No perdamos de vista la espiritualidad
Desde
la tarde del sábado en que acabé de trabajar, hasta esta noche de domingo en
que escribo estas letras, estoy sumergido en un retiro absolutamente
contemplativo. Ello no me lleva a la ignorancia de las circunstancias. Basta acceder
a cualquier medio de comunicación posible, para encontramos de pleno la
realidad de la cruenta crisis y sus consecuencias. Recortes o ajustes por
doquier.
Estrecheces y pánico ante el crecimiento de las necesidades básicas
entre la ciudadanía. Desesperación por la incertidumbre que el futuro –aun por
escribir- nos augura...etc. Puede que a estas circunstancias, a los creyentes
se nos pueda sumar la desazón por causas personales o que afectan a la
credibilidad de nuestra Iglesia, y que minan el sentido de comunión y la
necesidad de revelarse igualmente.
Esto es humano, nos entristecemos, nos
abrumamos, sentimos miedo en muchos casos, y siempre acaban soportando las
consecuencias, aquello que nada o poco tiene que ver con el asunto. ¿Cuántos
creyentes se han alejado de Dios y del evangelio de Jesucristo? De la iglesia
se han alejado miríadas, pero ¿tiene culpa Dios del ritmo del timón y de los
desatinos de la Iglesia? No tiene culpa, pero paga la culpa; pues hay aun en la
sociedad una conciencia equivocada de anexionar Dios e Iglesia de una manera
indisoluble.
Cuando es una realidad probada, el que en muchos casos, son
decisiones puramente humanas las que marcan la pastoral de la Iglesia y lo que
no es pastoral. No ahondo más en el tema, pues no pretendo juzgar. Lo que
abordo aquí, es la necesidad de no dejar de seguir las huellas de Jesús de
Nazaret y continuar desplegando una vida espiritual, que nos haga estar en
sintonía con el mundo, desde nuestro papel de creyentes convencidos.
“Sería muy sospechosa una mística que
pretendiera ir directamente a Dios y que no pasara por el culto de la humanidad
de Cristo […]”, dice el moralista Häring. Porque si bien Dios se hizo carne
en Jesús, revelándose al mundo como hombre e Hijo de Dios; fue por el único
deseo de que los hombres y mujeres de este mundo que deseamos –o están abiertos
a- seguir a Jesús, encontremos en Él un espejo en el que mirarnos y
cerciorarnos de que es posible, ser semejantes a Él ante los ojos de Dios.
Y
reconociendo esta realidad, solo nos queda buscarle en los signos y realidades
sacramentales por medio de los cuales se hace presente, como presente se hace
en cada ser humano que de manera directa o indirecta, se relaciona con
nosotros. Ahora bien, la contextualización del cristianismo no puede reducirse
al cumplimiento de lo anteriormente desarrollado, explícitamente con personas
concretas y solo en determinados momentos. No es esta práctica –la de la vida
cristiana-, solamente un mero mecanismo que nuestro aparato locomotor pone en
marcha ante una urgencia determinada.
Valga el ejemplo de ayudar a esa persona
que ha caído al suelo. La vida cristiana, implica un proceso de crecimiento
continuo y determinarte, que nos lleve constantemente tanto a desvelar el
rostro de Jesús entre nosotros, como al aprendizaje continuo de su Palabra
revelada y otras enseñanzas que nos puedan acercar a Él, para edificación de
nuestra construcción personal y espiritual. Hoy leo esta cita reveladora: “Antes de ser Cristo, Jesús es la verdad. Si
nos desviamos de él para ir hacia la verdad, no andaremos un gran trecho sin
caer en sus brazos” (Simone Weil, filósofa francesa)
Y, ¿qué es la verdad?
Lo que tu corazón cree verdadero. Antes que nada, por un sentido inherente a
nuestra condición nos aferramos a lo tangible, a lo seguro, a nuestra realidad.
Y es precisamente en ese campo de la dimensión personal de cada ser, donde
debemos de comenzar y no dejar de seguir a Jesús. Apreciándole en lo sencillo,
en lo cotidiano. Dejándonos interpelar por Él, a través del silencio el viento
o la quietud de un ambiente determinado. Contemplativos, ¿por qué no? ¿Te dejas
interpelar por “esa chispa de fuego
celeste que es la conciencia” (George Washington), a través de la cual Dios te habla?
Creo
sinceramente, que merece la pena no renunciar a una vida espiritual, por medio
de un camino en el cual podamos con asiduidad o esporádicamente, pararnos y
centrarnos en nuestra intima relación DIOS=YO=MI REALIDAD. Quizás para
modificar esa última dimensión de “MI REALIDAD”, demasiado centrada en sobre
protegernos de los demás y de agentes externos que nos desestabilicen. Como cristianos
debemos superar ese posible retraimiento y abrirnos a la fraternidad, aun a
costa de nuestra seguridad (Isaías 50, 5-9ª).
De mano de un amigo trapense
rescato esta suculenta frase de Thomas Merton. “Huyamos de nuestro aislamiento para darnos cuenta de que Alguien
habita en el centro de nuestro ser, quiere escuchar con amor, todo lo que ocupa
y preocupa a nuestras mentes”. Hablo de contemplación. ¡Sí, de vida
contemplativa! Como laicos, dejemos de lado el concepto clausura pues tiene
connotaciones específicas para la vida monástica. Pero el aspecto místico y
contemplativo, es algo de lo que no debiera faltar en la vida de quien dice
seguir las huellas de Jesús.
Contemplación eucarística ante ese alimento
sagrado que nos llama a compartir y servir, contemplación en la naturaleza que
nos mima, ante la Palabra que desea hablarnos, con la comunidad o el grupo de
amigos y amigas. Cultivando el espíritu, entiendo que podemos llegar a la plena
realización de la simbiosis alma –espíritu/conciencia- y cuerpo. “Y por lo mismo su armonioso desarrollo,
queda asegurado por el seguimiento de Cristo. Cristo se nos presenta como un hombre
enteramente espiritual y entregado al Padre, y también humanamente sensible y
abierto a todos los sufrimientos del mundo; absorto en la adoración al Padre y
en la admiración por los lirios del campo” (Bernhard Häring. Ley de Cristo
I).
Recalco, “humanamente sensible”. Para quienes no entiendan el sentido o
los frutos de la vida u oración contemplativa, baste decir que esta será
necesaria y precisa en el mundo y en la Iglesia, mientras la sensibilidad sea
un valor en alza entre los humanos. Sensibilidad de sentirte parte. De sentirte
interpelado y actuar en el momento preciso. Sensibilidad con el medio que te
rodea respetando la naturaleza y optando por el desarrollo sostenible, ante un
planeta que está casi agotado.
Sensibilidad ante toda causa personal o general,
que de cerca o de lejos, nos hace alegrarnos de corazón o adolecernos hasta
nuestras mismas entrañas. ¡Que nos importen los demás en definitiva! El de
Nazaret, continuamente nos invita a que vayamos a él con todas nuestras
energías. “El se dirige a todo hombre y
mujer: inteligencia y voluntad, afectos y corazón”. (Häring, Ley de Cristo
I) Para que no cejemos en el empeño de pertenecerle. De dejarnos influir y
actuar según su Espíritu, para ser cristianos que además de trabajar por sus
afanes, son capaces de desplegar la sensibilidad activa, solidaria y amorosa de
la vida espiritual. El Espíritu es vida y la vida está en ti.
Saludos fraternos.
atte. Florencio Salvador Díaz fernandez, estudiante de teología cristiana.
Saludos fraternos.
atte. Florencio Salvador Díaz fernandez, estudiante de teología cristiana.