“Buscad al Señor los
humildes de la tierra”
Es muy curioso que Jesús en el
llamado sermón del monte, a quienes les escuchan no les obligue o anima a realizar
tales o cuales prácticas rituales concretas. Jesús relativiza todo eso, pues
para él no tiene una prioridad determinada.
Por el contrario, el objetivo
primordial de Jesús es la misma condición de la que él mismo participa, la
humanidad. Efectivamente, la condición humana es la última expresión donde Dios
se manifiesta, tanto en vida desde cada sujeto, como vida proyectada hacia
nosotros desde cada una de las personas que interactúan o se relacionan con
nosotros en la vida.
No cabe duda de que si Jesús de
Nazaret fuera un político, este hubiera sido su programa electoral, con el que
ofrecer a la gente la columna vertebral de sus mismos ideales. Por ello, aquí
Jesús, en este monte maravilloso junto al lago de Genesaret –que muchos hemos
tenido oportunidad de visitar-, caminando entre la gente, va desgranando la
viva esencia de Dios Padre, que es amor. Y nos aconseja (Mateo 5,1-12a) que
seamos personas disponibles, sensibles, de ternura, solidarios, misericordiosos,
honrados hasta el límite, pacíficos y todo ello dando un testimonio de vida que
nos asemeje a él mismo.
Y como Jesús es la revelación de
Dios, de ese Dios Padre que nos acompaña a los creyente desde el origen de los
tiempos; pues la Liturgia de la Palabra nos ofrece igualmente testimonios del
nuevo o antiguos testamento, por medio de los cuales aprendemos que la pobreza
y/o la disponibilidad hacia los demás es primordial para llegarnos al autentico
rostro del Padre. Un Dios, que en la vida nos ama y nos busca y que “ha
escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para
anular a lo que cuenta” (1Cor 1,26-31). Un Padre que quiere acogernos junto a
sí, cuando lleguemos al desprendimiento total de todo aquello que lastra nuestro
vivir cristiano y humano (Sal 145,7.8-9a.9bc-10).
¡Qué satisfacción mayor que
colaborar con Dios en la construcción de nuestro mundo! Poner nuestras vidas
nuestras manos y meterlas en el lodazal de la vida lo mismo que Jesús se
enfangó en el Jordán, para llegarse a la humanidad total desde donde tiene el
origen la vida. Y desde allí, donde están la vida cruda y dura; colaborar en
llevar a cabo el Reino de Dios. Sin guerras ni batallas domésticas, sin mirar
donde llega tal o cual persona para ser yo más aun. Conformándose con lo que
cada cual es. Pues aun siendo sencillos y pobres, serémos hjos de Dios. Cuando ese
trabajo haya sido tarea nuestra, cuando hayamos colaborado en ello; podremos
mirar cara a cara al Señor y descansar en su paz. Y entonces, esa paz nadie nos
la podrá quitar (Sofonías 2,3;3,12-13). Buen finde.