2.3 La llama que nos interpela
El asesinato es
el punto de partida y el comienzo de la ruptura de su anterior y primigenia
vida, con la vida que a partir de ahora experimentará.
De este modo
huye y desde el momento en el que pone un pié para atravesar el desierto que le
llevará por la cordillera del Sinaí, hasta el oasis de Madián, donde tratado
como un desconocido, es admitido e incluido en la familia. (Madian le hace a
Moisés estar en contacto directo con sus antepasados, ya que Jetró desciende de
Madian, uno de los hijos que Abraham tuvo con su segunda esposa Queturá. Gn
25,1-4)
Para Jetró Moisés es una persona excepcional, que como no puede ser de
otra manera, es enviado del cielo. Solo del todopoderoso puede provenir alguien
con tan honorables aptitudes y educación. La confirmación de todo el proceso de
adaptación de Moisés en la familia de Jetró, es confirmada con el paulatino
proceso de fe, que le ha llevado a Moisés, en primer lugar de poseer a
desposeído, y de desposeído a poseer.
Cuando este –Moisés- se centra en la fe
en Dios y se siente llamado por él, comprende que solo puede actuar de una
manera efectiva, y es liderando a la lejana comunidad hebrea, para que siga su
camino y caminando, encuentre de nuevo a Dios.
La llama no
debemos interpretarla literalmente como nos lo explica la biblia:
“Ex 3,2 Allí se le apareció
el ángel del Señor en llama de fuego, en medio
de una zarza. Miró, y vio que la zarza ardía sin consumirse.”
Como tantos otros
protagonistas de la historia de la revelación, que se preparaban en soledad
para el desempeño de las importantes tareas para las que Dios les reservaba, en
el desierto sinaítico Moisés sintió de repente una irrupción de lo divino en su
vida de nómada y de pastor. Es curioso como el escritor sagrado, por medio de
la inspiración divina que asiste a los escrituristas, va colocando al
protagonista en un marco, cada vez mas prefigurado, para que atendamos a todos
los matices de su existencia.
Aunque la aparición de Dios se nos presenta en un
día concreto de la vida de Moisés, entendamos que este diálogo explica el
sentido profundo al que Moisés ha llegado para comprender la fe de su germen
paterno, cuya raíz se encuentra en la tribu de Leví, aquellos que luego serán
designados por el Señor, sacerdotes del templo.
Otro matiz de Moisés ante la
zarza es su carácter pobre. Como dijimos antes, de poseer pasa a ser desposeído,
material y espiritualmente hablando. El “sacado de las aguas”, se queda sin tierra
–patria- y sin fe, pues no la conoce. Nada le queda a Moisés del mundo excepto
el puñado de ovejas de su suegro que pastorea.
Pero, ¿Qué ha encontrado
espiritualmente hablando?.
Es visible que el autor del
Éxodo quiere dejarnos claro que el empobrecimiento espiritual, es camino para
estar totalmente disponible a la voluntad divina. Por ello, el
comienzo de la salvación revela el carácter paradójico de este Dios que va a
salvar a los indefensos por medio de la indefensión, a los débiles por quienes
son más débiles que ellos.
Dentro de estos se encuentra Moisés. Un
hombre que a los ojos de Dios, se hace a sí mismo, profundizando en sus raíces
y su fe. Por ello el episodio de la zarza es conclusión de un profundo proceso
de fe, en el cual la persona se enfrenta a aspectos de oscuridad e
incertidumbre. Tiene que saber encauzar cada una de las sensaciones vividas
para diferenciarlas.
No es igual la llamada de Dios que nuestra disponibilidad,
no es igual caminar que observar. En este sentido Moisés, llegado a una madurez
concreta, se encuentra en disposición de llevar a cabo la llamada de Dios, con
todas las consecuencias que esto le reportará.
El Dios aparecido y dado a
conocer a Moisés en el monte Horeb –cordillera sinaítica de decenas de
kilómetros-, nuestro mismo Dios el “que
se apareció en la zarza” (Dt 33,16), ya ha realizado a lo largo de la historia varias
teofanías.
En casi todas ellas personalizado por medio de ángeles mensajeros,
aunque en el caso de Jacob (Gn 28,11-22) y en el de Moisés, actúa por medio de una visión,
revelándose a ellos como hacedor de la vida y Señor que promete una constante
asistencia. En cualquier caso incluido en el nuestro, el encuentro con el Señor
es un riesgo y un acontecimiento salvador que llama a una vida nueva:
“Jue 6,22ª-23 Gedeón […] dijo: "¡Ay, Señor! ¡He visto cara a
cara al ángel del Señor!". El
Señor respondió: "La paz esté contigo. No tengas
miedo, no morirás".
Por ello la
contemplación de Jesús o de su gloria, implica la misma sensación de
superación, asombro o riesgo:
“Mc
2,12 El
paralítico se levantó, cargó inmediatamente con la camilla y salió a la vista de todos. Todos se quedaron
sobrecogidos y glorificaron a Dios,
diciendo: "Jamás hemos visto cosa igual".