CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

miércoles, 10 de febrero de 2016

¡MISERICORDIA, POR AMOR DE DIOS!

¡Misericordia, por amor de Dios!
Florencio Salvador Díaz Fernández (Titulado en Teología)

En el día de hoy, cuando escribo estas letras, una mujer me abordó esta mañana en una tienda de Estepa. Yo la conozco, y al ver su mirada de desasosiego le pregunté qué tal estaba. Confieso que la respuesta me hizo sentir terror y frío en la espalda. Me contó que estaba mal, muy mal. Sus circunstancias personales y familiares son lamentables y de necesidad extrema. Su vida ahora carece de sentido, solo quiere cerrar los ojos y quitarse la vida. 

Llego a la siguiente conclusión; esta mujer está así porque con ella no han tenido misericordia. Y no sabéis lo significativo que es el proponerte escribir sobre algo, aunque sea brevemente, teniendo ante ti la mirada de una persona, que como aquel herido junto al camino, nadie echaba cuenta. Una mujer con su dignidad adolecida y quebrantada. Una mujer ante la cual nadie puede, ni debe pasar de largo, si se considera seguidor de Jesús de Nazaret. Una mujer ante la cual recordé inmediatamente aquello de Mateo (5,5): “bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. 
Cómo no nombrar aquí el año de la misericordia. La misericordia es una de las dimensiones de Dios, más extendidas y anunciadas y predicadas a lo largo del tiempo. Sabemos que desde un plano cristológico, la misericordia tiene su mayor exponente en la imagen del samaritano con el herido en los hombros (Lc 10,25-37). Además el icono del año jubilar de la misericordia, responde a esta parábola de Jesús. Pero, la misericordia está también presente en toda la escritura veterotestamentaria, de la cual es ejemplo el segundo libro de las Crónicas (28,12-15), solo cito esto para no extenderme. 
La misericordia es un sentimiento o más bien una actitud, que late en el tejido eclesial, ya que Dios es misericordioso porque ama sin medida y perdona sin medida, y todo todo, lo hace desde la amorosidad del que se compadece de su creación. La Iglesia no ha sabido sustraerse a esta amable dimensión de Dios, y desde los primeros tiempos ha tenido en cuenta el favor de Dios con la especie humana, sus hijos e hijas. 
Una de las primeras referencias que se hace en el magisterio de la Iglesia hacia la misericordia de Dios, deriva de la gratuidad de Este para enviarnos a su hijo, solo por nuestra salvación. Y se hace en un credo de la iglesia egipcia, contenido en un Canon de Confesiones de fe del año 380 aproximadamente: “crees en el Señor nuestro Jesucristo, Hijo único de Dios Padre, que admirablemente se hizo hombre por nosotros”. 

"misericordia es un sentimiento o más bien una actitud, que late en el tejido eclesial, ya que Dios es misericordioso porque ama sin medida y perdona sin medida, y todo todo, lo hace desde la amorosidad del que se compadece de su creación"

Tengamos en cuenta que el concepto de misericordia ha evolucionado en nuestra Iglesia a través de los siglos, pues llega a reconocerse la salvación incluso para los que no están en la Iglesia, ya que el amor de Dios supera toda barrera y toda estructura organizativa y toda posible jerarquía. “En efecto, los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón, e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.” (Pablo VI. Lumen Gentium.2-16). 
Tras este acelerado repaso de la misericordia a través de las escrituras y el magisterio eclesiástico, volvemos a la realidad. Esta realidad en la que está toda persona que considere seguir los pasos de Jesús. Y la vuelta a la realidad se hace ineludible para todo cristiano, pues las obras de cada uno, son las que dan un auténtico testimonio de la calidad de nuestro servicio cristiano. Me resultó muy curioso saber de un anuncio publicitario anónimo que una persona pagó en el periódico francés “Le Monde” (Feb-1983nº5), el cual decía: “¿Cuántos sacrificios son necesarios todavía, hasta qué punto deben deteriorarse aún las cosas para que creamos en Jesucristo, el Hijo de Dios?”. Es este un llamamiento profético de los de ahora. 

No vayamos a pensar que el sentido profético, la capacidad de denuncia de la injusticia por parte de Dios está agotada o apagada por el ruido de nuestro mundo o las nuevas tecnologías, no. Solo basta estar expectantes y tener un mínimo sentido de la contemplación para advertir los gritos que se suceden en el mundo. Gritos de ámbito extendido, y gritos que se nos presentan en la vida a nivel particular, como el de esta mujer nombrada al principio a la cual no le merece la pena vivir. 

"esta mujer está así porque con ella no han tenido misericordia"

“El Padre, Dios del universo, que está lleno de longanimidad, de misericordia y de piedad, ¿acaso no sufre de alguna manera? […] ¿Acaso el Padre es impasible? Si se le suplica, tiene piedad y compasión. Sufre una pasión de amor” (Orígenes S.II, citado en “La Souffrance de Dieu). Pero no podemos olvidar que tu y yo, si decimos seguir a Jesucristo tenemos que ser sus manos en el mundo. Y tenemos que hacerlo desde un plano igualitario, respecto del que tiene la dignidad quebrantada o no tiene que comer. No valen aquí juicios propios o criterios fundamentados en tal o cual cosa que nos llevarán a la justificación de nuestras injustificadas acciones, rotundamente no.
“Todo es relativo, menos Dios y el hambre” (Pedro Casaldáliga, Obispo). Dicho de otra manera, nada importa excepto Dios y la persona humana, con su hambre de alimento y de dignidad. Y que a nadie se le ocurra anunciar a Jesucristo sin un pan bajo el brazo, porque de buena voluntad está lleno el mundo pero sin soluciones. Quiero decir que de la grandeza de nuestro corazón, habla nuestra boca (Mt 12,43b). 
Queridos hermanos, por amor de Dios tengamos hambre de la Palabra de Dios (Amós 8,11b). Por amor de Dios, seamos sensibles a las realidades que nos rodean. Por amor de Dios, tengamos la osadía de preguntarnos quien es nuestro prójimo en la vida (Lc 10,29b). Por amor de Dios, seamos respetuosos y humanos como Jesucristo. 
¡¡Por amor de Dios, tengamos entrañas de MISERICORDIA!! 

“Señor, que no apaguemos el corazón,
no permitas que la vida nos lo apague.
Sin un corazón palpitante, ¿cómo corresponder a tu amor?
Sin una ternura profunda, ¿cómo servirte en los hermanos?
Señor, que eres comunidad con Jesús y el Santo Espíritu,
que eres amor que hace a los otros distintos
y los mantiene unidos sin confusión,
danos sentir tu amor como sol
que encienda nuestra tierra,
como lluvia que empape,
como viento que la esponje y estremezca.
Danos un corazón de carne,
aunque muera de dolor, de ansias o de desprecios.
Te pedimos, Señor, que no cometamos el sacrilegio
de emplear tus leyes para amordazar el corazón,
para neutralizarlo con códigos,
para sustituirlo con ritos y ceremonias,
para canjearlo por un poco de poder,
para venderlo a cambio de vivir asegurados.
En esta hora de lobos en que manda la ley
de la lucha por la vida y el dominio del más fuerte,
tú nos ofreces proseguir la misión que encargaste a tu Hijo:
“Liberar a los oprimidos”.
Para esta sagrada misión te pedimos, Señor,
que transformes nuestro corazón de piedra en un corazón de carne.
Te pedimos, Padre, el Espíritu Santo de la solidaridad. Amén.”


(Salmos de vida y fidelidad, Pedro Trigo. Teólogo jesuita)