EL SILENCIO DE NUESTROS OBISPOS
José
M. Castillo
En la situación tan
decisiva y difícil, como la que estamos viviendo en España, llaman la atención,
sorprenden y escandalizan muchas cosas, que no es el caso (ni pretendo) enumerar
aquí. Pero hay una, en concreto, que no me puedo callar. Cuando se está
decidiendo el futuro de nuestro país, lo que es tanto como hablar de la
felicidad o la desgracia de tantas familias y de tantos ciudadanos, los obispos
españoles dan la impresión de que no tienen prácticamente nada que decir.
Por supuesto, en
determinados momentos, sabemos que la Conferencia Episcopal (o quizá algún que
otro obispo) han dicho que quieren el bien de España, la paz entre los
ciudadanos, la justicia social, la rectitud ética o quizá otros tópicos y
lugres comunes por el estilo. Pero afrontar directamente y con claridad los
problemas que más nos preocupan ahora mismo a los españoles, de eso ni media
palabra. O por lo menos, decir algo que haya sido importante y útil, de eso -
que sepamos - nada de nada.
¿En qué país viven
nuestros obispos? ¿Es que no se enteran de lo que está ocurriendo? ¿No se han
dado cuenta todavía de la descomposición ética que está viviendo España? ¿No
tienen ni idea del sufrimiento, de la humillación, de la desesperación en que
viven tantas familias, tantos enfermos, tantos niños, tantas personas sin
trabajo ni esperanza de tenerlo, tantos trabajadores mal pagados, tantas
personas que tienen que huir de España porque aquí no se puede vivir, tantos
políticos que se han enriquecido escandalosamente, tanta desigualdad entre unos
pocos multimillonarios y millones de criaturas que no tienen fuerzas para
seguir callando y aguantando, etc, etc?
Ya sé que habría que
recordar otras cosas de las que los jerarcas eclesiásticos, por lo visto, no
tienen nada que decir. No pretendo (ni puedo) ser exhaustivo. En cualquier
caso, lo que yo me pregunto es por qué se callan en estos asuntos tan graves,
cuando sabemos que algunos de nuestros prelados tienen la lengua tan suelta
para decir cosas muy desagradables (y
hasta injustas) contra las mujeres, contra los homosexuales, contra las
personas que tienen una mentalidad
secular, laica o atea.
¿Por qué se callan
nuestros obispos ante tantas cosas que claman al cielo? Me sospecho que, en
muchos casos, callan porque tienen miedo. Miedo a perder privilegios legales,
económicos y fiscales. Miedo a que les echen en cara con qué autoridad o
credibilidad se ponen a decir lo que se tiene que hacer en la “ciudad secular”
cuando ellos son los primeros que no ponen en práctica esas mismas cosas en la
“Ciudad de Dios”? ¿Cómo va a exigir la Iglesia que se pongan en práctica los
derechos humanos cuando la Iglesia no los reconoce ni los pone en práctica
dentro de ella misma?
Es triste y duro tener
que reconocerlo. La Iglesia se ha quedado atrás en la historia. Su mentalidad,
su teología, sus leyes, sus rituales, su moralidad, todo eso y tantas otras
cosas, dan la impresión que son cosas de tiempos pasados, muy pasados. Tan
pasados y atrasados, que cuando de pronto aparece un papa - tal es el caso de
Francisco - que se ha empeñado en ponerse al día, es precisamente dentro de la
misma Iglesia donde este obispo de Roma encuentra una oposición más fuerte e
intolerante. ¿Y así queremos los cristianos poder decirle a nuestra sociedad y
a nuestro país alguna palabra que le sea útil?