En la ciudad belga de Lieja se
celebró en 1246 la primera procesión de Corpus Christi; ya que ese mismo año el
papa Urbano IV promulgo el 11 de agosto su bula “Transiturus de hoc mundo”, por
el que alentaba la muestra pública de la Eucaristía a través de un cortejo
procesional. 305 años más tarde sería el papa Julio III el que en la decimo
tercera sesión conciliar confirmara el 11 de Octubre de 1551 el decreto de
Trento, por el que se regula el culto y la veneración del santísimo sacramento.
A esto dio pié la tan controvertida herejía del suizo Johannes Œcolampadius (S.XV) ilustre
teólogo protestante contemporáneo de Martín Lutero, que disputó con el
catolicismo cuestiones fundamentales sobre la eucaristía.
La creación del
Corpus Christi no deja de ser paradójica, en cuanto que allá por el siglo VIII
se quiso realzar y ensalzar el misterio eucarístico, cuando se le había cerrado
al pueblo las puertas a este mismo misterio; por medio de la misa en silencio y
de espaldas al pueblo, en lengua extranjera y un ritual cerrado en el cual las
personas solo acuden y –si acaso- contestan. Estamos casi en las mismas hoy por
hoy.
La misa es una cosa y puede que en ocasiones esté exenta de misterio
eucarístico. Sí, porque cuando se establece un ritual cerrado, un ritual denso
solemne y solo para unos pocos que puede que lo entiendan; se encarece la significación
de la Eucaristía que Jesús nos enseñó a celebrar, en la cual prima la actitud
de servicio y el compartir, por encima de todas las cosas. Yo celebro la
eucaristía en cuanto que asisto a ella junto a la comunidad cristiana, y
reconozco en ese trozo de pan fino y blanco la Presencia de Jesucristo, al
igual que reconozco la misma Presencia en cualquier alimento que es vivido y
compartido en su Nombre y entre Hermanos.
“Eucaristía es reconocer como
servicio pastoral a tantas personas que ajenas a la iglesia con trasfondo
cristiano en muchos casos, hacen el bien sin mirar a quien y nos dan una
lección de entrega y humanidad a los de misa y oración todos los días”
En actitud de servicio de entrega, se
sinceridad y autenticidad. “La Eucaristía es la fuente y cima de toda la
evangelización” (Presbyterorum Ordinis - Vaticano II. 7-12-1965). Hoy por hoy,
considero que esta máxima es cierta pero incompleta si se mira desde el prisma
eclesial. La eucaristía es fuente y puede ser cima y cumbre, pero tal y como la
tenemos enfocada en nuestros días es absolutamente inservible para la nueva
evangelización. Una evangelización cuya esperanza radica en los jóvenes, en
aquellos que tienen el mundo en sus manos y que están ávidos de enseñanzas, de
principios y de liderazgo. ¿Cómo es posible que la Iglesia en cada una de sus
parroquias –y siento generalizar-, no consiga revitalizar el rostro de Jesús de
Nazaret y lo haga atrayente a los ojos de todas las personas, como por ejemplo
hace el papa Francisco?
Para ello sería muy necesario la apertura y la
diversificación en cuanto a las responsabilidades pastorales entre el pastor y
los agentes de pastoral y los laicos. Y creedme que se de lo que hablo. Las
parroquias están muy necesitadas de democracia, sí. No tiene porqué ser esto un
término o principio ajeno a la iglesia, cuando se solicita por activa y por
pasiva sentido de comunidad, congregación, unidad…etc. Para ello, lo primero
que habría que hacer es reconocer como servicio pastoral a tantas personas que
ajenas a la iglesia pero con un trasfondo cristiano en muchos casos, hacen el
bien sin mirar a quien y nos dan una lección de entrega y humanidad a los de
misa y oración todos los días (Mc 9,40).
“El apostolado de los laicos, que
surge de su misma vocación cristiana nunca puede faltar en la Iglesia (Proemio
de la Apostolicam Actusitatem, Vaticano II. 18-11-1965). Pero hay que dejarles
trabajar, hay que dejar terreno de actuación, y sobre todo hay que saber acercar
la eucaristía a las personas. Pero no haciendo una procesión cada vez más
pomposa -y vive Dios que me refiero a la generalidad-, que era útil hace 800
años y cuyo misterio y esencia hoy es absolutamente desconocido para la mayoría
del pueblo. Por cierto, no me gusta hablar de misterio respecto de lo
indescifrable cuando hablo de eucaristía.
Yo la considero un misterio, pero un
misterio a descifrar a desvelar. Porque no hay eucaristía sin persona humana,
sin humanidad. Y la Eucaristía tiene tantas facetas y posibilidades de
relevarles y mostrarse maravillosa, fraternal, enriquecedora, sensible,
cercana…etc; tantas como personas hay en el mundo y somos muchas. Para
sintetizar todo esto acabo citando al apreciado amigo José Antonio Pagola, al
cual nunca le falta una pizca de razón: “la preocupación por defender y
precisar la presencia del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía, ha
podido llevarnos inconscientemente a olvidar la presencia viva del Señor
Resucitado en el corazón de toda la comunidad cristiana”.
Si no actualizamos y revitalizamos la
eucaristía, se nos perderá entre los varales del palio de respeto. Esperemos
que no ocurra y que todos colaboremos en ello. Abrazos fraternos.
Fraternalmente, Floren.