“Elías, el tesbita, de Tisbé, en Galaad, dijo a Ajab: "¡Vive el Señor, Dios de Israel, a cuyo servicio estoy!: en estos dos años no habrá lluvia ni rocío, mientras yo no lo diga".
(1Re17,1)
Hay quienes interpretamos en este hecho un cese de las actividades benéficas o protectoras de Dios, para con su pueblo Israel. Digamos que, una vez mas se siente Dios lejano con su pueblo, respecto de que esta comunidad no acaba ni de confiar en Él, ni de seguir sus consignas. Por ello Dios, de boca de su único profeta por entonces, Elías el tesbita, anuncia una gran sequía y con ello un alejamiento o dormición de Dios para con su pueblo. Sin enredarme, este cese de las actividades de Dios a día de hoy podemos interpretarlo, como este movimiento de masas o unipersonal en el que por medio de la inactividad, se quiere llamar la atención sobre algo.
Dos años estuvo cerrado el cielo, como medida para encauzar Dios el corazón de los suyos. ¿Consiguió Dios su propósito a pesar de su huelga particular?, ¿mereció la pena?
Tenemos encima en nuestro país una jornada plena de huelga general, en la cual además de oír durante el día el baile de cifras que serán consideradas un éxito o un fracaso; tendremos que “reoir” las opiniones favorables o desfavorables con la raíz de esta desganada huelga, la reforma laboral.
Por un lado el ministro de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho, aseguró que la nueva Ley del Mercado Laboral que ha aprobado definitivamente el pleno del Congreso será "larga" y beneficiosa, al tiempo que la calificó de "equilibrada" y "ambiciosa".
Así lo dijo el ministro durante su intervención en Congreso, durante el debate de las enmiendas provenientes del Senado, en el que señaló que la nueva Ley elimina incertidumbres en el nuevo marco jurídico y "da mayor seguridad a empresarios y trabajadores". Corbacho aseguró que el proceso de tramitación del Proyecto de Ley de la reforma a su paso por el Congreso y el Senado "mejora y completa el texto del decreto sin desvirtuarlo", y agradeció la actitud "constructiva" de la mayoría de los grupos parlamentarios.
Esto por un lado. Y por otro podemos dar cabida a la opinión de Juan Torres López, que en ATRIO, nos deja un documento bien argumentado sobre la legitimidad de la huelga general. Viene a decir el Sr. Torres que “Todas estas medidas –respecto de la reforma laboral- no solo van a producir el efecto económico que les he anticipado. Significan también una merma evidente de los derechos sociales, de la capacidad de negociación de los trabajadores, es decir, de los que ya de por sí tienen menos poder y menos capacidad de decisión. La prueba de ello es el acoso tan grande que se lleva a cabo contra los convocantes de la huelga que es, no se olvide, un derecho constitucional.
Y yo, como ciudadano, quiero estar al lado de los más débiles, de los que tienen menos defensas. Porque creo que lo necesitan y porque creo que hay que parar los pies a los que mandan demasiado, a los banqueros que no se hartan de ganar dinero aunque así lleven a la ruina a medio mundo, porque creo que hay que decir que estamos hartos de que los gobiernos representativos sigan a los pies de los mercados.
Y, aunque a veces me haya parecido que los sindicatos han tenido actitudes demasiado acomodaticias que igual han dado lugar a que lleguemos a donde ahora estamos, voy a la huelga que convocan porque tengo la convicción de que son una pieza esencial de la democracia para defender a los trabajadores. Y porque, cuando quieren acabar con ellos como ahora, hay que estar a su lado para evitar ese ataque que solo puede calificarse como de auténtico peligro fascista.”
De corazón les digo –visitantes de este blog-, que yo no acabo de enterarme de si es buena la huelga o no, puesto que no he leido a fondo todas las razones de un lado u otro. Me gusta la política, pero pienso que por un lado merecería la pena trabajar sin descanso por los trabajadores, y por otro considero que es posible hacer esto sin paralizar el país y lanzar a la calle a cientos de sindicalistas que mañana nos fastidiaran el derecho a trabajar, de los que queremos hacerlo.
Aun así, para iluminar esta cuestión leo esta tarde una parte de una carta pastoral que me regalo Carlos Amigo y que este titulo DERECHOS SOCIALES Y CARIDAD POLÍTICA. Os la ofrezco, con la seguridad de que todos coincidiremos en que, lo mismo que Pablo de Tarso reconocía a Cristo como su único principio y fin, todos los cristianos estaremos de acuerdo en defender el trabajo digno y bien remunerado.
Derechos sociales y caridad política (+Carlos Amigo Vallejo, Cardenal de Sevilla)
“Como católicos, no tenemos vocación alguna para ser litigantes permanentes con las administraciones públicas, pero sí defensores de los derechos que nos asisten como ciudadanos y como creyentes. No nos consideramos víctimas de sistema alguno, sino testigos del Cristo resucitado. Tampoco queremos ser unas gentes destinadas a vivir en una escondida catacumba, sino dar testimonio del Evangelio a plena luz. No solo no nos dejamos apabullar por los avances científicos y técnicos, sino que deseamos ser auténticos pioneros del estudio y de la investigación. Pero, no podemos permanecer como hombres y mujeres impasibles ante el sufrimiento de los demás, sino defender la auténtica dignidad de la vida humana desde su concepción hasta la muerte.
Cuidar de aquello que atañe al bien de la comunidad, es noble oficio de políticos y gobernantes, y compromiso ineludible de todo hombre de bien, que busca hacer que la sociedad, que son todos y cada uno de los que componen el llamado pueblo, puedan disfrutar de algo tan necesario y fundamental como es el reconocimiento y garantía de sus más legítimos derechos como ciudadanos. “Caridad política” se llamó a todo esto. Es decir: noble servicio a los demás.
Decía Benedicto XVI, refiriéndose a los políticos católicos, que deben tomar conciencia de su carácter de cristianos, no olvidar la defensa de aquellos valores morales universales que se fundan en la naturaleza del hombre y resultan imprescindibles para un ordenamiento civil que asegure una pacífica convivencia. Con todo, nunca se ha de olvidar, en una sociedad pluralista, la adecuada relación entre comunidad política e Iglesia, distinguiendo de manera inequívoca aquello que los cristianos hacen en cuanto ciudadanos, y aquello que realizan en nombre de la Iglesia juntamente con sus pastores. Los obispos españoles han dicho, en más de una ocasión, que la actividad política debe ser reconocida como una de las más nobles posibilidades morales y profesionales del hombre.
La fe comporta una responsabilidad, muchos compromisos y grandes lealtades. Y una incuestionable coherencia entre el pensamiento y la vida. No se pueden hacer equívocas distinciones entre lo público y lo privado, lo religioso y lo profano, las ideas y el comportamiento. Que se ha de estar abierto a un permanente y positivo diálogo, ello no solo no supone la claudicación de los propios convencimientos, sino una firme confianza en el valor de la fe que hace al hombre libre. Esta apertura llevará al diálogo con personas diversas y concretas, a la aceptación recíproca de las diferencias, al amor e interés por la verdad. En ese diálogo habrá que colocarse tan lejos del sincretismo, como de la absolutización y de la condicionante rigidez de las ideologías.
Tampoco se puede caer en una especie de pensamiento neutro, sin criterios ni opciones, que más parece repliegue ante la falta de convencimientos, o de libertad para la afirmación de la verdad, que actitud receptiva para el diálogo. Nunca puede olvidar el cristiano su unión con Cristo y que el evangelio es siempre el punto de referencia para el pensamiento y para la conducta. La fe cristiana no es un simple humanismo, que en el hombre comienza y en el hombre termina, ni tampoco una cultura personal, más pendiente de la propia perfección que del servicio a los demás. Es favor de Dios para quienes buscan sinceramente el honor de su nombre.
En el origen de este servicio “político”, de interés por el bien de la comunidad, está, como es natural, el Evangelio y se ha expresado, de una forma ordenada, en la doctrina social de la Iglesia, con la que se ha contribuido, y de forma admirable, a la reconciliación social y a la consolidación de la democracia.”