¿Qué hace Dios con un alma que pesa 21 gramos?
Esta tarde una persona me
pregunta algo que verdaderamente parece que no es ya de este mundo. El PURGATORIO. Lo estudié en "Soteriología". En este breve escrito no trataré este tema con frivolidad, empezando porque
seguro que hay personas que creen en este estado y sobre ello tienen problemas
de opinión y sufren. Según la más antigua tradición de la iglesia, el purgatorio
es el estado en el que el alma del pecador se encuentra tras haber fallecido. Hasta
que sea llevado ante Dios para dar cuenta de sus actos, debe padecer el
tormento eterno, el castigo que no se acaba.
Una de las afirmaciones dogmáticas
más antiguas sobre el purgatorio la encontramos en el Concilio Ecuménico de
Florencia en el siglo XV: “si los
verdaderos penitentes salieren de este mundo antes de haber satisfecho con
frutos dignos de penitencia por lo cometido y omitido, sus almas son purgadas
con penas purificadoras después de la muerte” (Papa Eugenio, Bula “Laetentur
caeli” sobre la suerte de los difuntos).
También se considera que cuando una
persona en vida sufre remordimientos o se adolece por el daño causado, se dice
que se está purgando, que se está purificando. Hay que tener cuidado sobre esto
último que acabo de escribir, porque hay personas que incluso se pueden
congratular de que quien tanto daño hizo, ahora lo pene y lo pague en vida.
Si así
nos comportamos dejaremos mucho que desear como hijos e hijas de Dios que
somos, ya que “Dios no quiere la muerte
del pecador, sino que se convierta y que viva” (Ezequiel 18,21ss). Lo diré
más claro, Dios no quiere el sufrimiento de nadie, ni en vida, ni el
sufrimiento del alma tras la muerte. Tampoco admite Dios el dolor gratuito que
alguien se inflige como oblación a Dios, eso es un absurdo. Porque Dios es
amor. Y si Dios admitiera el dolor aunque fuera mínimamente, estaría anulando
el principio fundamental que le adorna que es el AMOR y la MISERICORDIA, lo que
significa la caridad infinita.
Particularmente creo que le mismo hecho de la
muerte y todo lo que conlleva, ya redime –en cierto modo- a la persona para
pasar de este, al otro mundo. Lo que sí es cierto es que, teniendo en cuenta
que nadie ha venido del otro lado y dejando aparte todos los romanticismos
posibles establecidos sobre la “otra” vida; tras la muerte humana, estamos en
manos de Dios. Convendrá usted conmigo en la muerte, como los efectos
meteorológicos, son algo que aun es un enigma para el hombre y la mujer de hoy.
Podemos hacer vaticinios sobre una cosa y otra, pero nadie tiene certeza de lo
que acontecerá, hasta que los hechos sucedan por sí mismos.
El alma humana pesa
21 gramos. Es un dato no científico pero en el que están de acuerdo muchos investigadores.
Digamos que por muchas o pocas posesiones que tenga una persona, lo que de ella
va al más allá pesa 21 gramos. O sea nada. Evidentemente, es más a tener en
cuenta la esencia personal del interfecto que el peso que su alma pueda tener. Lo
cierto es que es un enigma, que los humanos y sobre todos los cristianos hemos
resuelto siempre estructurando el cielo a nuestra más absoluta conveniencia. Una
estructura, inframundo o subsuelo, suelo y estado celestial, que le debemos a
la cultura judía y que gustosamente hemos heredado. Sino pregúntate tú, lector.
¿Cuántas veces has pensado en que el
difunto se encontrará con los anteriores difuntos y que se conocerán y
abrazarán y de nuevo compartirán la “otra” vida? Quizás muchas veces has caído en
este pensamiento, y desde luego si así se cree yo lo veo genial y lo respeto. Lo
que ocurre es que como en muchos casos, una cosa es la realidad y otra cosa es
el afán que ponemos los humanos –creyentes y no creyentes- para creer lo que
mejor conviene para la tranquilidad de nuestra conciencia.
Por lo tanto, no existe el purgatorio.
Creo firmemente que
cuando una persona muere su alma, su esencia vuelve al lugar del que provino, o
sea vuelve a Dios que armoniza el ciclo de la vida. Y cuando así sea, junto a
todos los que están en esa dimensión, formarán todos una sola cosa junto a
Aquel que les dio la vida y que es fuente de energía y vida. Nadie se va a
conocer en la “otra” vida, ni volverá a abrazarse (Mateo 22, 23-32).
Pero ojo,
todos formaremos el día de mañana una sola cosa junto a Aquel al que aquí en la
tierra rezamos y que nos sostiene. En Él tenemos puesta nuestra esperanza. Y aunque
nos afanemos en querer ver a tal o cual ser querido en el más allá, debe ser un
motivo de esperanza el saber que nuevamente volveremos a ser vida; espiritual
pero vida. Pues como dijo aquel, los lazos del amor son más fuertes que los
lazos de la muerte.
Afanémonos pues, en construir aquí en la tierra y mientras
estemos, toda la amistad posible y todo el amor posible; pues obras son amores
y no buenas razones. Abrazo con todo cariño a quienes han perdido a un ser
querido de manera temprana o dolorosa. Puede que estén llenos de dudas y de
interrogantes, pero les debe consolar la revitalización del recuerdo del
finado, para que viva en sus corazones. Con todo respeto.
Fraternalmente, Floren.
p.d. siento no poder extenderme más, sino el escrito sería de difícil digestión.