Este dogma inmaculado, siempre será un enigma a resolver por cada cristiano. Los que lo entendemos de una manera determinada, casi nos asusta manifestarlo abiertamente por el hecho de escandalizar. Aun así, tenemos en María un ejemplo y un prototipo de creyente y de persona, que como dijera aquel, es el piso piloto del ser cristiano por excelencia. Aquello que cada uno debiera ser como hijo de Dios, lo vemos prefigurado en la persona de María. Una mujer sencilla que nos lleva de la mano en el adviento, hacia nuestro origen (Génesis), para llamarnos la atención sobre la posibilidad de errar conscientemente en la vida, faltando al principio humano y amoroso que todo ser alberga. Mis mejores deseos para todos en este día.
Sin lugar a dudas, María es para celebrarla, en el silencio, en la espera, en una tarde de plena contemplación como la de hoy. Laus Deo.
Saludos.
PLEGARIA EN LA SOLEMNIDAD DE MARÍA INMACULADA
(Esta plegaria puede leerse tras las preces en la liturgia de las horas ya que en ella se incluye el espacio para el padre nuestro. Es útil para dinamizar los oficios litúrgicos.)
Bendito eres, Señor y Padre santo,
que nos amas y nos buscas,
porque has hecho bendita entre todas las mujeres
a María, madre de tu Hijo y madre nuestra.
En esta fiesta de María,
Reina del Adviento y la esperanza,
queremos alabarte y bendecirte
porque nos has entregado a tu hijo
a través de la encarnación en nuestra humanidad,
haciéndolo hombre como nosotros,
despojándolo del pecado,
la inclinación a la inhumanidad.
Padre, así como la venida de tu Mesías
es la fuente de nuestro júbilo y de nuestra esperanza,
así también el gesto de la virgen,
disponible o obediente
a recibir con fe la Palabra divina
en su venida sobre la tierra,
nos llena de alegría.
Por eso, unidos a todos los hombres y mujeres
de buena voluntad,
rezamos aquella oración que Jesús nos enseño:
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO…
Sabemos, padre, que la acogida que,
en su seno, reservó María al Verbo hecho carne
fue resultado de un acto de fe profunda.
Por eso abrió la puerta sellada de este mundo
egoísta y cerrado en sí mismo,
al Mesías liberador.
Pero también sabemos
que todos estos gestos suyos,
toda su vida fue un don maravilloso
que Tú hiciste al género humano,
preparando el camino de la otra donación,
única y definitiva, que estabas gestando:
tu propio Hijo unigénito.
Si tu Hijo revestido de humanidad
estuvo libre de culpa, porque no podía pecar
a causa de su origen divino, María no peco
de hecho gracias a tu misericordia.
Eres grande y generoso, Señor,
porque has creído que la mujer,
tenida tantas veces como un ser inferior y limitado,
fuese la primera creyente en tu Palabra santa,
cuando se iba a encarnar
en nuestra naturaleza humana.
Ante este actuar tuyo,
tan distinto del de los hombres,
no podemos sino repetir las palabras de María:
“nuestra alma engrandece, magnifica al Señor
y nuestro espíritu se alegra en Dios nuestro salvador
porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava…
ha desplegado la fuerza de su brazo
y ha expulsado a los soberbios de corazón.
Ha derribado de sus tronos a los potentados
y a los humildes los ha exaltado.
A los hambrientos los ha colmado de bienes
y ha despedido a los ricos con las manos vacías”.
Esta obra tuya admirable, Señor,
culminó en la Pascua de tu Hijo.
Conducido como oveja al matadero
y descendido a los infiernos,
está sentado ahora a tu diestra, como Señor de todo.
Siendo pobre nos enriqueció a todos
con el don de su propio cuerpo y de su sangre.
Y por este testimonio de amor,
nos sentimos comprometidos
y te manifestamos que creemos en Ti.
No podemos olvidar
el ejemplo de amor que nos dio jesús en la cruz,
y por ello te damos gracias, Padre.
Igualmente reconocemos que aquellos actos,
tuvieron el esplendor en la gloriosa
resurrección y ascensión victoriosas.
Frente a estos acontecimientos,
nosotros igualmente nos ofrecemos a ti
en este momento de oración,
a través de la completa disponibilidad de nuestra persona.
Envíanos tu Espíritu y envíalo
sobre la comunidad cristiana,
para que nos fecunde con sus dones
como fecundó de la misma manera a María,
haciéndonos personas nuevas
y renovando el milagro de la maternidad.
Que cada uno de nosotros con nuestro ejemplo y obras,
engendremos nuevos hijos para tu iglesia,
siendo el claro reflejo de tu rostro en el mundo.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.