¿Debiera ser cada día un continuo renacer y morir?. ¿O morir y renacer?. Esta última perspectiva es más apetecible ya que la vida se sitúa siempre tras la muerte. Quienes me conocen saben que jamás he celebrado con un feroz entusiasmo la noche vieja y entrada del año. Cosas de la vida. Siempre he considerado corriente el día de noche vieja y nuevo año, excepto por el concierto en Viena de la filarmónica. Esa circunstancia de vivir con absoluta normalidad el nuevo año, me hace acentuar dos fiestas concretas del año. Por un lado el aniversario de mi nacimiento –que es mañana- y el comienzo del año litúrgico que celebro con mucha alegría y sobre todo sentido esperanzador.
Por ello hoy, en misa conventual de santa Clara, con las hermanas Clarisas, los queridos frailes y mi estimada Susi; al ofrecer el pan y el vino mis ojos estaban fijos en la mesa del altar, pero mi pensamiento se marchó a un tiempo lejano y luego mas cercano; ya que visualicé en breves segundos la vida de este sujeto que escribe.
Nací a las cinco de la tarde de un doce de Noviembre bastante más frío que este, entre los aromas de canela y otras hierbas. Quizás por ello soy de meriendas profusas y café prominente. Mi madre costurera y mi papa trabajador en una fábrica de mantecados. Una infancia corriente, donde según me cuenta mi querida tía Epi mi locura era jugar con trastos de cocina. La adolescencia de mal estudiante pegada a una tropa de amigos monaguillos entre las faldas de la parroquia de San Sebastián, que junto a mi añorado Don Manuel marcaron mi vida de una manera total.
Excesos pocos, alcohol nulo, travesuras las oportunas, canalladas cero, maldad juvenil al 5% y un ímpetu que en ocasiones me salía por la punta de los pelos. Pero traspasada esa línea que delimita la juventud guerrillera y reivindicativa y la edad adulta, me considero un hombre de fe y oración, educado e integro. Y no todo lo que soy lo considero merito propio, al contrario. Por ello –como decía- hoy le pido a Dios que no me deje de su mano, para que con la ayuda de propios y ajenos consiga ser fiel a la humanidad del hombre y la mujer de hoy y fiel al mensaje que se desprende del Evangelio de Jesús.
¿Me hubiera gustado ser distinto, quizás para tener menos dificultades en la vida?. ¡¡NO!!, como decía una frase de un póster ecuménico, “Donde Dios nos sembró es preciso saber florecer”, y a todos nos pintan bastos, respecto de que la superación de la dificultad la llevamos implícita como el ADN de nuestra carga genética.
Mañana al levantarme gritaré junto a Santa Clara; “¡Gracias Señor porque me creaste!”. Y probablemente solo me arrepienta de aquello que habiéndolo realizado yo, ha sido causa de mi vergüenza.
¿Me hubiera gustado ser amado por otra persona?. ¿Haber sido padre?. Quizás sí. ¿Ser ministro?, jaja… bueno no debo de dramatizar que parece que en lugar de cumplir 33 cumplo 71.
Lo cierto y verdadero es que hoy –el mañana es incierto- soy feliz y casi me da miedo el decirlo pues en muchos aspectos me siento pleno, querido por Dios e instrumento pequeño y suyo en la vida del mundo.
Por ello hoy que es día de despedida de los 32 y día de balance, me apodero de un texto de mi muy apreciado Pedro Casaldáliga y con el recito elevando mi alma a Dios lleno de gratitud.
No habré hecho el amor, no habré tenido
la gloria humana de engendrar, mi nombre
no dará nombre a nadie, no habré sido,
en la acepción cabal del mundo, un hombre.
De soledad en soledad migrando,
sin más hogar que el Viento y el Servicio,
Tu hoy voraz habrá sido mi cuándo,
mi navegante paz, Tu precipicio.
¿Te habré amado a Ti, Amor, amado
haciendo el buen amor de otros mil modos,
buscándote en la noche y el pecado,
sintiéndote en el grito y en la herida,
reconociéndote amable en todos,
dándote nombre en mi pequeña vida?
(Pedro Casaldáliga, 50 Cartas a Dios. Ppc)