NO ES FÁCIL ENTENDER LA PASIÓN
José
M. Castillo
No resulta fácil entender
lo que vemos y vivimos cada Semana Santa. Porque no es fácil entender por qué,
cada año y cuando llegan estos días, paseamos por nuestras calles imágenes de
dolor, agonía y muerte, en procesiones de respeto y devoción. Y, lo que es más
llamativo, exhibimos las imágenes del fracaso en tronos de exaltación triunfal,
con música gregoriana, incienso de dioses y bandas de música, tambores y
trompetas. Todo eso, que es la expresión más elocuente del empeño
incomprensible por hacer, del fracaso más humillante de la vida, el triunfo
soñado de nuestras más sublimes ilusiones.
¿Por qué sucede, en el
ámbito de la religión, lo que a nadie se le ocurre imaginar en los demás
sectores de la vida?
No sé si este fenómeno -
tan claramente contradictorio - se produce, con tanta naturalidad, en la
historia y las costumbres de otras religiones. En el cristianismo es un hecho,
que tiene una historia de siglos, y unas raíces que se adentran en los orígenes
de la Iglesia. Y es que, por más vueltas que le demos al asunto, no es fácil entender la pasión de Jesús.
¿Dónde está la clave del
problema? En los escritos más antiguos de la Iglesia, los documentos que
llamamos el Nuevo Testamento, hay dos teologías, que no se han integrado
debidamente la una en la otra, sino que se pensaron y se escribieron
independientemente la una de la otra. Y que, en cuestiones muy decisivas, nos
vienen a decir cosas que no son fáciles de armonizar. La primera de estas
teologías (la que primero se escribió) fue la de San Pablo (entre los años 45 y 55). La segunda fue la de los evangelios (después del año 70,
hasta los años 90).
La diferencia más obvia,
que se advierte entre estas dos teologías, es que la de los evangelios es una “teología narrativa”, o sea, está
construida sobre la base de una serie de relatos
mediante los que se nos explica la forma de vida o el proyecto de vida que
llevó el protagonista de tales relatos, un modesto galileo del s. I, Jesús de
Nazaret. La teología de San Pablo es una “teología
especulativa”, es decir, está construida sobre la base de una serie de reflexiones religiosas, que no se
refieren ya directamente al humilde galileo, que fue Jesús, sino al Hijo de Dios, Mesías y Señor nuestro (Rom
1, 4), que es Cristo, el Resucitado que está junto al Padre del Cielo.
Esto supuesto - y como es
lógico - estas dos teologías nos ofrecen dos explicaciones de la pasión y
muerte de Jesús. Según la teología de
los evangelios, la decisión de la muerte de Jesús la tomó la autoridad religiosa (el Sanedrín: sumos sacerdotes, senadores y
maestros de la Ley). Y esta decisión fue aprobada por la autoridad política, el prefecto del Imperio. El motivo de la
condena a muerte fue religioso (a Jesús se le acusó de ser un peligro para el
templo, ser y actuar como un blasfemo y un delincuente); y fue político (como
el gobernador mandó poner sobre la cruz). Según
la teología de San Pablo, Cristo murió en la cruz, no por decisión humana
alguna (un asunto que Pablo nunca menciona), sino porque “los pecados se expían
por la sangre”, lo que se refiere a Cristo que soporta la ira desatada de Dios
sobre todos los pecadores (Rom 3, 19-20. 25). Así, sobre el Crucificado cayó el
juicio destructor de Dios, que, con la muerte de Jesús, condenó “el pecado en
su carne” (Rom 8, 3). Lo que representa que, para san Pablo, Jesús se hizo
“maldición” (Gal 3, 13) y “pecado” (2 Cor 5, 21) por nosotros. En definitiva,
la teología de Pablo viene a ser la aceptación del principio sobrecogedor que
presenta la carta a los Hebreos: “sin
derramamiento de sangre no hay perdón” (Heb 9, 22).
Resumiendo: la pasión de Jesús, según la teología narrativa de los
evangelios, se explica porque Jesús, en el que está presente Dios y se nos
revela Dios (Jn 1, 18; 14, 9; Mt 11, 27 par), se enfrentó al sufrimiento humano
(enfermedad, pobreza, hambre, marginación, desprecio, humillación,
odio...). Según la teología especulativa
de san Pablo, la pasión de Cristo se explica porque Dios necesitó el
“sacrificio” y la “expiación” de los pecados, para así redimir al hombre
pecador.
Ahora bien, aceptando que
en el Nuevo Testamento se encuentran estas dos explicaciones de la pasión y
muerte de Jesús el Señor, el problema concreto que se suele presentar, en la enseñanzas de la Iglesia y en la vida de
los creyentes, está en que la explicación de la pasión, que ofrece Pablo, se ha
constituido, se presenta y se le pide a la gente que la viva como el dogma de fe de nuestra salvación.
Mientras que la explicación de la pasión, que presentan los evangelios, se le
explica a la gente como un criterio de
espiritualidad para
practicar la devoción y la
caridad cristiana.
Por supuesto, sabemos que
Pablo insistió en la caridad y el amor cristiano (1 Cor 13, 1-13; Gal 5, 13-24;
Rom 13, 8-10). Como sabemos que los evangelios hablan, una y otra vez, de la fe
y de la salvación. Pero téngase en cuenta que, cuando Jesús habla de
“salvación”, se refiere a la “curación de enfermedades”. Es decir, en los evangelios,
“salvar” es remediar el “sufrimiento”. Por eso, cuando Jesús le decía a
alguien: “Tu fe te ha salvado”, lo que en realidad le decía es: “Tu seguridad
en mí te ha curado” (Mc 5, 34; Mt 9, 22; Lc 8, 48; cf. Mc 10, 52; Mt 8, 10. 13;
9, 30; 15, 28; Lc 7, 9; 17, 19; 18, 42). Y llama la atención que Jesús elogia
la fe de un centurión romano (Mt 8, 5-13; Lc 7, 1-10), de una mujer cananea (Mt
15, 21-28; Mc 7, 24-30) o de un leproso samaritano (Lc 17, 11-19), todos ellos,
personas que no tendrían la fe en el Dios de Israel. Sin duda alguna, lo
central en la teología de Pablo es la victoria sobre el pecado. Pero, si nos
atenemos, a la teología de los evangelios, lo central es la victoria sobre el
sufrimiento.
Todo esto supuesto, me
atrevo a decir que, mientras este asunto no tenga la debida y autorizada
explicación (y aplicación a la vida), la Iglesia no podrá cumplir con su tarea
y su misión en el mundo. En definitiva, con una teología desajustada y
desquiciada, no podemos tener sino una Iglesia igualmente desajustada y
desquiciada. En otras palabras, mientras Pablo siga siendo más determinante que
Jesús, en la teología y en la gestión de la Iglesia, ni la Iglesia ni los
cristianos vamos a ninguna parte.