UNA FLOR EN EL PIANO
Hoy me visita en la tienda, una persona que además de cliente es una buena amiga.
En su apariencia y a una determinada distancia es una mujer normal, completamente normal, con sus posibles felicidades y desdichas. Cuando se acerca, bien aprecia uno que el pelo artificial y magistralmente imitado a natural, deja entrever el transito de una enfermedad. Una enfermedad que está casi superada y que deja un reguero de sensaciones duras, sufridas en las propias carnes de la condición humana.
La incertidumbre de si vivirás la próxima Navidad, si tendrás oportunidad de acariciar a los nietos que han de venir, o la ocasión para demostrar a tu pareja que le quieres mas que nadie. Todo esto es reflejo de las vivencias de esta mujer, cuyo nombre dejamos en (…) puntos suspensivos, pues es un drama demasiado común, como para ponerle nombre. Hoy en día, al ver las experiencias pasadas, se presenta ante los amigos con una expresión casi grotesca al decir: ¡que no me he muerto!.
Pero todos sabemos y nos hacemos una idea de lo vivido por ella, para compartir juntos y como amigos el pasado, el presente y el futuro. Como prueba de que es hoy día una mujer esperanzada, ella habla de su piano. Tecleo en alguna ocasión, pero prefirió tararear melodías, a emprender la dura tarea del aprendizaje. Aun así, el comienzo de la enfermedad le llevó a abandonar finalmente el piano y lo que es mas grave, el dejar de tararear melodías. No siempre mantuvo la esperanza.
Cuando algo sensible como el pelo se te cae de tu propio cuerpo -por insignificante que sea esta caída comparada con la propia vida del cuerpo en sí-, digo que es algo íntimo, tuyo y que casi dan ganas de pegártelos tu misma nuevamente a la cabeza. Venciendo las ganas de su reclusión en cada, logró poco a poco, con el apoyo de su familia y una fortísima dosis de confianza en sí misma, plantearse el dar la batalla a la enfermedad, y si al menos el destino la destinaba al fracaso, estaba dispuesta a ponérselo difícil como mujer dura de pelar.
Han pasado los meses y aun a pesar del malestar del cuerpo por la dichosa “quimio”, poco a poco esta mujer a considerar, ha salido a la calle, se ha relacionado nuevamente, planta dosis de humor a la vida y sonríe, aunque a veces entendamos que lo hace a su pesar.
El piano seguía abandonado, hasta el día en que de manera casi providencial decidió reabrirlo casi lograr tocar una improvisada melodía.
¿Clases de piano?, ¿seré capaz?...; lo fue.
Recibe clases de piano una vez por semana. El tronar de las notas musicales no tocadas con la delicadeza que excede al aprendiz, ha hecho renacer el hogar de esta mujer, que como señal de esperanza y amor a la vida, ha colocado por siempre una flor en su piano.