UNA RELIGIÓN PARA ESTE MUNDO
José M.
Castillo
Ocurre con demasiada frecuencia que
mucha gente no se da cuenta del peligro, que entrañan las religiones, cuando
ponen el centro de interés de los creyentes, no en “este mundo”, sino en el “otro
mundo”. Porque esa esperanza ilusionada, con los premios y delicias de la
“otra vida”, puede ser el argumento justificante que motiva al terrorista, para
quitarle “esta vida” a la víctima que él necesita matar para irse derecho al
paraíso, que los funcionarios de la religión le han prometido.
La relación entre religión y muerte es
tan antigua como la existencia del ser humano en este mundo. Los más
documentados estudiosos de la historia de la humanidad han demostrado
sobradamente que el “homo sapiens” (el “ser humano”) ha sido siempre, desde sus
orígenes más remotos, “homo necans” (el “ser que mata”). No necesariamente por
maldad, sino por necesidad. Toda vida vive a costa de otras vidas (W. Burkert;
G. Theissen…). Lo que no podemos saber es cómo, cuándo, ni por qué esta
necesidad de subsistencia adquirió un valor religioso. Y así se convirtió en
“sacrificio”.
¿Es esto un disparate o una falta de
respeto a la religión y lo que la religión representa? Quien busque esta
escapatoria, debería tener siempre presente que la misma base del cristianismo
es un asesinato, la muerte inocente del hijo de Dios.
Pero no es esto lo más importante, ni
lo más original, que ofrece el cristianismo. Lo central y determinante, que los
cristianos encontramos en el Evangelio, quedó formulado con singular
profundidad en una de las cartas que Dietrich Bonhoeffer escribió a un amigo
(abril de 1944), desde la cárcel de Tegel, poco antes de ser asesinado por los
nazis: “La fe en la resurrección no es
la “solución” al problema de la muerte. El “más allá” de Dios no es el más allá
de nuestra capacidad de conocimiento. La trascendencia desde el punto de vista de
la teoría del conocimiento no tiene nada que ver con la trascendencia de Dios.
Dios está más allá, en el centro de nuestra vida. La Iglesia no se halla allí
donde fracasa la capacidad humana, en los límites, sino en medio de la aldea”.
Dicho de forma más sencilla y directa.
Tenemos demasiada religiosidad para el otro mundo, si la comparamos con la
anticuada y debilitada religiosidad con la que pretendemos afrontar el
demasiado sufrimiento que los más desamparados tienen que soportar en este
mundo. Esto tiene que cambiar. O ponemos a Dios en el centro de nuestra vida y
de nuestra convivencia; o todo lo de Dios, la muerte, la esperanza y la vida
eterna, terminará siendo mera palabrería sin contenido. Y entonces, cuando nos
quedemos con meras palabras y esperanzas sin contenido, entonces quedaremos en
manos de los canallas, posiblemente los más insospechados.