Ayer en vísperas y tras recitar el
cantico de María, llamado “magníficat” y con el eco del Evangelio en mi cabeza,
me convencí de que Dios no nos ajusta las cuentas. No, no lo hace ni lo hará. “Su
misericordia alcanza de generación en generación” dice Lucas 1,50.
Por lo que,
si Dios es misericordia –lo cual quiere decir caridad infinita-, no puede ser
ni Padre ni amoroso, si ajustara las cuentas a sus hijos e hijas con toda la
crudeza de estos términos. Señalo que el versículo que he nombrado del magníficat,
continua en estos términos: “a los que le temen”. O sea, según este texto la
misericordia alcanza a los que temen a Dios.
Hay que tener en cuenta que el magníficat
está compuesto por una gran diversidad de textos, todos ellos del Antiguo
Testamento. La primitiva comunidad cristiana lo coloca en boca de María, pero
es probable que María se expresara en unos términos más sencillos sin
desvirtuar el sentido de la manifestación de su humildad y disponibilidad hacia
Dios. “A los que le temen” está influenciado por el texto del que se toma este versículo,
que corresponde al salmo 103 del rey David, sobre el amor de Dios.
Ya sabemos
en qué términos drásticos se refiere en muchos casos el A.T. a Dios, sin perder
de vista que cuando se alude al temor o a los adeptos de Dios, se refiere el
escritor a aquellos que a Dios le son fieles, suavizando así la esencia de Dios
mismo. La liturgia de la Palabra de este domingo –como el domingo anterior- es
ya un preámbulo de lo que vendrá en pocos día, el ADVIENTO.
Proverbios hace un
alegato a favor de las buenas virtudes, esenciales para demostrar lo que uno es
desde la inmediatez de su vida, la comunidad familiar. Y lo hace
maravillosamente a través del ejemplo de una mujer hacendosa. Si en la lectura
del salmo 127 cambiamos la palabra temor por fidelidad, encontraremos la
verdadera esencia de este bello texto, escrito por alguien que siente en sus
carnes el amor de Dios. La carta de Pablo nos lleva el origen de toda la
liturgia de la Palabra: estad alerta porque se acerca el Señor.
Y finalmente es
Jesús en el Evangelio de los talentos, el que nos muestra lo que Dios NO ES. No
interesa aquí referirse a la productividad de la fe, pues la fe se puede
demostrar de muchas formas. O sea, no por hacer muchas cosas se tiene más fe y
se está más cerca de Dios. Cuidado de no prestarse a un mercadeo en el que Dios
y Jesucristo no entran, “te doy porque me das”, no.
Porque eso es obtención de
privilegios, algo detestable para Dios. Por el contrario, en el evangelio está
patente la opción que Dios pone ante cada persona de prestarse a su Reino o no
hacerlo. A cada cual se nos da una vida y unas aptitudes, para que compartamos
todo lo que tenemos. Pero Dios nunca nos va a reprochar nada, no. El reproche,
el temor, el mercadeo de la fe y los sacramentos, esa es la deformación a la
que a través de los siglos hemos sometido a Dios, y lo seguimos haciendo.
Incluso nos reprochamos cosas nosotros en nombre de Dios, que absurdo.
Aun se dirime
la vida de muchos cristianos entre pecadores o no pecadores, cumplidores o no,
fieles o herejes, leales o ácratas…etc. Que esta situación a la que nos someten
en muchos casos no nos lleve al temor de esconder el talento por no saber si
vamos a acertar o no. Si tenemos miedo, que la reacción sea a la ofensisa y no a la defensiva; la ofensiva del respeto y la fraternidad para neutralizar a esos boceros de Dios a los que hay que temer, pues dicen y no hacen.
Dios nos quiere simplemente si la intención es buena.
Porque Dios está en otra dimensión absolutamente distinta.
Fundamentalmente está
en el otro. En esa persona que incluso quizás ni yo conozca, pero en la cual
debiera yo de descifrar el rostro de Dios. Según mi actitud y mi coherencia
cristiana, actuare de una manera u otra; y será esa persona anónima objeto de
mi consideración, ignorancia o despecho la que me juzgará.
Ahí si está el
juicio de valores, y el valor de mi talla como creyente o cristiano seguidor de
las huellas de Jesús el carpintero de Nazaret que ya está llamando a mi puerta.
De nuestros protocolos misas e historias a las cuales yo me presto, creo que Dios
quiere saber más bien poco, mientras todo eso no tenga un reflejo en la
comunidad en su conjunto, creyente y no creyente.
Llega el Adviento, el tiempo
de la Palabra, el tiempo de la quietud y la contemplación por excelencia, el
tiempo de esperar al Señor. Él espera mucho más de nosotros, de lo que nosotros
lo esperamos de Él, pues la vida es un continuo dar gracias por tantos dones. Aun
así, preparémonos para –valga la redundancia- preparar un buen camino al Señor.
Buen domingo y buen camino.
Fraternalmente, Floren.