CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

viernes, 17 de agosto de 2012

LA ORACIÓN II. 1. ¿QUE MUEVE LA EXPRESIÓN ORANTE? 1.1 NECESIDAD Y DESEO


1.¿Qué mueve la expresión orante de la persona cristiana?.

No es lo mismo sentir necesidad de Dios que desear a Dios. La necesidad confina al sujeto sobre si mismo y hasta lo bloquea en si mismo. El deseo, por el contrario, abre al sujeto y lo saca de sí mismo. Esta es la diferencia fundamental entre estas dos experiencias cotidianas, que con tanta frecuencia se entrecruzan y se confunden en nuestra intimidad.

1.1 Necesidad y Deseo

Por ello y precisamente porque la necesidad y el deseo son tan radicalmente diferentes, las consecuencias que desencadenan son por ello muy distintas.
La necesidad entraña el peligro de que la persona confunda lo que necesita con la experiencia gratificante  que le proporciona la necesidad satisfecha. Es el caso del niño que confunde a la madre con las experiencias gratificantes que su madre le proporciona. O la persona adolescente que confunde a la persona de la que se enamora con las experiencias satisfactorias que vive junto al otro sujeto. Es lo propio del amor captativo, que no ama a nadie, porque sólo quiere y busca satisfacer “necesidades” básicas que todo ser humano experimenta. Y hay individuos que se mueren de viejos pensando que han pasado la vida amando a mucha gente cuando, en realidad, no han amado a nadie en este mundo porque solo se han querido a sí mismo, en la medida en que sólo han buscado satisfacer sus propias necesidades.

El deseo es oblatividad. Implica un trabajo o proceso, que comienza por el reconocimiento del otro, en cuanto ser radicalmente distinto de mí y de la satisfacción de mis necesidades. Lo cual presupone un distanciamiento y una conversión. Un distanciamiento porque solo cuando el niño descubre que la madre no es el calor y el alimento que de ella recibe, entonces –y solamente entonces- puede situar a la madre ahí, como un “otro”, como persona diferente de sí mismo y de la satisfacción de sus necesidades, como persona diferente de sí mismo y de la satisfacción de sus necesidades, una persona a la que el niño puede desear el impulso de un verdadero amor de hijo. Y es en ese momento cuando se puede iniciar una verdadera conversión: el paso de la “necesidad” al “deseo”. Que es el paso del movimiento que repliega al sujeto sobre sí mismo hacia un nuevo movimiento de orientación de la persona, en el amor autentico, que llevará entonces a la entrega más generosa.

Todo esto puede parecer demasiado abstracto y complicado, además de carente de utilidad concreta. La verdad, sin embargo, es que aquí nos jugamos la verdad o el engaño de nuestra vida de oración. Porque todo lo dicho, es referido a nuestra relación con Dios, significa que, para muchas personas, la oración no es, en demasiados casos, la experiencia de un deseo, sino la proyección de una necesidad. Necesidad que confunde a Dios, y la presencia de Dios con nosotros, con los sentimientos o experiencias gratificantes que vive la persona que se pone a hacer oración. En el fondo, es el peligro de confundir a Dios con un “saber” (las ideas religiosas que barajamos en la oración), con un “espacio” (el lugar sagrado en el que hacemos nuestra plegaria) y con un “tiempo” (los minutos o quizás las horas que podamos dedicar a orar).
Por eso hay tanta gente que cuando saborea su saber sobre Dios, cuando se ubica en el espacio santo y sagrado, y cuando dedica el “tiempo fuerte” de la oración para el Señor, entonces, y precisamente con eso, tiene la impresión de poseer ya a Dios mismo o de estar muy cerca de Él. Pero Dios no es nada de eso. Ni el que hace eso, por eso sólo, ya puede estar seguro de que está unido a Dios.

Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
Índice y Bibliografía: 
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