Desnudez
Mi muy querida Jefa, hoy es el día de tu cumpleaños. Tres de febrero y día de San Blas, en cuyo día y siguiendo el refranero popular “las cigüeñas verás”. Es mucho más que eso lo que hoy podemos todos celebrar. Es el aniversario de tu nacimiento, hace veinte años que junto a mi tropa de monaguillos reanudamos la tradición de San Blas y promovimos la imagen, y otras mil cosas que otros celebraran hoy. Pero dejando de lado las efemérides quiero hacerte llegar una pequeña reflexión a modo de felicitación. Ante un cumpleaños, todos rememoramos –aun cuando nos lo contaran- el momento de nuestro nacimiento. Y una particularidad del nacer es la desnudez. La desnudez por otro lado, no es solamente un estado físico, sino que puede llegar a ser un estado de abandono o de desprendimiento al que se somete el sujeto –la persona-, de una manera voluntaria o involuntaria. ¿Elegimos lo que somos, querida Jefa?. ¿Tenemos oportunidad de modificar nuestro destino?. Son preguntas que en cualquier momento de la vida nos hacemos, juntamente con el origen de aquello negativo que nos sucede. Y es que, aunque no nos lo parezca, como nos enseña el profeta Jeremías (cap 18) Dios poco a poco nos modela a lo largo de nuestra vida, sin entender en la mayoría de los casos, el porqué de nuestros derroteros. En cualquier caso, hoy es un día maravilloso para que te plantees, tu desnudez. Desde luego ante el Padre, ante Dios nuestro Señor, que nos ama y nos busca. Una desnudez que va más allá de la risa casual, obtenida de tu anécdota en aquellos baños colectivos en el camino de Santiago, por ejemplo. Una desnudez que debemos plantearnos ante Dios y en el momento del silencio, pues de ella venimos, hacia ella vamos y a la cual no debemos de renunciar. Escribió Job en su libro una de las realidades de la humanidad del hombre, su propia desnudez. “Desnudo salí del vientre de mi madre; desnudo regreso a la tierra. El Señor me dio la vida, y el Señor me la quitó: ¡bendito sea, el nombre del Señor!” (Job 1,21). Junto a esta actitud de desnudez y entrega ante Dios, hoy reconocemos que nuestra vocación cristiana nos exige desprendernos, dejar atrás, renunciar e incluso ser objetivo de cosas no deseables a causa del Reino de Dios. No quiero que aquí hagamos los dos un ejercicio de autocomplacencia y nos pongamos estupendos, asemejando nuestro ejemplo al martirial de San Blas, no. Pero si debemos de considerar, que aunque nuestra entrega en cierto sentido nos ha exigido renunciar a mucho, somos objetos del amor de Dios que al crearnos (Gn 2,7) nos otorgo –como imagen de Él- su propia dignidad. De modo que quien nos falta a la integridad de nuestra dignidad, está ofendiendo al mismo Dios. Ese debiera ser el garante de nuestra propia dignidad. Esa es tu garantía, en el aniversario de tu cumpleaños, el amor de Dios y la confianza mutua que tenéis, que te ha llevado a considerarte una mujer amada, respetada, envidiada y anhelada; aun cuando para llegar a esto, te vieras obligada a dejar atrás muchas cosas. Cuando ante Dios, te presentes solo como persona, como mujer; ¿quién te podrá apartar de Él?. Jefa, ¿quién será capaz de apartarte del amor de Cristo, que continuamente se te manifiesta en el calor de los que te rodeamos?. ¿Te separará la tribulación, la angustia, la persecución, la desnudez, el peligro, la espada? (Rom 8,35). Quizás sin darte cuenta, el dejar atrás tantas cosas te hace llegar al estado quizás máximo al que puede llegar toda persona, al estado de misión itinerante que unos llaman misticismo. Lo hablamos el otro día ante un café espumoso y templado para mi gusto. Es ese estado continuo y cotidiano, en el que llegas a impregnarte de Dios en tal manera, que a cada instante te lo encuentras. Le hablas entre labores de cocina y sorbetes de “termomix”.
Mi muy querida Jefa, hoy es el día de tu cumpleaños. Tres de febrero y día de San Blas, en cuyo día y siguiendo el refranero popular “las cigüeñas verás”. Es mucho más que eso lo que hoy podemos todos celebrar. Es el aniversario de tu nacimiento, hace veinte años que junto a mi tropa de monaguillos reanudamos la tradición de San Blas y promovimos la imagen, y otras mil cosas que otros celebraran hoy. Pero dejando de lado las efemérides quiero hacerte llegar una pequeña reflexión a modo de felicitación. Ante un cumpleaños, todos rememoramos –aun cuando nos lo contaran- el momento de nuestro nacimiento. Y una particularidad del nacer es la desnudez. La desnudez por otro lado, no es solamente un estado físico, sino que puede llegar a ser un estado de abandono o de desprendimiento al que se somete el sujeto –la persona-, de una manera voluntaria o involuntaria. ¿Elegimos lo que somos, querida Jefa?. ¿Tenemos oportunidad de modificar nuestro destino?. Son preguntas que en cualquier momento de la vida nos hacemos, juntamente con el origen de aquello negativo que nos sucede. Y es que, aunque no nos lo parezca, como nos enseña el profeta Jeremías (cap 18) Dios poco a poco nos modela a lo largo de nuestra vida, sin entender en la mayoría de los casos, el porqué de nuestros derroteros. En cualquier caso, hoy es un día maravilloso para que te plantees, tu desnudez. Desde luego ante el Padre, ante Dios nuestro Señor, que nos ama y nos busca. Una desnudez que va más allá de la risa casual, obtenida de tu anécdota en aquellos baños colectivos en el camino de Santiago, por ejemplo. Una desnudez que debemos plantearnos ante Dios y en el momento del silencio, pues de ella venimos, hacia ella vamos y a la cual no debemos de renunciar. Escribió Job en su libro una de las realidades de la humanidad del hombre, su propia desnudez. “Desnudo salí del vientre de mi madre; desnudo regreso a la tierra. El Señor me dio la vida, y el Señor me la quitó: ¡bendito sea, el nombre del Señor!” (Job 1,21). Junto a esta actitud de desnudez y entrega ante Dios, hoy reconocemos que nuestra vocación cristiana nos exige desprendernos, dejar atrás, renunciar e incluso ser objetivo de cosas no deseables a causa del Reino de Dios. No quiero que aquí hagamos los dos un ejercicio de autocomplacencia y nos pongamos estupendos, asemejando nuestro ejemplo al martirial de San Blas, no. Pero si debemos de considerar, que aunque nuestra entrega en cierto sentido nos ha exigido renunciar a mucho, somos objetos del amor de Dios que al crearnos (Gn 2,7) nos otorgo –como imagen de Él- su propia dignidad. De modo que quien nos falta a la integridad de nuestra dignidad, está ofendiendo al mismo Dios. Ese debiera ser el garante de nuestra propia dignidad. Esa es tu garantía, en el aniversario de tu cumpleaños, el amor de Dios y la confianza mutua que tenéis, que te ha llevado a considerarte una mujer amada, respetada, envidiada y anhelada; aun cuando para llegar a esto, te vieras obligada a dejar atrás muchas cosas. Cuando ante Dios, te presentes solo como persona, como mujer; ¿quién te podrá apartar de Él?. Jefa, ¿quién será capaz de apartarte del amor de Cristo, que continuamente se te manifiesta en el calor de los que te rodeamos?. ¿Te separará la tribulación, la angustia, la persecución, la desnudez, el peligro, la espada? (Rom 8,35). Quizás sin darte cuenta, el dejar atrás tantas cosas te hace llegar al estado quizás máximo al que puede llegar toda persona, al estado de misión itinerante que unos llaman misticismo. Lo hablamos el otro día ante un café espumoso y templado para mi gusto. Es ese estado continuo y cotidiano, en el que llegas a impregnarte de Dios en tal manera, que a cada instante te lo encuentras. Le hablas entre labores de cocina y sorbetes de “termomix”.
Entre el estruendo de tu tropa de nietos. Entre masas de pan no sólidas, que por capricho del destino no fueron ni dignas roscas, ni dignos hornazos. Le hablas entre susurros mientras acudes al hospital a llevar a alguien al medico para facilitarle la tarea. Le hablas a Dios, de ocho a dos y de tres a ocho de la tarde –o nueve-, en temporada de mantecados. Le hablas desde cada instante de la vida que compartes a tu esposo. Le hablas…..etc. Cuando leas detenidamente el evangelio de hoy, veras que la exigencia para anunciar a Jesús de Nazaret, lleva implícito el desprenderse de mucho, implica la desnudez de atesorar solo lo imprescindible. (Mc 6,7-13) Y aun esto último, ponerlo a disposición de los demás. Mientras escribo esto suena una campana. ¿A que nos llama?.Cada cual interprete el toque como le plazca, pero el sonido jovial de una pequeña esquila siempre en motivo de alegría. Esta de ahora suena por dos motivos; creo que uno es por la tercera tanda de bendición de pan y rocas ante San Blas, el otro motivo por el que toca es por tu vida, por la de tu gente, por la mía, por la de todos a los que queremos y aquellos a los que debiéramos querer más. Feliz cumpleaños Jefa. Chao.
Estepa a tres de febrero de dos mil once, onomástica de los santos Blas y Oscar.
Florencio Salvador Díaz Fernández
Estudiante de teología cristiana