizado. De pie, junto al pequeño escritorio que había cerca de la amplia ventana, estaba su mujer Bárbara y su hija Lucía. En encuentro lo dejó bloqueado y sin ser capaz de poner en marcha su mente perspicaz. Pero ahí estaban ellas, a más de doscientos kilómetros de casa y en aquella habitación de hotel. 
Como en un suspiro, le vinieron a la mente las muchas ocasiones en las que consideró que había desperdiciado años de su vida sin echar cuenta de aquellas dos mujeres que lo eran todo para él. Bárbara, mujer poderosa buena compañera y comprensiva y mejor madre. Y su Lucía, que decir de ella si moría por su sonrisa.  Instintivamente se deshizo rápidamente de la mochila y se acercó poco a poco a ellas. Quizás fueran seis metros lo que tenía que andar para ir a su encuentro. Sin embargo había tenido que hacer más de doscientos desde Teruel, para vivir y caminar y saber apreciar las cosas que verdaderamente merecen la pena. 
A cada paso que daba, Alejandro notaba que las lágrimas se abrían paso por sus mejillas. Se abandonó en un abrazo que casi le hizo caer al suelo si Bárbara no lo llega a sostener. Pero acabaron ahí, en el suelo, unidos en un mismo ser, en un mismo sentir. El hundir la cabeza en la cabellera pelirroja de su esposa, el característico olor a limpio que tenía la ropita de su hija Lucía, el sentir el calor humano de su mujer y el latido del corazoncito de su hija; le hizo reconocer que el camino había sido camino de vida y que había merecido la pena. 
Su mujer se abandonó igualmente a las lágrimas que bajaron saladas por sus mejillas hasta encontrarse con las suyas. Menuda sorpresa, dijo Alejandro. Estaba convencido de que Cecilia e Izaskun habían participado de aquella maravillosa treta y se dijo sonriendo que seguro estaba sobornada la señora del albergue. Ahora todo encajaba. 
Cuando consiguió tranquilizarse preguntó a su mujer si podría perdonarlo. Bárbara le dijo: -estás perdonado desde el día en que saliste a caminar. Cuando su Lucia le dio el beso número catorce, comprendió que faltando tres días para reyes aquel regalo de reyes inesperado era el mejor que podría haber tenido. 
Fue entonces, cuando miró a su esposa con esa mirada que había aprendido a tener caminando jornada tras jornada. Una mirada de afecto, sincera y amorosa. Cuando Bárbara le respondió un beso y una caricia, supo que ahora sí, había vuelto a casa tras un largo caminar.  Fin.

Nota del autor: Que en estos días encontremos el momento y la oportunidad para tomar en consideración la vida, para atender las necesidades de los demás. Todo acaba cuando es demasiado tarde. Por ello, ojalá en estas fiestas y en el próximo año, todos nos prestemos a hacer un mundo más sensible y humano. Y lo que tengamos que hacer, reír o llorar lo haremos juntos, como humanos y como hermanos –si es posible-.
Con mis mejores deseos. Feliz Navidad y prospero 2016.

Florencio Salvador Díaz Fernández.

jueves, 17 de diciembre de 2015

ORIGEN DE LA ADVOCACIÓN DE LA VIRGEN DE LA ESPERANZA

La verdadera raíz de esta fiesta es La Expectación del Parto de la Virgen, Santa María de la «O», la Virgen de la Esperanza.
Son títulos de una fiesta de la Virgen María que no figura en el calendario litúrgico de la Iglesia, pero que tiene larga tradición en España, pues viene del Concilio X de Toledo, celebrado el año 656, que quiso dar mayor relieve a la fiesta de la Anunciación y Encarnación, sacándola del tiempo cuaresmal o pascual, y acercándose, en plena celebración del Adviento, al momento decisivo del parto de la Virgen Madre, acontecimiento esperado por la humanidad y muy especialmente por María. 

Esperanza, pues presenta a María en estado avanzado del embarazo obrado por el Espíritu Santo. Por ello, litúrgicamente carece de significado el celebrar la advocación de la Esperanza contemplando una imagen dolorosa, ya que el verdadero misterio que aquí se celebra es el embarazo de la virgen y su expectación, su ilusión ante lo que está por venir.  
Expectación, por el ansia e intensidad con que ella esperaba tener pronto en sus brazos al que llevaba en su seno. El título de María de la «O» hace referencia a las solemnes antífonas del Cántico de la Virgen, el Magníficat, que en las Vísperas de los siete días anteriores a Navidad empiezan por esa letra. En relación con estas advocaciones de la Virgen, el arte suele representar a María en avanzado estado de gestación, con su vientre abultado y la mano sobre el mismo, apuntando que allí está el Hijo de Dios, que pronto nacerá.

La oración del día es muy significativa de lo que auténticamente se celebra.
Oración: Dios y Señor nuestro, que en el parto de la Virgen María has querido revelar al mundo entero el esplendor de tu gloria, asístenos con tu gracia, para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

viernes, 11 de diciembre de 2015

AL ENCUENTRO DEL DIOS EN LA VIDA - ORACIÓN DE ADVIENTO

CELEBRACIÓN DE ADVIENTO

“Al encuentro del Dios en la Vida.”


*COMIENZO Y BIENVENIDA
            Bienvenidos seáis todos a esta casa que se nos ofrece hoy con fraternidad franciscana, para en ella y en compañía de los hermanos y junto a Dios, discernir, pensar y reflexionar al comienzo de este precioso tiempo de Adviento en el que nos preparamos al encuentro con Jesús el Hijo de Dios, cual es nuestro papel en la Iglesia, como desarrollamos nuestra vida como Iglesia y como proyectamos nuestra vocación específica a favor de los hermanos. Antes de nada y para dar comienzo a este/a  retiro-celebración, pedimos a Dios que abra nuestros corazones a la escucha de su Palabra y nuestros labios para compartir con los demás nuestros pensamientos.

*HIMNO PARA COMENZAR LA EUCARISTÍA. (a dos coros)
            Levanta, pueblo mío, ponte en pié,
         no te quedes postrado en tu tristeza,
         llorando tu vejez y desencanto.
        
Ahuyenta los temores y las dudas.
         yo he vencido por siempre las tinieblas,
         no son nada, que yo he resucitado,
         y tu liberación está muy cerca.
        
Levántate, hijo mío, levanta, alza tu cabeza,
         perfumado con óleo de paz y alegría,
         y ponte ya en camino esperanzado.
         El viento del Espíritu te empuja,
         el fuego del Espíritu te enciende,
         sentirás mi presencia renovada.

Ayuda a levantarse a los hermanos
heridos y apartados del camino,
y diles en mi nombre palabras de evangelio,
aplica en sus heridas el vino y el aceite,
regala las monedas de la fe y de la esperanza
y alienta, boca a boca, el soplo de mi Espíritu.
Y así, despiertos y gozosos, apasionados,
preparad la llegada de mi Reino.

“pase de este mundo”, su maldad y su mentira,
que todas las ciudades olviden el pasado,
herencia de Babel, con rapiñas y violencias,
y empiecen a llamarse con nombres,
de amistad y de justicia.
Encended vuestras lámparas, hambrientos
de Parusía.

                                                                                      ¡Si tú supieras...!(Cáritas)

 

*ORACIÓN DEL GUIONISTA:
         Señor, Dios nuestro, rico en clemencia, no permitas que la falta de  esperanza paralice nuestra vida de fe y nuestro compromiso de caridad; guíanos al encuentro con tu Hijo Jesucristo para que de nuevo podamos participar en las tareas de su reino. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

*LITURGIA DE LA PALABRA


*Amos 5,21-24. Detesto vuestras fiestas...
*Isaías 1,11-18.  No me traigáis mas dones vacíos...
*I Pedro 2,2-9. Jesús, piedra angular de los cristianos...

O F R E N D A    D E   L A    P I E D R A
(la piedra es traída por un matrimonio y colocada en sitio visible, a continuación se lee el sentido de la ofrenda)

         Esta piedra ha sido modelada por el viento y el agua a lo largo del tiempo, pero en su esencia permanece inconmovible. Cristo es la piedra verdadera, la piedra angular, la única que es inalterable. Sobre esta piedra queremos construir una fe sólida y fuerte, que cimiente nuestra vida cristiana, y una comunidad que se distinga por sus hechos más que por sus palabras. En esta piedra, símbolo de Cristo, ponemos nuestros anhelos: que perdure nuestra fe a lo largo de los años, que nuestra vida se modele en el amor y en la justicia, que no tropecemos en ella por nuestras ansias de poder o de riqueza, que un día se haga realidad, en sus cimientos, el reino de Dios. En ti, Señor, ponemos hoy nuestra esperanza en que nos ayudes a estar verdaderamente fundamentados en ti.

Tu Palabra me da vida, confío en ti, Señor.
Tu Palabra es eterna, en ella esperare.

+ Mateo 13,10-17. Dichosos vuestros ojos porque ven,
y vuestros oídos porque oyen!

*REFLEXIÓN A LA LUZ DE LA PALABRA.

Testimonio de un religioso

...encuentro a Jesucristo en aquellos que se empeñan en la construcción  del Reino...
Cada noche me planteo esta pregunta: ¿qué ha sido hoy Jesucristo para mí?
Recordar a tantos hombres y mujeres que desde hace tiempo reconocieron en el hombre llamado Jesús un ser formidable, es para mí esencial. Se hacía presente a cuantos encontraba. Apasionado por la verdad, suscitaba un despertar “dimamizante” y divino. En una palabra, se trata de Alguien que ha puesto en pie a los hombres, cara a un porvenir de amor, de paz y de justicia, comunicándoles el deseo de caminar para construir ese porvenir.
No tenemos ya con nosotros al hombre visible. ¡Ha muerto! ¡Ha resucitado! No lo veo, no lo encuentro. Pero veo su acción en los hombres y mujeres que se levantan para construir un mundo nuevo. En un periodo de hondos cambios a todos los niveles, me siento comprometido con Él de muchos modos. Tropiezo con hombres y mujeres que reclaman amor, paz, justicia, respeto, participación, libertad. Tropiezo con Él, con mayor frecuencia en hombre y mujeres que quieren salir de la miseria enloquecedora, que esperan en situación desesperada, que siguen amando frente a la ingratitud y el odio, que buscan la unidad desgarrados por el egoísmo que divide.
Sí, lo encuentro en aquellos que están empeñados en la construcción del reino. Para mí, Jesucristo es todo eso. En una palabra, es la humanidad que yergue(levanta) la cabeza.
Por eso es tan necesario que actualicemos nuestra condición de hijos de Dios y seamos conscientes de “en qué” estamos fundamentados. Solo así llegaremos al convencimiento pleno de que a Jesús se llega por medio de la sinceridad, la justicia y los actos nobles del corazón. No podemos mercadear con Dios, ni engañarle ni engatusarle con falsas ofrendas de las cuales a Él, solo le interesa la intención con que nuestro corazón las ofrece. Jesús es el cimiento de nuestra Iglesia, pero para tener conciencia de esto debemos de sentirnos exclusivamente amados por Dios, y creer que somos parte necesaria del edificio de la Iglesia del cual Jesús es la piedra angular; y siendo así sentirnos como piedras que conforman una gran muralla, una comunidad de gente unida que trabaja en pos de una misma cosa. No es valida ante Dios la actitud de muchos cristianos en colectivos, asociaciones, hermandades, comunidades, equipos o jerarquías; que se sienten llamados a trabajar por el Reino de Dios pero no para beneficio de la gran comunidad cristiana. Ellos trabajan su parcela de Reino de Dios para percibir los frutos y apuntarlos en su haber.
Honestamente, ¡no se trata de eso! Eso es vacío y deformación del ideal humano-cristiano que quiere que todos los hombres estemos equiparados en igualdad de condiciones y derechos y nos mantengamos en la unidad del Espíritu con el vinculo de la paz.
Por tanto deja de sentirte llamado a labrar tu pedazo de Reino de Dios y abre la mente, los oídos y los ojos para ver y percibir quién y qué, reclama o necesita tu ayuda para que entre los dos o entre todos se haga presente Jesús en nuestras vidas.



*REFLEXIONAMOS POR GRUPOS
1-¿De qué contenidos está lleno mi culto a Dios?
2- ¿Soy consciente y consecuente de mi situación en la Iglesia?
3- ¿De que manera puedo encontrarme con Dios en la vida?
(cada grupo por separado e intentando mezclar a la gente se separan y ponen en común su pregunta, desarrollándola y realizando una ponencia final con la realidad y/o actitudes.)


*PARA COMPARTIR
Tu Reino, Señor, está dentro de mí.
Tu Reino, Señor Jesús, habita dentro de mí;
tu Reino es como un tesoro escondido dentro de un campo;
llevo en el fondo de mi ser la libertad y el amor,
la justicia y la verdad, la luz y la belleza.
Llevo dentro de mí el amor de tu Padre que me llama;
la gracia de tu amor que me salva y libera,
la amistad y comunión de tu Espíritu que me hace fuerte.
¡Tu Reino, Señor, habita dentro de mi: Gracias!

            Tu Reino, Señor Jesús, está en medio de nosotros.
            Tu Reino se ha hecho presente en nuestra comunidad.
            Llevamos en el fondo de nuestras relaciones como hermanos,
            la bondad y la ternura de tu Espíritu de amor;
            llevamos el gozo y la gracia de tu presencia resucitada;
            llevamos la misericordia y la compasión de tu Padre.

Tu Reino, Señor Jesús, habita en nuestra Iglesia.
Tu Reino está presente en medio de los creyentes.
Llevamos en nuestros corazones la semilla de tu Palabra;
llevamos en el fondo de nuestro ser el amor de tu Espíritu.
Cuando compartimos los bienes, tu Reino se hace fuerte.
Cuando oramos juntos, tu Reino se manifiesta.
Cuando ayudamos al necesitado, tu Reino se desvela.


Somos, Señor, en tu Iglesia fermento de tu Reino.
Somos, Señor, en tu Iglesia, sal y luz del mundo.
            Tu Reino, Señor, habita en medio del mundo.
            Tu Reino está presente-oculto en medio de los hombres.

Donde el amor es más fuerte que el odio, allí está tu Reino.
Donde el perdón es más fuerte que la venganza, allí está.
Donde la verdad es más fuerte que la mentira, allí está tu Reino.
Donde la libertad es más fuerte que la opresión, allí está.
Donde la justicia es más fuerte que la opresión, allí está tu Reino.
Donde la ternura es más fuerte que el desamor, allí está.



Tu Reino está presente y llena la Casa de los cielos.
Caminamos hacia tu Reino, Señor: anima nuestra marcha.
Caminamos con esperanza: alienta nuestro cansancio.
Caminamos con fe, con los ojos puestos en ti: ven a nuestro encuentro,
¡ven Jesús a nuestro caminar!
Caminamos unidos como un solo pueblo: buscamos el rostro del Padre.
Caminamos como peregrinos en la tierra: seremos hombres nuevos para siempre.

Señor Jesús, danos tomar parte ahora, entre los hombres, de los duros trabajos de tu Evangelio de libertad; danos la fuerza de tu amor para ser testigos libres y gozosos del Reino que tu Padre nos ha dado; un Reino para ahora y para siempre.
            Contigo decimos al Padre: ¡Venga a nosotros, Padre nuestro, tu Reino!

*PRECES A LA LUZ DEL SALMO QUE HEMOS LEIDO.
EJ: Señor que, caminemos unidos como un solo pueblo. Maranatha, ¡ven, Señor Jesús!

*PADRE NUESTRO

*ORACIÓN FINAL
         Te damos gracias, Señor y Dios nuestro, por que has creado el universo, los animales y todas tus criaturas, y a las personas las creaste a tu imagen y semejanza. Aunque aún nos queda mucho trabajo para conseguir un mundo más humano, hay aquí y allá signos de esperanza. Queremos cooperar en los procesos de pacificación en el mundo y en nuestras casas y comunidades y conseguir que reine la justicia sobre el racismo y la intolerancia. Que todo se edifique sobre la piedra angular de tu Hijo Jesús Señor nuestro, que vendrá muy pronto a nuestros corazones y al cual esperamos con alegría. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

*BENDICIÓN
         + El Señor, nos bendiga y nos guarde y nos lleve a la vida eterna. Amén.
         Podemos ir en paz.

PARROQUIA DE SAN SEBASTIÁN

PASTORAL Y LITURGIA

año 2004









Para la elaboración de esta celebración-retiro se han utilizado los siguientes títulos:
                -BIBLIA EN CD-ROM.
                -CELEBRACIONES DE LA COMUNIDAD.
                -SALMOS DE UN CORAZÓN JOVEN.
                -SI TÚ PUPIERAS.ED-CÁRITAS.

                -EUCARISTÍA.VERBO DIVINO.

jueves, 10 de diciembre de 2015

POEMA DEL DOLOR - NUNCA PODRÁS, DOLOR, ACORRALARME

Nunca podrás, dolor, acorralarme


Nunca podrás, dolor, acorralarme.
Podrás alzar mis ojos hacia el llanto,
secar mi lengua, amordazar mi canto,
sajar mi corazón y desguazarme.

Podrás entre tus rejas encerrarme,
destruir los castillos que levanto,
ungir todas mis horas con tu espanto.
Pero nunca podrás acobardarme.

Puedo amar en el potro de tortura.
Puedo reír cosido por tus lanzas.
Puedo ver en la oscura noche oscura.

Llego, dolor, a donde tú no alcanzas.
Yo decido mi sangre y su espesura.
Yo soy el dueño de mis esperanzas.

***************

(Del libro "Testamento del Pájaro Solitario" Autor: José Luis Martín Descalzo )

miércoles, 9 de diciembre de 2015

BULA Misericordiae Vultus. Año Jubilar de la Misericordia

 

FRANCISCO
OBISPO  DE  ROMA
SIERVO  DE  LOS  SIERVOS  DE  DIOS
A  CUANTOS  LEAN  ESTA  CARTA
GRACIA,  MISERICORDIA  Y  PAZ

 

1. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, « rico de misericordia » (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad » (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la « plenitud del tiempo » (Gal4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr 
7H7B3090
Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona[1] revela la misericordia de Dios.
2. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado.
3. Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes.
El Año Santo se abrirá el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza.
El domingo siguiente, III de Adviento, se abrirá la Puerta Santa en la Catedral de Roma, la Basílica de San Juan de Letrán. Sucesivamente se abrirá la Puerta Santa en las otras Basílicas Papales. Para el mismo domingo establezco que en cada Iglesia particular, en la Catedral que es la Iglesia Madre para todos los fieles, o en la Concatedral o en una iglesia de significado especial se abra por todo el Año Santo una idéntica Puerta de la Misericordia. A juicio del Ordinario, ella podrá ser abierta también en los Santuarios, meta de tantos peregrinos que en estos lugares santos con frecuencia son tocados en el corazón por la gracia y encuentran el camino de la conversión. Cada Iglesia particular, entonces, estará directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual. El Jubileo, por tanto, será celebrado en Roma así como en las Iglesias particulares como signo visible de la comunión de toda la Iglesia.
4. He escogido la fecha del 8 de diciembre por su gran significado en la historia reciente de la Iglesia. En efecto, abriré la Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo periodo de su historia. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre.
Vuelven a la mente las palabras cargadas de significado que san Juan XXIII pronunció en la apertura del Concilio para indicar el camino a seguir: « En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad … La Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella ».[2] En el mismo horizonte se colocaba también el beato Pablo VI quien, en la Conclusión del Concilio, se expresaba de esta manera: « Queremos más bien notar cómo la religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad … La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio … Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno. Ha reprobado los errores, sí, porque lo exige, no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas, sólo invitación, respeto y amor. El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios alentadores, en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza: sus valores no sólo han sido respetados sino honrados, sostenidos sus incesantes esfuerzos, sus aspiraciones, purificadas y bendecidas … Otra cosa debemos destacar aún: toda esta riqueza doctrinal se vuelca en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades ».[3]
Con estos sentimientos de agradecimiento por cuanto la Iglesia ha recibido y de responsabilidad por la tarea que nos espera, atravesaremos la Puerta Santa, en la plena confianza de sabernos acompañados por la fuerza del Señor Resucitado que continua sosteniendo nuestra peregrinación. El Espíritu Santo que conduce los pasos de los creyentes para que cooperen en la obra de salvación realizada por Cristo, sea guía y apoyo del Pueblo de Dios para ayudarlo a contemplar el rostro de la misericordia.[4]
5. El Año jubilar se concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016. En ese día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y de reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia. Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo, esperando que difunda su misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo futuro. ¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros.
6. « Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia ».[5] Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: « Oh Dios que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón ».[6] Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso.
“Paciente y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso  se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los Salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: « Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia » (103,3-4). De una manera aún más explícita, otro Salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: « Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados » (146,7-9). Por último, he aquí otras expresiones del salmista: « El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo » (147,3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón.
7. “Eterna es su misericordia”: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de salvación. Repetir continuamente “Eterna es su misericordia”, como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes.
Antes de la Pasión Jesús oró con este Salmo de la misericordia. Lo atestigua el evangelista Mateo cuando dice que « después de haber cantado el himno » (26,30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de su él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este Salmo, lo hace para nosotros los cristianos aún más importante y nos compromete a incorporar este estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: “Eterna es su misericordia”.
8. Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. « Dios es amor » (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona y ofrece gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.
Jesús, delante a la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde la profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales. Cuando encontró la viuda de Naim, que llevaba su único hijo al sepulcro, sintió gran compasión por el inmenso dolor de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo resucitándolo de la muerte (cfr Lc 7,15). Después de haber liberado el endemoniado de Gerasa, le confía esta misión: « Anuncia todo lo que el Señor te ha hecho y la misericordia que ha obrado contigo » (Mc 5,19). También la vocación de Mateo se coloca en el horizonte de la misericordia. Pasando delante del banco de los impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo. Era una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre y, venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y publicano, para que sea uno de los Doce. San Beda el Venerable, comentando esta escena del Evangelio, escribió que Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y lo eligió:miserando atque eligendo.[7] Siempre me ha cautivado esta expresión, tanto que quise hacerla mi propio lema.
9. En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.
De otra parábola, además, podemos extraer una enseñanza para nuestro estilo de vida cristiano. Provocado por la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces fuese necesario perdonar, Jesús responde: « No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete » (Mt 18,22) y pronunció la parábola del “siervo despiadado”. Este, llamado por el patrón a restituir una grande suma, lo suplica de rodillas y el patrón le condona la deuda. Pero inmediatamente encuentra otro siervo como él que le debía unos pocos centésimos, el cual le suplica de rodillas que tenga piedad, pero él se niega y lo hace encarcelar. Entonces el patrón, advertido del hecho, se irrita mucho y volviendo a llamar aquel siervo le dice: « ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti? » (Mt 18,33). Y Jesús concluye: « Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos » (Mt 18,35).
La parábola ofrece una profunda enseñanza a cada uno de nosotros. Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices. Acojamos entonces la exhortación del Apóstol: « No permitan que la noche los sorprenda enojados » (Ef 4,26). Y sobre todo escuchemos la palabra de Jesús que ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. « Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia » (Mt 5,7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo.
Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser un palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.
10. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia « vive un deseo inagotable de brindar misericordia ».[8] Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza.
11. No podemos olvidar la gran enseñanza que san Juan Pablo II ofreció en su segunda encíclica Dives in misericordia, que en su momento llegó sin ser esperada y tomó a muchos por sorpresa en razón del tema que afrontaba. Dos pasajes en particular quiero recordar. Ante todo, el santo Papa hacía notar el olvido del tema de la misericordia en la cultura presente: « La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado (cfr Gn 1,28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia … Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios ».[9]
Además, san Juan Pablo II motivaba con estas palabras la urgencia de anunciar y testimoniar la misericordia en el mundo contemporáneo: « Ella está dictada por el amor al hombre, a todo lo que es humano y que, según la intuición de gran parte de los contemporáneos, está amenazado por un peligro inmenso. El misterio de Cristo ... me obliga al mismo tiempo a proclamar la misericordia como amor compasivo de Dios, revelado en el mismo misterio de Cristo. Ello me obliga también a recurrir a tal misericordia y a implorarla en esta difícil, crítica fase de la historia de la Iglesia y del mundo ».[10] Esta enseñanza es hoy más que nunca actual y merece ser retomada en este Año Santo. Acojamos nuevamente sus palabras: « La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia – el atributo más estupendo del Creador y del Redentor – y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora ».[11]
12. La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.
La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.
13. Queremos vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor: Misericordiosos como el Padre. El evangelista refiere la enseñanza de Jesús: « Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso » (Lc 6,36). Es un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y de paz. El imperativo de Jesús se dirige a cuantos escuchan su voz (cfr Lc 6,27). Para ser capaces de misericordia, entonces, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida.
14. La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. También para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo del hecho que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio. La peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión: atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros.
El Señor Jesús indica las etapas de la peregrinación mediante la cual es posible alcanzar esta meta: « No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con la medida que midáis » (Lc 6,37-38). Dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano. Los hombres ciertamente con sus juicios se detienen en la superficie, mientras el Padre mira el interior. ¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están motivadas por sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad.
Así entonces, misericordiosos como el Padre es el “lema” del Año Santo. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. Viene en nuestra ayuda cuando lo invocamos. Es bello que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas palabras: « Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme » (Sal 70,2). El auxilio que invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros. Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su auxilio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos.
15. En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.
Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras demisericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a  Dios por los vivos y por los difuntos.
No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de violencia que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga ... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: « En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor ».[12]
16. En el Evangelio de Lucas encontramos otro aspecto importante para vivir con fe el Jubileo. El evangelista narra que Jesús, un sábado, volvió a Nazaret y, como era costumbre, entró en la Sinagoga. Lo llamaron para que leyera la Escritura y la comentara. El paso era el del profeta Isaías donde está escrito: « El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor » (61,12). “Un año de gracia”: es esto lo que el Señor anuncia y lo que deseamos vivir. Este Año Santo lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús que resuena en las palabras del Profeta: llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. La predicación de Jesús se hace de nuevo visible en las respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está llamado a ofrecer. Nos acompañen las palabras del Apóstol: « El que practica misericordia, que lo haga con alegría » (Rm 12,8).
17. La Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura pueden ser meditadas en las semanas de Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso del Padre! Con las palabras del profeta Miqueas también nosotros podemos repetir: Tú, oh Señor, eres un Dios que cancelas la iniquidad y perdonas el pecado, que no mantienes para siempre tu cólera, pues amas la misericordia. Tú, Señor, volverás a compadecerte de nosotros y a tener piedad de tu pueblo. Destruirás nuestras culpas y arrojarás en el fondo del mar todos nuestros pecados (cfr 7,18-19).
Las páginas del profeta Isaías podrán ser meditadas con mayor atención en este tiempo de oración, ayuno y caridad: « Este es el ayuno que yo deseo: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no abandonar a tus semejantes. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu herida se curará rápidamente; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: « ¡Aquí estoy! ». Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si partes tu pan con el hambriento y sacias al afligido de corazón, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan » (58,6-11).
La iniciativa “24 horas para el Señor”, de celebrarse durante el viernes y sábado que anteceden el IV domingo de Cuaresma, se incremente en las Diócesis. Muchas personas están volviendo a acercarse al sacramento de la Reconciliación y entre ellas muchos jóvenes, quienes en una experiencia semejante suelen reencontrar el camino para volver al Señor, para vivir un momento de intensa oración y redescubrir el sentido de la propia vida. De nuevo ponemos convencidos en el centro el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verdadera paz interior.
Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva. Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de esto somos responsables. Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios. Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes. Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. No se cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún sentido delante de la misericordia del Padre que no conoce confines. No harán preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón. En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia.
18. Durante la Cuaresma de este Año Santo tengo la intención de enviar los Misioneros de la Misericordia. Serán un signo de la solicitud materna de la Iglesia por el Pueblo de Dios, para que entre en profundidad en la riqueza de este misterio tan fundamental para la fe. Serán sacerdotes a los cuales daré la autoridad de perdonar también los pecados que están reservados a la Sede Apostólica, para que se haga evidente la amplitud de su mandato. Serán, sobre todo, signo vivo de cómo el Padre acoge cuantos están en busca de su perdón. Serán misioneros de la misericordia porque serán los artífices ante todos de un encuentro cargado de humanidad, fuente de liberación, rico de responsabilidad, para superar los obstáculos y retomar la vida nueva del Bautismo. Se dejarán conducir en su misión por las palabras del Apóstol: « Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos » (Rm 11,32). Todos entonces, sin excluir a nadie, están llamados a percibir el llamamiento a la misericordia. Los misioneros vivan esta llamada conscientes de poder fijar la mirada sobre Jesús, « sumo sacerdote misericordioso y digno de fe » (Hb 2,17).
Pido a los hermanos Obispos que inviten y acojan estos Misioneros, para que sean ante todo predicadores convincentes de la misericordia. Se organicen en las Diócesis “misiones para el pueblo” de modo que estos Misioneros sean anunciadores de la alegría del perdón. Se les pida celebrar el sacramento de la Reconciliación para los fieles, para que el tiempo de gracia donado en el Año jubilar permita a tantos hijos alejados encontrar el camino de regreso hacia la casa paterna. Los Pastores, especialmente durante el tiempo fuerte de Cuaresma, sean solícitos en el invitar a los fieles a acercarse « al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia » (Hb 4,16).
19. La palabra del perdón pueda llegar a todos y la llamada a experimentar la misericordia no deje a ninguno indiferente. Mi invitación a la conversión se dirige con mayor insistencia a aquellas personas que se encuentran lejanas de la gracia de Dios debido a su conducta de vida. Pienso en modo particular a los hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo criminal, cualquiera que éste sea. Por vuestro bien, os pido cambiar de vida. Os lo pido en el nombre del Hijo de Dios que si bien combate el pecado nunca rechaza a ningún pecador. No caigáis en la terrible trampa de pensar que la vida depende del dinero y que ante él todo el resto se vuelve carente de valor y dignidad. Es solo una ilusión. No llevamos el dinero con nosotros al más allá. El dinero no nos da la verdadera felicidad. La violencia usada para amasar fortunas que escurren sangre no convierte a nadie en poderoso ni inmortal. Para todos, tarde o temprano, llega el juicio de Dios al cual ninguno puede escapar.  
La misma llamada llegue también a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar el futuro con esperanza porque con su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Es un mal que se anida en gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos. La corrupción es una obstinación en el pecado, que pretende sustituir a Dios con la ilusión del dinero como forma de poder. Es una obra de las tinieblas, sostenida por la sospecha y la intriga. Corruptio optimi pessima, decía con razón san Gregorio Magno, para indicar que ninguno puede sentirse inmune de esta tentación. Para erradicarla de la vida personal y social son necesarias prudencia, vigilancia, lealtad, transparencia, unidas al coraje de la denuncia. Si no se la combate abiertamente, tarde o temprano busca cómplices y destruye la existencia.
¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Delante a tantos crímenes cometidos, escuchad el llanto de todas las personas depredadas por vosotros de la vida, de la familia, de los afectos y de la dignidad. Seguir como estáis es sólo fuente de arrogancia, de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto de lo que ahora pensáis. El Papa os tiende la mano. Está dispuesto a escucharos. Basta solamente que acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la justicia mientras la Iglesia os ofrece misericordia. 
20. No será inútil en este contexto recordar la relación existente entre justicia misericordia. No son dos momentos contrastantes entre sí, sino un solo momento que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor. La justicia es un concepto fundamental para la sociedad civil cuando, normalmente, se hace referencia a un orden jurídico a través del cual se aplica la ley. Con la justicia se entiende también que a cada uno debe ser dado lo que le es debido. En la Biblia, muchas veces se hace referencia a la justicia divina y a Dios como juez. Generalmente es entendida como la observación integral de la ley y como el comportamiento de todo buen israelita conforme a los mandamientos dados por Dios. Esta visión, sin embargo, ha conducido no pocas veces a caer en el legalismo, falsificando su sentido originario y oscureciendo el profundo valor que la justicia tiene. Para superar la perspectiva legalista, sería necesario recordar que en la Sagrada Escritura la justicia es concebida esencialmente como un abandonarse confiado en la voluntad de Dios.
Por su parte, Jesús habla muchas veces de la importancia de la fe, más bien que de la observancia de la ley. Es en este sentido que debemos comprender sus palabras cuando estando a la mesa con Mateo y sus amigos dice a los fariseos que lo contestaban porque comía con los publicanos y pecadores: « Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores » (Mt 9,13). Ante la visión de una justicia como mera observancia de la ley que juzga, dividiendo las personas en justos y pecadores, Jesús se inclina a mostrar el gran de don de la misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación. Se comprende porque en presencia de una perspectiva tan liberadora y fuente de renovación, Jesús haya sido rechazado por los fariseos y por los doctores de la ley. Estos, para ser fieles a la ley, ponían solo pesos sobre las espaldas de las persona, pero así frustraban la misericordia del Padre. El reclamo a observar la ley no puede obstaculizar la atención por las necesidades que tocan la dignidad de las personas.  
Al respecto es muy significativa la referencia que Jesús hace al profeta Oseas -« yo quiero amor, no sacrificio ». Jesús afirma que de ahora en adelante la regla de vida de sus discípulos deberá ser la que da el primado a la misericordia, como Él mismo testimonia compartiendo la mesa con los pecadores. La misericordia, una vez más, se revela como dimensión fundamental de la misión de Jesús. Ella es un verdadero reto para sus interlocutores que se detienen en el respeto formal de la ley. Jesús, en cambio, va más allá de la ley; su compartir con aquellos que la ley consideraba pecadores permite comprender hasta dónde llega su misericordia.
También el Apóstol Pablo hizo un recorrido parecido. Antes de encontrar a Jesús en el camino a Damasco, su vida estaba dedicada a perseguir de manera irreprensible la justicia de la ley (cfr Flp 3,6). La conversión a Cristo lo condujo a ampliar su visión precedente al punto que en la carta a los Gálatas afirma: « Hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la Ley » (2,16). Parece que su comprensión de la justicia ha cambiado ahora radicalmente. Pablo pone en primer lugar la fe y no más la ley. El juicio de Dios no lo constituye la observancia o no de la ley, sino la fe en Jesucristo, que con su muerte y resurrección trae la salvación junto con la misericordia que justifica. La justicia de Dios se convierte ahora en liberación para cuantos están oprimidos por la esclavitud del pecado y sus consecuencias. La justicia de Dios es su perdón (cfr Sal 51,11-16).
21. La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer. La experiencia del profeta Oseas viene en nuestra ayuda para mostrarnos la superación de la justicia en dirección hacia la misericordia. La época de este profeta se cuenta entre las más dramáticas de la historia del pueblo hebreo. El Reino está cercano de la destrucción; el pueblo no ha permanecido fiel a la alianza, se ha alejado de Dios y ha perdido la fe de los Padres. Según una lógica humana, es justo que Dios piense en rechazar el pueblo infiel: no ha observado el pacto establecido y por tanto merece la pena correspondiente, el exilio. Las palabras del profeta lo atestiguan: « Volverá al país de Egipto, y Asur será su rey, porque se han negado a convertirse »
(Os 11,5). Y sin embargo, después de esta reacción que apela a la justicia, el profeta modifica radicalmente su lenguaje y revela el verdadero rostro de Dios: « Mi corazón se convulsiona dentro de mí, y al mismo tiempo se estremecen mis entrañas. No daré curso al furor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque soy Dios, no un hombre; el Santo en medio de ti y no es mi deseo aniquilar » (11,8-9). San Agustín, como comentando las palabras del profeta dice: « Es más fácil que Dios contenga la ira que la misericordia ».[13]
Si Dios se detuviera en la justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia. Él la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está a la base de una verdadera justicia. Debemos prestar mucha atención a cuanto escribe Pablo para no caer en el mismo error que el Apóstol reprochaba a sus contemporáneos judíos: « Desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree » (Rm 10,3-4). Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en razón de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo, entonces, es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque nos ofrece la certeza del amor y de la vida nueva.
22. El Jubileo lleva también consigo la referencia a la indulgencia. En el Año Santo de la Misericordia ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así entonces, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. Todos nosotros, sin embargo, vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que estamos llamados a la perfección (cfr Mt 5,48), pero sentimos fuerte el peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona. No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados tienen en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado.
La Iglesia vive la comunión de los Santos. En la Eucaristía esta comunión, que es don de Dos, actúa como unión espiritual que nos une a los creyentes con los Santos y los Beatos cuyo número es incalculable (cfr Ap 7,4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y así la Madre Iglesia es capaz con su oración y su vida de encontrar la debilidad de unos con la santidad de otros. Vivir entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente. Indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia que participa a todos de los beneficios de la redención de Cristo, porque el perdón es extendido hasta las extremas consecuencias a la cual llega el amor de Dios. Vivamos intensamente el Jubileo pidiendo al Padre el perdón de los pecados y la dispensación de su indulgencia misericordiosa.
23. La misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y el Islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios. Israel primero que todo recibió esta revelación, que permanece en la historia como el comienzo de una riqueza inconmensurable de ofrecer a la entera humanidad. Como hemos visto, las páginas del Antiguo Testamento están entretejidas de misericordia porque narran las obras que el Señor ha realizado en favor de su pueblo en los momentos más difíciles de su historia. El Islam, por su parte, entre los nombres que le atribuye al Creador está el de Misericordioso y Clemente. Esta invocación aparece con frecuencia en los labios de los fieles musulmanes, que se sienten acompañados y sostenidos por la misericordia en su cotidiana debilidad. También ellos creen que nadie puede limitar la misericordia divina porque sus puertas están siempre abiertas.
Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con estas religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocerlas y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación.
24. El pensamiento se dirige ahora a la Madre de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como María ha conocido la profundidad el misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor.
Elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María estuvo preparada desde siempre para ser Arca de la Alianza entre Dios y los hombres. Custodió en su corazón la divina misericordia en perfecta sintonía con su Hijo Jesús. Su canto de alabanza, en el umbral de la casa de Isabel, estuvo dedicado a la misericordia que se extiende « de generación en generación » (Lc 1,50). También nosotros estábamos presentes en aquellas palabras proféticas de la Virgen María. Esto nos servirá de consolación y de apoyo mientras atravesaremos la Puerta Santa para experimentar los frutos de la misericordia divina.
Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.
Nuestra plegaria se extienda también a tantos Santos y Beatos que han hicieron de la misericordia su misión de vida. En particular el pensamiento se dirige a la grande apóstol de la misericordia, santa Faustina Kowalska. Ella que fue llamada a entrar en las profundidades de la divina misericordia, interceda por nosotros y nos obtenga vivir y caminar siempre en el perdón de Dios y en la inquebrantable confianza en su amor.
25. Un Año Santo extraordinario, entonces, para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable es la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la riqueza que de ella proviene.
En este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: « Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos » (Sal 25,6).
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de abril, Vigilia del Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, del Año del Señor 2015, tercero de mi pontificado.
Franciscus

[1] Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 4.
[2]Discurso de apertura del Conc. Ecum. Vat. II, Gaudet Mater Ecclesia, 11 de octubre de 1962, 2-3.
[3]Alocución en la última sesión pública, 7 de diciembre de 1965.
[4] Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 16; Const. past. Gaudium et spes, 15.
[5] santo tomás de aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4.
[6] XXVI domingo del tiempo ordinario. Esta colecta se encuentra ya en el Siglo VIII, entre los textos eucológicos del Sacramentario Gelasiano (1198).
[7] Cfr Hom. 21: CCL 122, 149-151.
[8] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24.
[9] N., 2.
[10] Juan Pablo II, Carta Enc. Dives in misericordia, 15.
[11]Ibíd., 13.
[12]Palabras de luz y de amor, 57.
[13]Enarr. in Ps. 76, 11.
viene de: http://www.iubilaeummisericordiae.va/content/gdm/es/giubileo/bolla.html