7.3 La responsabilidad de orar.
De esta manera al poner en
nuestra boca el nombre de Jesús, debemos ser responsables de lo que le pedimos.
Nos llegaremos al desengaño si esperamos de Dios una respuesta inmediata a
nuestros ruegos.
Esta respuesta si fuera dada por Dios de esta manera seria
paternalismo puro, y Dios es un padre que enseña pero deja vía libre al hombre
para que camine (no somos hijos de papa, ni siquiera de papa Dios). Él nos
ayudará, en cambio, dándonos su Espíritu, que, como ya experimentamos en la
vida diaria es la fuerza de nuestra fuerza”.
No debemos de caer en la
tentación romana de “FATIGARE DEOS”/cansar a los dioses para conseguir los
logros necesarios. Esto nos llevaría a realizar un trueque con Dios, algo
inaceptable en una persona de fundada fe.
“la voluntad
divina tampoco se determina a querer, por las palabras del hombre, lo que antes
no quería […] La oración dirigida a Dios es necesaria por causa del mismo
hombre que ora, a fin […] de que se haga idóneo para recibir” (S. Tomás de
Aquino)
En Génesis 18,23-32, tenemos el reflejo de lo que nos
explica antes santo Tomás, según el episodio cuenta la intercesión de Abraham
ante Sodoma y Gomorra. El patriarca entiende que Dios esta equivocado y
considera que en su regateo le ayuda a este, a Dios a recapacitar y considerar
la salvación de cada vez, menos justos:
“Se le
acercó y le dijo: "¿Vas a destruir al justo juntamente con el pecador?
Quizá haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Vas a destruir la ciudad? ¿No la
perdonarás en consideración a los cincuenta justos que hay en ella? […] Abrahán volvió a decir: "No se irrite
mi Señor. Voy a hablar por última vez. A lo mejor sólo hay diez". Y el
Señor respondió: "No la destruiré en consideración a esos diez".
El final de la historia es
claro, desde el principio sabía Dios cuales eran los justos y cual era el
destino de las ciudades, y nos preguntamos por ello: ¿no sirvió para nada la
oración de intercesión de Abraham?. Sí, para mucho. Para que cuandos e
cumpliera la voluntad de bDios, comprendiera que esta era justa y pudiera
aceptarla y aprender de lo sucedido. La oración no es para cambiar a Dios, sino
a nosotros que somos los capaces –con su ayuda- de cambiar el mundo. La oración
no es para adaptar la voluntad de Dios a la nuestra, sino la nuestra a la
voluntad de Dios:
“padre mío, si
es posible, que pase de mí este trago; pero que no sea como yo quiero, sino
como quieras tú” (Mt26,39)
Ninguna oración muestra
mejor este fin que la del Hermano Carlos de Foucauld que dicen los jesuitas al
terminar el día y reposar:
Padre,
me pongo en tus
manos.
Haz de mí lo que
quieras.
Sea lo que sea,
te doy gracias.
Estoy dispuesto
a todo;
lo acepto todo
con tal de que
tu voluntad
se cumpla en mí
y en todas tus
criaturas.
No deseo ninguna
otra cosa, Padre.
Te ofrezco mi
vida.
Te la doy con
todo el amor
de que soy
capaz.
Porque te amo
y necesito
darme:
ponerme en tus
manos,
sin medida,
con una infinita
confianza.
Porque Tú eres
mi Padre.
Por ello, al considerar lo
dicho, debemos tener en cuenta que para que nuestra voluntad se ponga de
acuerdo con la de Dios, mas que hablarle será apropiado escucharle. Así
invitaba Unamuno a la oración: “¡silencio, silencio, para oír al Señor!”.
En este silencio
encontraremos el equilibrio, el susurro, la palabra oportuna, el acontecimiento
clave para interpretar… silencio.
Así hacia Samuel cuando
comprendió y se puso en sus manos.
“habla Señor, que tu siervo escucha” (1Sam3,1-20)
Autor:
Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de
Teología Cristiana.
(Este
material puede ser difundido o utilizado, indicando su autoría y procedencia)