¡Misericordia, por amor de Dios!
Florencio Salvador Díaz Fernández (Titulado en Teología)
En el día de hoy, cuando escribo
estas letras, una mujer me abordó esta mañana en una tienda de Estepa. Yo la
conozco, y al ver su mirada de desasosiego le pregunté qué tal estaba. Confieso
que la respuesta me hizo sentir terror y frío en la espalda. Me contó que
estaba mal, muy mal. Sus circunstancias personales y familiares son lamentables
y de necesidad extrema. Su vida ahora carece de sentido, solo quiere cerrar los
ojos y quitarse la vida.
Llego a la siguiente conclusión; esta mujer está así
porque con ella no han tenido misericordia. Y no sabéis lo significativo que es
el proponerte escribir sobre algo, aunque sea brevemente, teniendo ante ti la
mirada de una persona, que como aquel herido junto al camino, nadie echaba
cuenta. Una mujer con su dignidad adolecida y quebrantada. Una mujer ante la
cual nadie puede, ni debe pasar de largo, si se considera seguidor de Jesús de
Nazaret. Una mujer ante la cual recordé inmediatamente aquello de Mateo (5,5):
“bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”.
Cómo no
nombrar aquí el año de la misericordia. La misericordia es una de las
dimensiones de Dios, más extendidas y anunciadas y predicadas a lo largo del
tiempo. Sabemos que desde un plano cristológico, la misericordia tiene su mayor
exponente en la imagen del samaritano con el herido en los hombros (Lc
10,25-37). Además el icono del año jubilar de la misericordia, responde a esta
parábola de Jesús. Pero, la misericordia está también presente en toda la
escritura veterotestamentaria, de la cual es ejemplo el segundo libro de las
Crónicas (28,12-15), solo cito esto para no extenderme.
La misericordia es un
sentimiento o más bien una actitud, que late en el tejido eclesial, ya que Dios
es misericordioso porque ama sin medida y perdona sin medida, y todo todo, lo
hace desde la amorosidad del que se compadece de su creación. La Iglesia no ha
sabido sustraerse a esta amable dimensión de Dios, y desde los primeros tiempos
ha tenido en cuenta el favor de Dios con la especie humana, sus hijos e hijas.
Una
de las primeras referencias que se hace en el magisterio de la Iglesia hacia la
misericordia de Dios, deriva de la gratuidad de Este para enviarnos a su hijo,
solo por nuestra salvación. Y se hace en un credo de la iglesia egipcia,
contenido en un Canon de Confesiones de fe del año 380 aproximadamente: “crees
en el Señor nuestro Jesucristo, Hijo único de Dios Padre, que admirablemente se
hizo hombre por nosotros”.
"misericordia es un sentimiento o más bien una actitud, que late en el tejido eclesial, ya que Dios es misericordioso porque ama sin medida y perdona sin medida, y todo todo, lo hace desde la amorosidad del que se compadece de su creación"
Tengamos en cuenta que el concepto de misericordia
ha evolucionado en nuestra Iglesia a través de los siglos, pues llega a
reconocerse la salvación incluso para los que no están en la Iglesia, ya que el
amor de Dios supera toda barrera y toda estructura organizativa y toda posible
jerarquía. “En efecto, los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo
y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón, e intentan en su vida,
con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo
que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.” (Pablo VI.
Lumen Gentium.2-16).
Tras este acelerado repaso de la misericordia a través de
las escrituras y el magisterio eclesiástico, volvemos a la realidad. Esta
realidad en la que está toda persona que considere seguir los pasos de Jesús. Y
la vuelta a la realidad se hace ineludible para todo cristiano, pues las obras
de cada uno, son las que dan un auténtico testimonio de la calidad de nuestro
servicio cristiano. Me resultó muy curioso saber de un anuncio publicitario
anónimo que una persona pagó en el periódico francés “Le Monde” (Feb-1983nº5),
el cual decía: “¿Cuántos sacrificios son necesarios todavía, hasta qué punto
deben deteriorarse aún las cosas para que creamos en Jesucristo, el Hijo de
Dios?”. Es este un llamamiento profético de los de ahora.
No vayamos a pensar
que el sentido profético, la capacidad de denuncia de la injusticia por parte
de Dios está agotada o apagada por el ruido de nuestro mundo o las nuevas
tecnologías, no. Solo basta estar expectantes y tener un mínimo sentido de la
contemplación para advertir los gritos que se suceden en el mundo. Gritos de
ámbito extendido, y gritos que se nos presentan en la vida a nivel particular,
como el de esta mujer nombrada al principio a la cual no le merece la pena
vivir.
"esta mujer está así porque con ella no han tenido misericordia"
“El Padre, Dios del universo, que está lleno de longanimidad, de
misericordia y de piedad, ¿acaso no sufre de alguna manera? […] ¿Acaso el Padre
es impasible? Si se le suplica, tiene piedad y compasión. Sufre una pasión de
amor” (Orígenes S.II, citado en “La Souffrance de Dieu). Pero no podemos
olvidar que tu y yo, si decimos seguir a Jesucristo tenemos que ser sus manos
en el mundo. Y tenemos que hacerlo desde un plano igualitario, respecto del que
tiene la dignidad quebrantada o no tiene que comer. No valen aquí juicios
propios o criterios fundamentados en tal o cual cosa que nos llevarán a la
justificación de nuestras injustificadas acciones, rotundamente no.
“Todo es
relativo, menos Dios y el hambre” (Pedro Casaldáliga, Obispo). Dicho de otra
manera, nada importa excepto Dios y la persona humana, con su hambre de
alimento y de dignidad. Y que a nadie se le ocurra anunciar a Jesucristo sin un
pan bajo el brazo, porque de buena voluntad está lleno el mundo pero sin
soluciones. Quiero decir que de la grandeza de nuestro corazón, habla nuestra
boca (Mt 12,43b).
Queridos hermanos, por amor de Dios tengamos hambre de la
Palabra de Dios (Amós 8,11b). Por amor de Dios, seamos sensibles a las realidades
que nos rodean. Por amor de Dios, tengamos la osadía de preguntarnos quien es
nuestro prójimo en la vida (Lc 10,29b). Por amor de Dios, seamos respetuosos y
humanos como Jesucristo.
¡¡Por amor de Dios, tengamos entrañas de
MISERICORDIA!!
“Señor, que no
apaguemos el corazón,
no permitas que la
vida nos lo apague.
Sin un corazón
palpitante, ¿cómo corresponder a tu amor?
Sin una ternura
profunda, ¿cómo servirte en los hermanos?
Señor, que eres
comunidad con Jesús y el Santo Espíritu,
que eres amor que
hace a los otros distintos
y los mantiene
unidos sin confusión,
danos sentir tu
amor como sol
que encienda
nuestra tierra,
como lluvia que
empape,
como viento que la
esponje y estremezca.
Danos un corazón de
carne,
aunque muera de dolor,
de ansias o de desprecios.
Te pedimos, Señor,
que no cometamos el sacrilegio
de emplear tus
leyes para amordazar el corazón,
para neutralizarlo
con códigos,
para sustituirlo
con ritos y ceremonias,
para canjearlo por
un poco de poder,
para venderlo a
cambio de vivir asegurados.
En esta hora de
lobos en que manda la ley
de la lucha por la
vida y el dominio del más fuerte,
tú nos ofreces
proseguir la misión que encargaste a tu Hijo:
“Liberar a los
oprimidos”.
Para esta sagrada
misión te pedimos, Señor,
que transformes
nuestro corazón de piedra en un corazón de carne.
Te pedimos, Padre,
el Espíritu Santo de la solidaridad. Amén.”
(Salmos de vida y fidelidad, Pedro Trigo. Teólogo jesuita)