CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

sábado, 27 de noviembre de 2010

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO, LITURGIA Y ORACIÓN.

Hoy comenzamos el adviento. 
Estemos preparados: va a nacer nuestro Señor. Es el signo del Amor de Dios a todos los hombres. Un Dios hecho hombre y pobre para llenar de esperanza a los pobres y a los sencillos. Es por tanto que ante este tiempo litúrgico tan esperanzador en el que ya nos encontramos, se nos hace un llamamiento; Confía y Espera. Es verdad que las cosas no siempre van bien. No podemos cerrar los ojos a la realidad doliente que nos rodea. No podemos dejar de llorar con los que lloran y estar cerca de los amigos o de cualquier persona marcada desesperadamente por el dolor. ¿Cómo decir entonces: Confía y Espera?
Es verdad que los ideales no siempre se realizan y los sueños no siempre se cumplen. Las grandes metas que nos proponemos ¡cuánto tardan en conseguirse!. Y la noche; que larga es para el centinela la noche. Minuto a minuto, hora tras hora.
Sin embargo el Adviento, pos pide a todos ser centinelas pero de la mañana, centinela de la mañana que detecta enseguida el primer albor de la aurora, el que lo presiente, el que lo anuncia. El que se enamora de los colores de la aurora y los canta, los pinta, los describe. Centinela de la mañana es el que se deja iluminar por el sol naciente y él mismo se transforma en luz contagiosa. Nunca se deja vencer por la noche. Siempre espera la mañana.
Por lo tanto es consigna para este adviento y para siempre, Confía y Espera, porque hay muchas razones para la confianza y para la espera. ¡ten presente que al final del camino, está el Señor!

A continuación publico una oración de valor incalculable. Me la envía un amigo que emerge de las mismas entrañas del Padre, hacia el camino de la fe. Su andar es curioso, expectante. Pero sus pasos tienen una coherencia y una responsabilidad, que a buen seguro se asemejan a los pasos de los primeros cristianos. Gracias amigo Antonio por participarnos tu oración.

ORACIÓN
"Para C…,  siempre una luz amorosa"


Soñé en el silencio demorado,
cuando el corazón dilata su pulso
y la oscuridad se colma de luces,
encontrar la dulzura de tu mirada.


Y comencé a borrar tus nombres
para ser más libre de nombrarte,
en la debilidad de una vida que nace,
en las arrugas de una vida que muere.


Deseé en cada noche orante,
cuando las luces se adelgazan
y las formas del mundo se pierden,
encontrar la ternura de tu mirada.


Y volví a escribir tus nombres
para ser más libre de nombrarte,
en la hiriente dignidad del que sufre,
en la ignorante maldad del que hiere.


Encontré en cada salmo, el rastro
de tus pasos amorosos reclamándome,
deseé en cada versículo, el signo
de tu sombra de Padre enamorado.


Y comenzaste a dibujar tu rostro
en cada himno torcido de miseria
en cada negro salmo de pobreza
en los abisales ojos inocentes
de cada infancia abandonada,
desde ellos nos mira implorante,
la ternura dulce de tu mirada.


Écija 25-11-2010

Plegaria. Domingo 1 de Adviento.A.
(Esta plegaria puede leerse tras las preces en la liturgia de las horas ya que en ella se incluye el espacio para el padre nuestro. Es útil para dinamizar los oficios litúrgicos en los tiempos fuertes como el presente Adviento)

En verdad es justo darte gracias,
Señor Dios, Padre Nuestro,
porque nos permites oír de nuevo
el anuncio esperanzador de tus promesas.
Como Israel esperó
y no desfalleció en su marcha por el desierto confiando llegar un día a la tierra prometida,
así nosotros vamos marchando
por los caminos del mundo
pendientes de un mañana liberador.
Los Israelitas ponían todo su afán y toda su fe
en alcanzar un día la tierra prometida,
donde no hubiera más desierto
ni más pobreza ni más soledad.
Lo que sostenía su esperanza era tu Palabra,
que les hacía ver el horizonte
la colina soñada y el verde del monte Sión,
donde  se iba a alzar la ciudad santa,
el lugar de la morada estable y definitiva,
el sitio de la reunión de los hermanos,
de la reconciliación, la paz y la abundancia.
Tu promesa les mantuvo en pie
generación tras generación,
porque les garantizaba la consecución de la meta.
Esa meta se llama Jerusalén,
la ciudad maravillosa y lejana
donde iban a confluir todas las gentes,
todos los pueblos a celebrar la fiesta interminable de la alianza universal.
Allí estaba el palacio esplendente
de la justicia verdadera
y el templo indestructible de tu presencia.
Como ellos recitamos nosotros también,
llenos de nostalgia,
en medio de nuestro caminar esperanzado
y decimos con los ángeles y los arcángeles:

Padre nuestro que estas en el cielo…

Te bendecimos, Señor, porque vienes a nosotros,
porque estás viviendo ya.
La ciudad santa de Jerusalén,
que diste a tu pueblo elegido,
era sólo una etapa de tu venida.
Era sólo sombra y figura del cumplimiento de tu promesa.
Después de Jerusalén,
te has acercado más a nosotros
en esa morada y templo de tu gloria,
que es tu Hijo Jesucristo.
Lo más grande y bello que simboliza una ciudad,
la convivencia humana, numerosa y abundante,
la reunión pacifica de todos en torno a un centro,
en torno a un espíritu, un ideal y un amor común,
es lo que significa, lo que es y realiza la persona de Jesús.
Jesucristo es el hombre
en que habita tu Espíritu divino,
espíritu de unión, de convocatoria universal,
de perdón y reconciliación.
Con su venida,
los hombres dieron un paso decisivo
hacia la meta de sus esperanzas y sus promesas.
Queremos agradecerte que nos lo enviaras
como la garantía última y definitiva
de que el cumplimiento de nuestros anhelos
llegará a ser un día realidad cumplida.
El recuerdo de su venida, de su confianza en Ti,
de su esperar contra toda esperanza
cuando iba a morir y a asistir al hundimiento de sus planes,
nos hace ser fieles al futuro de tu venida final.

Por ello, Padre Santo,
en esta acción litúrgica hacemos memoria,
de la vida y muerte de Jesús tu unigénito,
de su sacrificio total en aras de tu causa
y así confiamos recibir un día
la venida de tu gran liberación.
Entonces se consumará el juicio que tu Hijo,
empezó a sufrir en la cruz.
En la cruz padeció por nosotros.
Lo que en nosotros debía ser destruido,
fue destruido en El.
Las consecuencias de nuestra injusticia y nuestra maldad, 
las pagó El en su propio cuerpo.
Otros, siguiendo sus huellas, han sido también víctimas 
de la crueldad de los propios hermanos.
Que la sangre de tantos muertos inocentes,
fecundada por el Espíritu de tu Hijo,
haga llegar pronto tu Reino
como un juicio liberador de todo mal,
de toda ambigüedad y pecado,
como perdón transformador de cada hombre.
Que la noche pase pronto
y pronto comience a clarear el brillo de la aurora
que anuncia el nuevo día,
el día glorioso,
sin fin,
de la victoria. Amén.

(Seguidamente se lee la oración final del oficio litúrgico de las horas)