1.¿Qué mueve la expresión
orante de la persona cristiana?.
No
es lo mismo sentir necesidad de Dios que desear a Dios. La necesidad confina al
sujeto sobre si mismo y hasta lo bloquea en si mismo. El deseo, por el
contrario, abre al sujeto y lo saca de sí mismo. Esta es la diferencia
fundamental entre estas dos experiencias cotidianas, que con tanta frecuencia
se entrecruzan y se confunden en nuestra intimidad.
1.1 Necesidad y Deseo
Por
ello y precisamente porque la necesidad y el deseo son tan radicalmente
diferentes, las consecuencias que desencadenan son por ello muy distintas.
La
necesidad entraña el peligro de que
la persona confunda lo que necesita con la experiencia gratificante que le proporciona la necesidad satisfecha.
Es el caso del niño que confunde a la madre con las experiencias gratificantes
que su madre le proporciona. O la persona adolescente que confunde a la persona
de la que se enamora con las experiencias satisfactorias que vive junto al otro
sujeto. Es lo propio del amor captativo, que no ama a nadie, porque sólo quiere
y busca satisfacer “necesidades” básicas que todo ser humano experimenta. Y hay
individuos que se mueren de viejos pensando que han pasado la vida amando a
mucha gente cuando, en realidad, no han amado a nadie en este mundo porque solo
se han querido a sí mismo, en la medida en que sólo han buscado satisfacer sus
propias necesidades.
El
deseo es oblatividad. Implica un
trabajo o proceso, que comienza por el reconocimiento del otro, en cuanto ser
radicalmente distinto de mí y de la satisfacción de mis necesidades. Lo cual
presupone un distanciamiento y una conversión. Un distanciamiento porque solo
cuando el niño descubre que la madre no es el calor y el alimento que de ella
recibe, entonces –y solamente entonces- puede situar a la madre ahí, como un
“otro”, como persona diferente de sí mismo y de la satisfacción de sus
necesidades, como persona diferente de sí mismo y de la satisfacción de sus
necesidades, una persona a la que el niño puede desear el impulso de un
verdadero amor de hijo. Y es en ese momento cuando se puede iniciar una
verdadera conversión: el paso de la “necesidad” al “deseo”. Que es el paso del
movimiento que repliega al sujeto sobre sí mismo hacia un nuevo movimiento de
orientación de la persona, en el amor autentico, que llevará entonces a la
entrega más generosa.
Todo
esto puede parecer demasiado abstracto y complicado, además de carente de
utilidad concreta. La verdad, sin embargo, es que aquí nos jugamos la verdad o
el engaño de nuestra vida de oración. Porque todo lo dicho, es referido a
nuestra relación con Dios, significa que, para muchas personas, la oración no
es, en demasiados casos, la experiencia de un deseo, sino la proyección de una
necesidad. Necesidad que confunde a Dios, y la presencia de Dios con nosotros,
con los sentimientos o experiencias gratificantes que vive la persona que se
pone a hacer oración. En el fondo, es el peligro de confundir a Dios con un
“saber” (las ideas religiosas que barajamos en la oración), con un “espacio”
(el lugar sagrado en el que hacemos nuestra plegaria) y con un “tiempo” (los
minutos o quizás las horas que podamos dedicar a orar).
Por
eso hay tanta gente que cuando saborea su saber sobre Dios, cuando se ubica en
el espacio santo y sagrado, y cuando dedica el “tiempo fuerte” de la oración
para el Señor, entonces, y precisamente con eso, tiene la impresión de poseer
ya a Dios mismo o de estar muy cerca de Él. Pero Dios no es nada de eso. Ni el
que hace eso, por eso sólo, ya puede estar seguro de que está unido a Dios.
Autor: Florencio
Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
Índice y
Bibliografía:
(Este material puede ser difundido o utilizado, indicando su
autoría y procedencia)