Dios también es madre
Florencio Salvador Díaz Fernández. Estudiante de Teología.
Este tema no es recurrente, es un
tema que vivo. O mejor dicho, es una dimensión de Dios que vivo y experimento.
Parto de la base de que “DIOS, es la más abrumadora de todas las palabras
humanas” (J.I.González Faus). Muchas personas a través de la historia han
descargado en ella sus angustias y sinsabores. Aun hoy en día, es una palabra
manipulada, ensuciada, ensangrentada, en cuyo nombre incluso se ha llamado a la
guerra desde todas las religiones.
Cada cultura -a Dios- le ha dado forma, y le
ha representado y estructurado de una determinada manera; incluso se ha
establecido un culto determinado y diferenciado según la cultura. Cuando
decimos Dios, nos referimos en masculino a ese “Ser Trascendente”. Ese Ser que
supera nuestra existencia y nuestras capacidades y en cuya presencia
tradicionalmente hemos colocado todo lo que se nos escapa de las manos. Precisamente
por ese modelado al que Dios ha sido sometido a través de las épocas, se le
apartó de la dimensión maternal/femenina que ampliamente le caracteriza, solo
por cuestiones de primacía del varón en las culturas de entonces; ya que
ampliamente está documentado la existencia de “Diosas” en nuestra biblia (1Re
14).
Desde los comienzos de la civilización era la mujer la que aseguraba la
alimentación recogiendo lo que daba la tierra. Pero al establecerse la
agricultura (70s.aC) se necesita el manejo de instrumentos grandes y de gran
peso como los arados o la construcción de la irrigación, lo cual hará que el
varón supere a la mujer hasta hacerla un mero objeto de legitimación de la
estirpe, la crianza o el placer. Resumo recordando que la primacía del varón
caracterizó a Dios tal y como lo invocamos. Y por este motivo, todo carácter
femenino fue extirpado de la dimensión del “Ser Trascendente” al que
idealizamos como un anciano afable de blanca barba.
Nada más lejos de la
realidad. El Cardenal Gianfranco Ravasi, afirmó en el diario “Avvenire” (año 2005), que “al menos 60
adjetivos de Dios en la Biblia están en femenino” y que “existe claramente una
maternidad de Dios, y en más de 260 ocasiones se habla de las ‘entrañas
maternas’ del Señor”. Es más, si a Dios no le hubiéramos quitado por prejuicios
injustificados su dimensión femenina, la mujer estaría en muchos países y
culturas equiparada en derechos y libertades. Ya que hoy más que nunca,
atendemos a la urgencia de “liberar a la mujer de prejuicios que impiden que
salgan a la luz riquezas que solo la mujer puede aportar a las búsquedas
humanas” (Leonardo Boff).
Y al hablar de lo femenino, entiéndase que no trato
aquí la identidad de género, sino algo que va más allá; los rasgos femeninos de
Dios que son su creación, su gesta liberadora, su intencionalidad virginal, su
carácter esponsalicio (Is 62,4s), su fecundidad, su sensibilidad (Gn 30,1), su
amplio carácter materno…etc. No olvidemos que a imagen suya crea Dios al hombre
y a la mujer y a ambos le confiere su dignidad y su Espíritu. Una imagen
maternal de la que son reflejos otros testimonios formidables de mujeres en el
A.T., como Agar, Raquel, Deborah, Ana y Rispah; ya que esta última fue reflejo
del dolor de Dios por el martirio de los siete hermanos fieles a sus mandatos
(Mac 7).
Dice el Señor: “¿Acaso una madre puede olvidarse de su propio hijo?
Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré” (Is 49,15), “como una madre
consuela a su hijo, así os consolaré yo” (Is 66,13). La misma sabiduría que es
la palabra de Dios encargada de la realización de sus obras se dirige a sus
hijos como una madre (Prov 8-9) recomendándole sus instrucciones.
El propio
planeta Tierra, la tierra que pisamos es uno de los mayores exponentes del
rostro maternal de Dios, ya que ella es dadora de vida, es “nuestra casa común
[…] como una hermana, con la cual compartimos la existencia y como una bella
madre nos acoge entre sus brazos, la cual nos sustenta y gobierna, […] y clama
por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los
bienes que Dios ha puesto en ella.” (Francisco. Enc.Laudato Si´1-2).
Indudablemente el nuevo testamento no se sustrae a esta realidad del rostro
maternal de Dios, sino que desde Jesucristo lo agudiza hasta hacerlo un
magisterio dentro de la primigenia comunidad cristiana. Aquí es fácil recordar
la entrega que Jesús hace de su madre María, al apóstol Juan estando junto a la
cruz.
Pero esa entrega, solamente es una búsqueda de amparo por parte de Jesús
hacia su madre. El verdadero texto donde Jesús da a la maternidad un autentico
carácter es en Marcos (3, 31-35) al afirmar: “todo el que hace la voluntad de
Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Y precisamente es aquí donde
nuevamente Dios, desde Jesús, nos ofrece a cada uno de nosotros la posibilidad
de participar de cada una de las dimensiones que Dios tiene en el mundo,
testimoniando.
Y una de esas dimensiones es la maternidad. “El seno materno es
la expresión más concreta de la íntima relación entre dos existencias y de las
atenciones hacia la criatura débil […]. El lenguaje figurado del cuerpo nos ofrece
así una comprensión de los sentimientos de Dios por el hombre, más profunda de
lo que permitiría cualquier lenguaje conceptual” (Joseph Ratzinger,
Libro-entrevista con Peter Seewald). Muchas personas sean hombres o mujeres
nunca podrán tener hijos.
Precisamente quienes no han concebido o dado a luz,
han engendrado hijos desde un plano no biológico. En cada caso, a todos se nos
hace un llamamiento a la fecundidad de nuestra vida, y así participar con Dios
del carácter creador, comenzando por el respeto a la persona –sea quien sea- y
el cuidado de la Tierra nuestra casa común. Es cierto que es algo costoso, pues
ninguno de los que no hemos parido, sabemos lo que es adolecernos por algo que
no nos duele a nosotros, sino al hijo al que se ha alumbrado.
De ese amor,
desinteresado y amable nos habla constantemente Dios a través de Jesucristo en
su evangelio. Por ello, estoy convencido de que la maternidad de Dios es un
bello desafío para el/a cristiano/a de hoy en el año de la misericordia. Por lo
que no debemos tener miedo de hacernos eco de ese carácter maternal, sensible,
fraterno y amoroso. Una dimensión amorosa que nos lleva a auxiliar más allá de
la retribución mundana a la que estamos acostumbrados, que implica que todo
tiene un precio en euros. Acabo.
Estando en la maravillosa convocatoria papal
del año de la misericordia, cito aquí al profeta Miqueas (6,8): “practica la
justicia, ama la misericordia, y camina humildemente con tu Dios”. El Señor nos
libre de banalizar este texto. El Señor nos libre de no querer ser fecundos. El
Señor nos libre de socavar la integridad de cualquier persona. El señor nos
libre de relativizar todo lo que es femenino, simplemente por serlo. El señor
nos libre de ofender a la mujer al no equipararla en responsabilidades, incluso
eclesiásticas. Que para este apasionante camino por el año de la misericordia,
no nos falte la compañía y el amparo de uno de los auténticos rostros humanizados
de la maternidad de Dios, la Virgen María que mitiga nuestras amarguras con una
inagotable esperanza. Amén. Hermanos y hermanas del Calvario, feliz año de
vuestro aniversario fundacional. Paz y bien. Laus Deo.
Publicado en el Boletín nº 24 de la Hermandad del Calvario de Estepa (Sevilla)