Un Minuto de PAZ
Paz. Palabra referida en 402 ocasiones en la Biblia de Jerusalén. Siendo la propia Biblia, la narración de las experiencias de muchos hombres y mujeres con Dios a lo largo de los tiempos, no es de extrañar que la paz, haya sido un bien preciado por toda persona y por el mismo Dios. Paz, no solamente es la ausencia de guerra. Cada persona, desde la innata profundidad de su ser, desea la paz. No solo para si mismo, sino para el medio concreto que le rodea.
Pero en ocasiones invertimos el sentido, y pedimos paz para los demás antes que para nosotros, sin sentar las bases de un particular proceso de paz. Intentaré explicarme. Antes escribí, que con demasiada solicitud pedimos paz al Señor, entre otras cosas. Pero, ¿somos personas de paz? No quiero aquí, hacer un recorrido por las conciencias de los lectores, y menos aun determinar mi razonamiento por el indeseable sentido del paternalismo.
Lo planteo desde mí mismo. ¿Busco paz para encontrar la paz? El camino hacia la paz autentica es la paz interior, la paz consigo mismo; en el interior de cada uno y donde habita su propia conciencia, voz de Dios en nuestras vidas (Lc 2,14). Y el sendero de la paz, pasa en primer lugar, por tomar conciencia de quien se es como persona y la propia aceptación de uno mismo y sus circunstancias. Quien no esta en paz consigo mismo, no hallará paz entre los demás. Porque su lucha interior, le impedirá ejercer responsablemente su libertad, al estar coaccionado por las aptitudes de sí mismo. Y desde luego, a una persona que no se acepte, ni vea en sí mismo la propia dignidad de Dios que nos creó (Gen 1,26); ni si quiera le hace falta la sociedad que le condene por tal o cual cosa, sino que previamente se auto condenará. Es un decir. Nadie debe de culparse por lo que es en su ser natural, mientras viva –sea interior o públicamente- pacíficamente su vida, responda conscientemente al orden establecido en el mundo para con la convivencia mutua, la conservación de los derechos humanos, la urbanidad y el sentido de Dios. En demasiadas ocasiones, las personas ignoramos la naturaleza del bien que anhelamos, y los caminos a seguir para alcanzarlo.
Por eso, “debiéramos aprender de la historia sagrada, en qué consiste la búsqueda de la paz verdadera y oír proclamar por Dios en Jesucristo el don de esta verdadera paz” (León-Dufour). Una paz que no pasa por la omisión del bien que podamos hacer, en beneficio del mal inducido. Debe ser el mal por lo tanto, el autentico enemigo de la paz, en cuanto que no es ya un problema para la sociedad, sino un escándalo para los que miramos la vida desde la virtuosidad del evangelio de Jesús.
“Debiera ser el mal para toda la sociedad, un grito que se nos escapa de las manos. Este grito que nos lo arranca, no la simple comprobación de aspectos malos del universo y las lesiones a la naturaleza, sino la misma experiencia brutal de la vida de cada uno” (Yves M.-J.Congar), en la cual a tiempo real podemos vivir situaciones adversas, ausentes de paz y de fraternidad. Como vehículo propagador de actualidad, la globalización del mundo, nos hace asistir en directo, a males que acosan y hieren al mundo, como las hambrunas, la lesión de los derechos de las personas y los conflictos armamentísticos entre naciones del mundo.
Si junto a todos estos y variados frentes, unimos aquellas situaciones personales que nos causan zozobra en nuestra vida; -digo que- podemos ser personas más que aptas para desear, construir e instaurar de una manera duradera la paz, como ausencia del mal y ausencia de predisposición en contra dé. A los cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II, uno mi voz a los que aun deseamos aquel “aggiornamiento” de la iglesia por el que trabajó Juan XXIII, y del que sus sucesores y demás obispos se olvidaron, al meter el Vaticano II en un profundo cajón.
Y leyendo escritos del nombrado papa, me permito aconsejar sobre este tema su encíclica Pacem in Terris (paz en la tierra nn.1) en la cual nos dice que: “la paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios.” Un orden que desde el comienzo de la historia de la salvación, se exige para aquellas personas que desean llegarse al conocimiento de Dios y ante su presencia.
Ser humanos en definitiva.
No deben parecernos inalcanzables estos requisitos, pues en la humanidad de Jesús y de su madre María se hicieron una realidad palpable, de la que están impregnados los evangelios. Apostemos hermanos y hermanas, por una paz desde y por Jesús. "La paz os dejo, mi paz os doy; pero mi paz, no es como la paz que os da el mundo. No estéis angustiados ni tengáis miedo”. (Jn 14,27)
La paz de Jesús por lo tanto, es la propia esencia de quien sigue sus pasos. De quien asume con valentía su destino. De quien antepone el bien común al bien propio. De quien está dispuesto a ser de Jesús, sus manos y su boca donde fuera necesario. Consuelo ante los que sufren, brazo que trabaje contra la adversidad, mano que abrace y de calor al corazón inanimado por el desaliento la zozobra y la desesperanza.
Para llegarnos a este propósito, hermanas y hermanos del Dulce Nombre, solo tenemos que ponernos manos a la obra, y no dejar de mirar los serenos ojos de vuestra madre y maestra María de la Paz. Su blancura eclipsará nuestras dudas ante la misión a desarrollar.
Sea ella, la que interceda ante el Padre, para que todos nuestros propósitos a nivel personal, de hermandad, o a nivel parroquial, estén envueltos en la paz de Cristo, que nos llama incansablemente a realizar un mundo, pacifico, humano y efectivamente fraterno.
Hermanos y hermanas del Dulce Nombre y María de la Paz; con vosotros la paz y el bien. Laus Deo.
Florencio Salvador Díaz Fernández
Estudiante de Teología Cristiana