IDEOLOGÍA DE GÉNERO, VIOLENCIA CONTRA
LA MUJER
La reciente
declaración del cardenal Cañizares, contra la “ideología de género”, ha
reactivado e intensificado la fuerte confrontación ideológica y mediática, que,
desde finales del siglo pasado, se viene manteniendo, y hasta se está acentuando,
entre los entendidos en este asunto, entre los no entendidos y hasta entre los
más ignorantes en el tema. ¿Dónde está el problema? Y sobre todo, ¿por qué
interesa esto tanto a la gente? Y, en definitiva, ¿qué pensar sobre esta
cuestión?
Lo primero
que, a mi juicio, se debería tener en cuenta es que hablar de “ideología de género” es hablar de “violencia”. De una de
las formas más brutales de violencia, que viene sufriendo más de la mitad de la
humanidad desde tiempos inmemoriales. ¿Por qué? ¿en qué? Me explico.
Como sabe
todo el mundo, raro es el día que no nos llegan noticias de mujeres que han
sido víctimas de la violencia que sobre ellas ejercen los hombres: malos
tratos, torturas, asesinatos… Y de sobra sabemos, digan lo que digan las
declaraciones universales de Derechos Humanos, el hecho es que las mujeres no
gozan de los mismos derechos que los hombres, Por ejemplo, las mujeres ganan
menos dinero que los hombres. Y, por tanto, se tienen que ver sometidas y
dependientes de lo que deciden los hombres, en una cantidad de asuntos y
situaciones que sería imposible enumerar aquí. Por no hablar de la vergonzosa
legislación de la Iglesia: he buscado en el “Código de Derecho Canónico”, y, en
el índice de materias, ni aparece la palabra “mujer”. Evidentemente, todo esto
es “violencia”. Y es una violencia brutal. Por no hablar de otros países, de
otras culturas, de otras religiones, donde la violencia contra las mujeres se
ensaña hasta el asesinato y la tortura legalizados.
Así no
podemos seguir. Por eso me parece acertado recordar que, con frecuencia,
aparecen ideologías cuyo motor es el odio. Un odio del que no suelen ser
conscientes quienes lo viven y lo difunden. A lo largo del siglo pasado,
surgió, en primer lugar, la ideología basada en el “odio de clases” sociales.
Lo que desembocó en el marxismo. Luego vino la ideología que se sustentaba en el
“odio de entre razas”. Lo que provocó el nacimiento del nazismo. Y ahora
tenemos otra manifestación del odio. El “odio entre sexos”. Lo que ha dado pie
a otra ideología. La ideología de
género. Para nadie es un secreto la violencia y el sufrimiento que estas
tres ideologías han provocado y, en buena medida, siguen causando.
Esto
supuesto, lo que básicamente defiende la ideología de género es suprimir de la
sociedad todo lo que pueda significar y causar opresión de la mujer. Lo que se
tendría que traducir en una sociedad enteramente igualitaria, sobre todo en
cuanto se refiere a las desigualdades entre hombres y mujeres.
Ahora bien,
para aclarar este asunto tan complejo, lo primero que debemos tener en cuenta
es que no es lo mismo hablar de “diferencia” que hablar de “igualdad”. La
diferencia es un “hecho”. Mientras que la igualdad es un “derecho” (Luigi
Ferrajoli). El hombre y la mujer son “diferentes” biológicamente,
somáticamente, etc. Pero el hombre y la mujer son “iguales” en dignidad y
derechos. Teniendo en cuenta que las “desigualdades”, entre hombres y mujeres,
son producto, no sólo del derecho, sino además son el resultado inevitable de
tradiciones culturales cuyos orígenes se nos pierden en las lejanías de la
pre-historia. Y no olvidemos que cuando
un hecho es producto de la cultura, ese hecho se incorpora a cada ser humano
“como constitutivo de su identidad”. Por eso, un hecho cultural no se
cambia mediante leyes, amenazas o castigos, sino solamente mediante la
educación. Una educación bien pensada y paciente, que sea capaz de modificar
ciertas pautas culturales que son condicionantes de nuestra identidad.
Esto
supuesto, tengo mis razones para pensar que es una simpleza (además de un
asunto muy discutible, por otras razones) decir que el enorme problema de la
ideología de género se resuelve – entre otras cosas – mediante la promoción de
métodos anticonceptivos o promoviendo campañas a favor del aborto. Hay que
precisar muy bien lo que se dice cuando se habla de estos asuntos. Porque,
entre otras cosas, lo que se consigue, con este tipo de afirmaciones genéricas,
es poner nerviosos a obispos y cardenales, que, ante las autoridades que van a
legislar sobre estos temas, tienen más poder de lo que seguramente imaginamos.
A lo dicho
hay que añadir que “los orígenes del puritanismo” son determinantes en esta
cuestión. Pero tales orígenes son tan antiguos, y están tan enraizados en la
cultura de Occidente, que, como ya demostró el profesor de Oxford, E. R. Dodds,
este puritanismo fue asimilado ya por Jenofonte o Píndaro, que tomaron estas
convicciones de conducta de los chamanes que existen todavía en Siberia. Y que,
en el s. V (a. C), fueron convicciones popularizadas por Pitágoras y
especialmente Empédocles, que, en su obsesión por la “pureza”, llegó a
estigmatizar el matrimonio. Un estigma que las religiones siguen considerando
como necesario para el acceso a ”lo sagrado”. El intocable celibato de los
curas es buena prueba de esto.
Por mi
condición de teólogo, quiero acabar indicando dos cosas: 1) Jesús no se
interesó nunca por los temas relacionados con la sexualidad. Es un asunto del
que no hablan los evangelios. Cuando Jesús se refirió a esta cuestión, lo hizo
porque hablaba de mujeres casadas. Y, en la cultura judía de entonces, la mujer
casada era propiedad del marido. Lo que impedía la igualdad de hombres y
mujeres (Mt 19, 1-9 par; cf. Dt 24, 1)). O era una situación en la que desear a
una mujer casada, era “desear lo ajeno”, que prohíbe el décimo mandamiento (Ex
20, 17: Mt 5, 31-32). 2) El único colectivo humano, con el que Jesús nunca tuvo
el más mínimo enfrentamiento, fueron precisamente las mujeres, por más que se
tratase de infieles, de prostitutas, de adúlteras…. Jesús las defendió siempre.
Y ellas siempre estuvieron de su parte. Hasta que agonizó en la cruz.
Y termino
diciendo que “los hombres de Iglesia” (curas, obispos, cardenales) harían un
bien inmenso a esta Iglesia, si dejaran ya de hablar tanto de asuntos de los
que entienden poco, como es el caso de los temas relacionados con el sexo, y se
preocuparan más por la justicia, el sufrimiento humano, la igualdad de todos en
dignidad y derechos. No lo olvidemos nunca, nuestro extravío, como seguidores
de Jesús, está en que “la pureza, más
bien que la justicia, se ha convertido en el medio cardinal de la salvación” (E.
R. Dodds). Aunque parezca mentira, esto ha sido, y sigue siendo, la ruina de la
Iglesia y de la cultura de Occidente.