Hace unos días un partido político celebro su centenario de la llegada a las Cortes españolas en la popular calle Carrera de San Jerónimo en la capital de España. Lo que resulto ser un cierre de filas frente al presidente de la fuerza política y frente a la crisis institucionalizada, concluyo con una declaración de uno de ellos admitiendo con contundencia que ante la crisis: ¡militancia, militancia y militancia!. Y en el preciso momento en que veía la noticia en el telediario de la noche, traspuse la frase del político por la de la cabecera de este escrito: ¡evangelio, evangelio, evangelio!.
Aunque reconozco que soy uno de los muchos españoles que está hasta la coronilla de escuchar hablar de la crisis y de datos que casi ni conozco, mercados, bolsa…etc; reconozco igualmente que la económica no es solamente la única crisis. Las hay de salud y muy numerosas, y estas son las más temidas. Las hay de pareja y cuantiosas. Igualmente las hay de fe y en una cantidad desmesurada y lastimosa. Mis padres como miembros de los E.N.S. realizaron hoy la llamada sentada, que no es otra cosa que la puesta en común del tema a tratar en la reunión próxima, así como el diálogo en la pareja de cuantas cosas acontezcan. No tenia la oreja puesta, pero escuche a mi madre reconocer que se encuentra con la fe un poco relajada, por decirlo de algún modo. Y consideraba que la ausencia a las practicas religiosas populares, favorecían la falta de fe. Respeto a mi madre pero no estoy de acuerdo con ella.
Aun así creo que la entiendo porque son legión todos los que han sufrido y han quedado descolocados ante la marea de escándalos en la Iglesia. Por todo ello creo que la situación actual de la iglesia y el sentido de comunidad que la caracteriza, solamente es sostenido por los laicos que formamos juntos las distintas comunidades. En cada una de ellas ejerce de pastor un presbítero o ministro ordenado o facultado al efecto, pero además de ese consejo del responsable de la comunidad, se me hace esencial el que cada uno pula, de brillo y mime su relación personal con Dios nuestro Padre, que en el mundo nos ama y nos busca, para llegarnos a ser autenticas personas de fe, “pues al que tiene se le dará más y tendrá de sobra; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mt 13,12).
Considero que para llegar a esta relación hay que tener los pies muy en el suelo y desde luego considerar varias posibilidades. La primera es la de sentirse persona libre y capacitada para obrar por sí misma sin perder el sentido de comunidad en la que vive.
“Esa libertad de pensar y hacer que la Asamblea Nacional Francesa otorga al hombre social como un derecho imprescindible de la naturaleza, es un derecho ilusorio porque, ¿no es contrario en si mismo a los derechos de la creación?”. Estas palabras fueron escritas por Giovanni A. Braschi en 1791 a los obispos franceses, para que supieran que tenían que decir ante la proclamación de los derechos del Hombre por parte de la Asamblea Nacional Francesa. Y la verdad o mi verdad, es que la libertad allí donde germinando ha crecido, lo ha hecho pagando un precio carísimo por ello. Todos los que desde la antigüedad han detentado sobre el hombre o la persona humana poder material, moral, espiritual o territorial, siempre se han negado a la concesión de libertades y oportunidades de desarrollo. ¿Por qué?. Esta claro, porque se pierde autoridad y poder sobre el otro.
Frente a estos planteamientos y vista la situación social, gubernamental y eclesial en la que nos encontramos, a mis treinta y dos años y quizás con una dosis proporcional de ímpetu, me pregunto: ¿quién está en situación de decirnos al pueblo, que es lo que tenemos que hacer?. Interpreto Mt 9,15, y me niego a la tristeza y a la excesiva negatividad porque tenemos junto a nosotros a Jesús. La frase parece de un iluminado o de alguien que cobra demasiado y en su cuenta corriente no descansa su preocupación. ¡No es así desde luego!. Soy “mili€urista”, me veo celeste para pagar mi piso y veo como los clientes de mi negocio no compran con la misma alegría o efusividad de hace tres años. Soy consciente de la realidad del país, y por ello considero que los cristianos debemos de tomar como nuestro el evangelio e iluminar nuestra vida y la vida de los que podamos. No me cansaré de repetir aquella frase hecha: “tengamos en cuenta que nuestra vida, es el único evangelio que mucha gente leerá”. Por ello ¡evangelio, evangelio, evangelio!, lo que quiere decir igualmente testimoniar. De esto si que está necesitada la sociedad, de testimonios. Personas que aporten ideas mas que censuren. Personas que ofrezcan apoyos antes que sobre poner obstáculos. Personas que sonrían un poco a los que ya les resulta demasiado difícil sonreír. Testimonios de calle al fin y al cabo. Testimonios de Cristo y testimoniadotes de un rostro parecido al nuestro y que es el rostro de Dios. Un Dios que animó a otros en su día a ser testigos y anunciar. ¡Si ellos fueron capaces, porque no somos capaces nosotros en esta dura etapa en que a los cristianos la sociedad nos exige anunciar!.
Aunque soy joven, no ignoro los ejemplos de virtud y determinación que a lo largo de nuestra historia más reciente se han sucedido. Y por ello doy gracias a la vida, porque cuando uno siente el tambaleo de la crisis encima o nota un flaqueo en sus piernas ante el desastre de algunos, solo tiene que mirar en derredor o hacia atrás, y fortalecerse con el ejemplo de unos y otros. Quisiera haber escuchado con mis propios oídos a Dolores Ibarruri defender en las cortes los derechos de la mujer en aquella España del 77, y oírla gritar aquello del Che “mas vale morir de pié que vivir arrodillado”. Quisiera poder tener junto a mi a un pastor con la determinación de Oscar Romero, y gritar a los violentos e incluso ordenarles en una homilía publica, “¡…les suplico, les ordeno, que terminen con la represión al pueblo salvadoreño!. Y por pedir quisiera, tener una mirada baja y unas manos llenas de ternura como Teresa de Calcuta para poder dedicar al menos setenta y cinco años de mi vida a la entrega por los demás. Y tener capacidad de diálogo como Juan XXIII, cuando inauguro el Concilio vaticano segundo abriendo los brazos y gritando en publico: “Iglesia háblame”.
Gritemos ¡evangelio, evangelio, evangelio!, y seamos personas de verdad por encima de todo, y dejemos de lado la preocupación por el que dirán o el como lo interpretaran. ¡Y sea usted un testimonio vivo de lo que sea!. Pero si es de paz y fraternidad, los suyos le recordarán como una persona pacifica, educada y buena. De eso no les quepa la menor duda. De no ser así quedará usted como alguien que ni pincho, ni corto, ni se mojo. Alguien que estuvo más preocupado de cubrir sus espaldas que de testimoniar.
Paz y bien a tod@s.
Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana