Soy incapaz de retirarme hoy, sin dar libertad a mi pensamiento y meditar en voz alta sobre el dolor. Indudablemente dolor es mucho más, que la tremenda indisposición que causa durante dos meses la alergia en el cuerpo, causando estragos sobre las disposiciones cotidianas de cada uno. Hoy no es un día gris, respecto de que no es un día sombrío. Sin embargo termino el libro “Lo que esconde tu nombre” (Clara Sánchez), y de veras que en sus líneas aprecia uno el estrago del dolor causado a millones de personas por medio de la represión de los nazis. Fue muerte para muchos, pero… fue vida para otros.
Mi abuela Concha –que en gloria esté-, decía que una pena muerta es mejor que una pena viva. Entiéndase que la muerte acaba con el dolor mientras que a muchas personas, como al protagonista de este libro, el dolor se le inculca no solo en su cuerpo sino en su personalidad como si de un traje ajustado se tratara, un traje que nunca jamás te podrás quitar. Frente al acontecimiento histórico real que cuenta el libro, aunque la mayoría de sus protagonistas sean seres ficticios, hoy una amiga mayor con lagrimas en sus ojos me confiesa que su hijo se separa de su mujer. Y al acontecimiento doloroso de la separación se le suma la manipulación que sobre los hijos del matrimonio –que fue-, realizan unos y otros. Los niños sufren, el exmarido sufre, la exmujer igualmente y los abuelos por medio con el corazón partido. ¿Qué espera una persona que por una causa u otra tiene en su haber un dolor tan concreto y acentuado?.
Hay quien dice que se aprende del dolor. ¡Ojo!, pienso que se aprende en cuanto que, como barrera que la vida propone a la persona viviente, solo puedes colocarte a un lado u otro de ella. Si te quedas delante, ya estás vencido antes incluso de intentar superarte. Si la pasas o intentas sobrepasarla, se encuentra uno con la facultad del coraje de la lucha que es beneficiosa a toda aquella persona que se aferra a la vida con unas y dientes. Y superando esta barrera se crece como persona. Hasta este punto de acuerdo. Pero, creo que nadie tiene que sufrir voluntariamente ni gozarse con el dolor, ni aun menos pasar de largo ante el dolor de los demás. Frente al dolor considero que la mejor arma es la globalización de la solidaridad. Se que es largo así decirlo, pero si todos… todos fuéramos solidarios, el dolor menguaría en el mundo puesto que algo imprescindible para enfrentarse a él, es tener donde agarrarse. Cuando la agarradera es un corazón que late y es sensible a nuestras carencias o anhelos, entonces es lo mejor que nos puede pasar.
Por ello, hoy pido a la vida –que es Dios Padre- que no me permita pasar de largo ante el dolor y mucho menos provocarlo. Es mezquino como humanos prestarnos al dolor de otros, cuando como cristianos debemos esperar una medida igual a la proporcionada. Por ello además de esto, ruego estar a la altura de lo que el mundo demanda de mi persona.
Ayer fue un día grande. Fue un día que yo celebré como contemplativo. Como persona que se informa y se duele o alegra de lo que ocurre en el mundo. Que pide, que da ante una catástrofe. Y que está dispuesto a sentir en su vida el dolor de aquellos injustamente represaliados y cuyas almas ya gozan del viento, y el llanto de aquella madre por el amor roto del hijo. De todo tenemos que aprender, pero seamos conscientes del dolor que por medio de nuestros actos, somos capaces de mitigar en busca de la esperanza. Buenas noches.