Es un día extraño y triste. Profundamente triste.
Mi pequeña ciudad de Estepa, puede ser conocida por sus productos artesanos, su aceite o sus monumentos; pero los vecinos de este pacifico pueblo, no nos hacemos a la idea de ser noticia hoy por causa de una muerte producida por la violencia de género.
Ana María Tenia veinti tantos años. Joven, muy joven y con ganas de estrujar la vida y vivirla en ocasiones hasta el mismo límite. No sabemos si ella desde su responsabilidad juvenil, supo poner coto a la libertad con que nos dota a todos el estado de derecho. El caso es que junto a su pareja, considero que el asunto se les fue de las manos.
La causa ha sido horrible, asesinada presuntamente a manos de su acompañante sentimental con el que –según los medios de comunicación-, no se tiene claro qué clase de relación tenía.
Al fin y al cabo, ella y solo ella es la que ha perdido. Sus restos ya descansan para siempre, en el lugar de la eterna memoria. Pero lo que esta joven se deja atrás, es un panorama tan triste, casi como las mismas causas de la muerte. El estigma del asesinato se irá diluyendo poco a poco entre la ciudad y sus vecinos, los comentarios vecinales darán paso a otros temas de mas o menos importancia; pero hoy una familia de Estepa duerme en casa sabiendo que su hija mayor ha sido arrojada de la vida de una manera brutal. Y además de los aditivos macabros de los hechos, el afrontar la ausencia de esta joven, se hace para su familia el escalón mas grande a superar en estos momentos.
Resulta curiosa la vida. Que lejanas nos parecen las cifras de muertos en la carreteras, cuando ni nos rozan los dramas concretos. Que cerca nos tocan las cifras y las noticias, cuando puedes ponerle rostro, físico y hasta calor humano a las personas que sufren el drama de esta muerte.
Soy amigo de su familia de la fallecida. Mis padres son íntimos de su madre, concretamente.
¿Qué decir? ¿Cómo afrontar esto?
En el trajín de mi trabajo, llevo todo el día en un mudo diálogo con el Señor. Y aunque como nos dijo Queiruga hace días: los –casi- teólogos modernos no creemos en los milagros; no os niego que hoy he preguntado a Dios porqué.
La respuesta me ha venido igualmente de la mano de la pregunta.
Esta joven ha sido asesinada. El asunto se les fue de las manos. Vidas juveniles, demasiado inmaduras como para hacerse cargo de responsabilidades concretas. ¡Cuidado, no responsabilizo exclusivamente a esta pareja de la muerte de ella, ni mucho menos! Voy un poco más lejos. ¿Tenemos todos responsabilidad es esto? ¿Cómo educamos?
¿Educamos a nuestros hijos e hijas en el rol de masculino = dominación, poder, autoridad; femenino = casamiento, sumisión, casa, hijos, mantecados (trabajo)?
La sociedad es insaciable respecto de los consumos, las modas y las orientaciones. Y por encima del entendimiento que tengamos unos y otros de la religión o del mismo Dios, por encima de leyes, dictámenes y historias, somos personas con unos derechos, unos deberes y una capacidad reconocida para actuar libremente.
Ayer, tras hablar del tema con un amigo, pasé a recomendarle un libro de mi apreciado José Antonio Pagola, y sin intención alguna lo abrí por una página concreta. Es el libro de Lucas, y lo abrí por la página 125. Al ver el titulo del texto evangélico desarrollado por Pagola, dije a mi amigo: “el Señor no tiene arreglo, pues pone en nuestras manos constantes respuestas que hay que saber interpretar”. El titulo era: NO LLORES. Y desarrollando el evangelio de la pérdida del hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11-17), nos dice Pagola ante la pérdida de un ser querido.
“Que transformación cuando la persona descubre que a Dios lo único que le interesa somos nosotros; que no piensa en sí mismo, sino en nuestro bien, que lo único que le da gloria es nuestras vida vivida en plenitud. […]
Ante la perdida de un ser querido, lo primero es recordar que liberarnos del dolor no quiere decir olvidar al ser querido […]. La ausencia del ser querido nos pesa demasiado, y la pena se apodera de nosotros una y otra vez. Puede ser el momento de acudir a la propia fe.
Desahogarnos con Dios no es pecado. Dios no rechaza las quejas. Las entiende. Jesús se encuentra con la viuda en la pequeña aldea de Naín y simplemente de sus labios salen dos palabras que hemos de escuchar desde lo más hondo de nuestro ser como venidas del mismo Dios: “No llores”. Dios nos quiere ver disfrutando por toda la eternidad a quienes la muerte nos ha separado.” (José Ant.Pagola “El camino abierto por Jesús – Lucas” pag 125)
Con esto me despido. Oremos al Señor, para que esta familia encuentre en nosotros la discreción necesaria, la palabra oportuna y el apoyo silencioso necesario para superar la ausencia. Aprendamos todos de estos dramas, fijemos nuestra mirada en la plenitud de nuestra felicidad y alejémonos del dolor y la infelicidad.
Uno solo es el camino, que en la vida merece la pena.
Si ese camino pasa por Jesús como así lo creo, confío que desde esa dimensión del corazón del Padre, Jesús guíe a Ana María y abrace constantemente por medio de nosotros a sus padres, hermana y familia.
Abrazos.