Conecto por el ordenador la tele en español y me encuentro con que el locutor habla de la Asunción. Se quiere apuntar un tanto a favor de su cultura religiosa y comete una errata que pone en evidencia sus lagunas en la materia. “Este año, dice, el 15 de agosto cae en Domingo. No podemos decir como nuestras abuelas: tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la… Asunción” (Risas por mi parte ante el gazapo del locutor. ¿Se habrá dado cuenta el público telespectador?).
En mi infancia nos enseñaron en la catequesis que no es lo mismo Ascensión que Asunción. Asciende Jesús a los cielos, nos decían, por su propio poder. Es ascendida o asunta María a los cielos, por el poder divino.
Tenía yo nueve años cuando Pío XII proclamó que, tras consumar María el curso de su vida terrena, su persona entera entró asumida en la vida definitiva divina.
Los hermanos maristas, fuertes en mariología, nos lo explicaron bien en la clase de “ingreso”:
- 1) la tradición de la dormición es una equivocación piadosa: María no se duerme, sino muere de veras, como murió su hijo.
- 2) La tradición de los “ángeles aviadores” trasportando un cadáver para reanimarlo sobre las nubes es otra piadosa equivocación: la Asunción no es la reanimación de un cadáver.
- 3) Asunción viene de asumir. María es asumida y absorbida por la vida divina.
Unos años después, en cuarto de bachillerato, el mismo Papa anunció el Año mariano (de 1953 al 54) y los que éramos filatélicos nos apresuramos a coleccionar la serie de vírgenes completa, que todavía conservo íntegra en el álbum sin matasellos. En el círculo de estudios de los aspirantes de Acción Católica, me tocó explicar la encíclica Fulgens corona: lo que ocurre con María es símbolo del destino a que estamos llamados, María esicono de esperanza.
A la hora de diseñar un cartel mural dudábamos entre varias imágenes de la Asunción. El consiliario atinó sugiriendo:
–Sois murcianos, poned la Dolorosa de Salzillo.
–Pero eso es más propio de Semana Santa, objetamos.
–No habéis entendido. La Asunción es la Dolorosa, como el Resucitado es el Crucificado.
–Pero eso es más propio de Semana Santa, objetamos.
–No habéis entendido. La Asunción es la Dolorosa, como el Resucitado es el Crucificado.
Recordé esta escena años más tarde, al estudiar teología: Stabat mater... Estaba de pie, aguantando cruz (Jn 19, 25), la que se pondrá de pie al resucitar de la muerte cuando escuche la voz del que Vive, diciéndole como a la hija de Jairo: “Ponte de pie” (Mc 5, 41). Ponerse en pie es el icono del Resucitado que “se deja ver estando en pie en medio de los discípulos a puertas cerradas” (Jn 20, 26).
Este año proyectaré en Japón con el power point un altorrelieve del santuario de la Fuensanta, de Murcia, que es para mi gusto la mejor representación de la Asunción.
El escultor murciano Juan González Moreno (1908-1996) logró, en los altorrelieves del crucero una interpretación atinada de la Asunción como icono del renacer a nueva vida. El imaginero de Aljucer acertó a conjugar en una misma imagen la muerte y la nueva vida, la transformación de la crisálida en mariposa.
En la Semana Santa murciana se ofrendan capullos [de gusanos de seda] amarillos a Jesús Nazareno. “Anacrónico y no apropiado para el Via crucis”, protestaba un teólogo, sin comprender el arraigo de la religiosidad huertana entre las barracas del país ya desde antiguo, cuando aún no se hablaba de “inculturación de la fe”.
En el lienzo blanco en torno a la cabeza y el amplio paño que envuelve el cuerpo de María se solapa la imagen de los restos de un sudario con la de un manto alado. Demasiado abierto para ser sudario. Demasiado flotante para ser manto. Más bien alas. El artista captó, en la metamorfosis de sudario en manto, el tránsito de la crisálida a la mariposa, de muerte a vida. La metáfora del gusano de seda le ganó la partida a la teología para hacer hermenéutica del símbolo de la Asunción.
Asunción e Inmaculada, como metáforas de fe, son algo así como en matemáticas el cero y el infinito: expresiones simbólicas de los límites de nacimiento y muerte y de su trascendencia en el horizonte de la vida eterna…
Porque Asunción no es eludir la muerte (como creyeron algunas tradiciones extraviadas sobre la “dormición”), sino ser recreada y transformada tras morir del todo, para renacer a la vida que no muere.
Asunción no es transportar míticamente un cadáver por los aires para reanimarlo en lo alto de los cielos, sino pasar por la muerte y dejarse absorber por el Espíritu, –asumida y transformada– en el seno de la Vida de la vida.
Asunción es nacer muriendo. Si pudiéramos contemplar el nacimiento de una criatura desde el interior del seno materno, el vídeo proyectaría la imagen de alguien que desaparece por un túnel de muerte. Vista desde la dimensión de la vida eterna, desde la salida del túnel, la muerte será un nacimiento. Más exactamente, un renacer y una nueva creación.
La Asunción no es un privilegio excepcional de María, sino el símbolo de nuestro propio destino. Como dijo Pío XII al proclamarla, “lo esencial del mensaje es reavivar la esperanza en la propia resurrección”, que no consiste en revolotear por las nubes un alma separada, ni en reanimar un cadáver o dejar una tumba vacía o volver a esta vida, sino en ser asumida la persona entera en el seno del misterio original de toda vida. Por eso la fiesta de la Asunción es nuestra fiesta, anticipo simbólico del destino último de nuestro cuerpo-espíritu.
Para que estas convicciones creyentes no degeneren en escapismo y evasión, habrá que ser consecuente con ellas y comprometerse a convertir en vida liberada y ascendente tantas y tantas vidas dolientes, oprimidas, explotadas, marginadas y crucificadas. Si creer en la Asunción alimenta la esperanza, practicarla fomenta la liberación. Porque el Resucitado es el Crucificado y quien es Asunta es la Dolorosa.