¿Dónde ubicaremos el
Reino de Dios?
Es un tema, más que elocuente
para el cristiano de cada tiempo. Aun lo es más ahora, en este tiempo de
absoluta deslocalización. Hemos celebrado la solemnidad de Jesucristo Rey del
Universo. Una fiesta con la cual eclosiona y finaliza el año litúrgico, para
dar paso al año nuevo con la esperanza del Adviento. El Reino de Dios es en
ocasiones confundido por muchas personas. Se le confunde con la morada de los
difuntos, o con la casa de Dios. Se le relaciona con la autoridad de Dios y su
omnipotencia, o con ese paraje eterno y paradisiaco que el Señor nos promete
constantemente en su vida púbica…etc.
Pues ni lo uno ni lo otro. El Reino de
Dios, como tal o dicho así, es absolutamente inmaterial. Precisamente por esa
cuestión, la mayoría del pueblo judío no alcanzo a reconocer al Salvador e Hijo
de Dios, Jesucristo. El pueblo judío –nuestros hermanos mayores en la fe-
esperaron la instauración divina de un estado político o algo parecido, que en
primer lugar acabara con la dominación de Roma durante tantos años. Pero este
modelo de Reino de Dios, tampoco era el Reino que enseñaba Jesús. Sabemos que
Jesús testimoniaba el Reino de Dios y que esperaba en él.
Eso sí, desde dos
perspectivas claramente diferenciadas. Una de ellas es relativa a una apoteosis
realizada por Dios, mediante la cual Dios mismo se dará nuevamente a conocer a través
de Él mismo, el Hijo. Jesús “anuncia esta portentosa venida del Reino de Dios,
al menos en cinco ocasiones en sus evangelios, aunque en las dos últimas veces
hace referencia a la imprecisión de su consecución (John P.Meier).
Puede ser
pronto o puede ser tarde, pero no sabemos cuándo será; y por eso mismo nos
llama Jesús tanto la atención sobre la necesidad de “estar alerta”. Por ello,
la segunda perspectiva cristológica de la venida del Reino apuesta por la instauración
del mismo, desde las obras de nuestras manos; y ahí es donde los cristianos de
hoy en muchos casos damos palos de ciego.
No se puede decir que donde esté
nuestro corazón, ahí está el Reino de Dios, en absoluto. Porque la mente y el
corazón, podemos tenerlos en ocasiones en lugares absolutamente distintos a los
valores enseñados por Jesús.
Decía antes de la inmaterialidad del Reino de Dios
y creo que digo bien, aunque admitiendo la repercusión emotiva, psicológica y
física, que tiene sobre el otro (quienes viven junto a nosotros) la
implantación del Reino de Dios, o el comportarse conforme a lo testimoniado por
Jesús.
Este nos anima a una praxis determinante que tiene como objetivo
primordial toda la creación de Dios, colocando al ser humano en el centro de
todo. Incluso, relativizando las mediaciones (sagradas en muchos casos) que nos
llevan a Jesús, a Dios o a otras figuras que veneramos en el catolicismo.
¿Qué quiero
decir con esto? Pues por duro que sea de entender para algunos, todo el culto
que podamos brindar a Cristo (oraciones, rituales, veneración de imágenes,
misas…etc), este no lo acepta o no lo tiene en cuenta, si lo anteponemos a la
fraternidad y las buenas relaciones con las personas, sean sujetos colectivos o
individuales (Mateo 5,23-24).
Lo diré aun más claro, quien ofende la dignidad
de una persona antes de ir en busca de Dios que se quede en su casa y trabaje
por la restitución de esa dignidad perdida. Para algunas personas este
planteamiento es molesto, si.
Creen que a golpe de confesión lo podemos
arreglar todo, que burla.
Pero Dios conoce nuestra masa y desde Jesucristo plantea sus prioridades.
Y la prioridad de Dios es SU CREACIÓN, toda ella hombres, mujeres y todo ser
vivo. Ojalá nuestras prácticas religiosas no nos apartes de la autenticidad del
Reino. Un reino que como canta la copla, es reino de paz y justicia, reino de
vida y de verdad. Otras posibilidades son una quimera. Atentos al Adviento.
Fraternalmente, Floren.