EN ESPAÑA SE DESPRECIA DEMASIADO A
DIOS
José M. Castillo
En este país, tradicionalmente tan
cristiano, en el que nos enorgullecemos (y con razón) de nuestras catedrales,
nuestros monumentos religiosos, nuestra enorme riqueza artística, las
tradiciones cristianas que han impregnado nuestra historia y nuestra cultura,
etc, etc, en este país – digo – no habíamos visto tanto desprecio a Dios, a
Jesucristo y a “lo divino” en general, como el que estamos viendo y viviendo en
este tiempo convulso que tanto nos desconcierta.
¿Por qué digo esto? ¿No estoy
escupiendo una exageración demasiado seria, tajante y grave, que ni es verdad,
ni viene a cuento, ahora precisamente y cuando tantas cosas desagradables
tenemos que oír y soportar?
Vamos a ver: si es que lo de Dios y lo
de Cristo nos importa, porque somos cristianos, empezaremos – digo yo – por
aceptar y creer lo que dicen los Santos Evangelios. Pues bien, en los cuatro
Evangelios, se insiste en que Jesús pronunció repetidas veces esta sentencia:
“Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí; quien os rechaza a vosotros, me
rechaza a mí; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado” (Lc 10,
16; Mt 10, 40; Mc 9, 37; Mt 18, 5; Lc 9, 48; Jn 13, 20).
Lo decisivo aquí es caer en la cuenta
de que, en última instancia, lo que se viene a decir en estos relatos evangélicos,
es que Dios se ha identificado con cada
ser humano. Aquí y en esto radica la originalidad del cristianismo. De tal
manera que, cuando el Evangelio relata lo del juicio final, la sentencia
definitiva (de premio o castigo) no se dictará por lo que le hicimos o dejamos de hacerle a Dios, sino por nuestro
comportamiento precisamente con los más desgraciados o despreciables de este
mundo: “Era extranjero y no me acogiste…, estaba en la cárcel y no fuiste a
visitarme” (Mt 25, 43).
¿Será posible que un día tengamos que
oír: “Fui catalán, gallego o andaluz, y me insultaste?”. Me da pena y vergüenza
tener que sacar aquí esto ahora. Pero es que, si me lo callo, me siento
cómplice del desprecio a Dios, que se respira, con frecuencia, en cada
conversación, en cada grupo que se reúne, en la intimidad de muchos corazones
(me sospecho). Y si no tomamos esto en serio, ¿de qué nos sirve el
cristianismo? ¿para qué queremos la Iglesia? ¿para ver si los obispos nos
ayudan a salir del lío de odios, insultos y desprecios en que nos hemos metido?
¡Ya está bien, por favor! ¿es que va a tener más importancia lo que ha dicho
Piqué o lo que acaba de afirmar Alfonso Guerra, que lo que dijo Jesús, el
Señor?