CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

viernes, 5 de agosto de 2011

LAS ENSEÑANZAS DE OSCAR ROMERO SOBRE LA VIDA

13-agosto de 1978

DESEO DE DIOS Y CAPACIDAD DE LOS HOMBRES PARA ENCONTRARSE MUTUAMENTE

En la primera lectura se describe en forma bellísima este primer pensamiento, el deseo que Dios tiene de estar con los hombres; de sentirse presente en la humanidad; de que los hombres lo sintamos y la capacidad que el hombre tiene para captar esa visita, esa presencia esa inhabitación de Dios en el mundo. Y es un escenario que nos remonta otra vez al 6 de agosto. Elías, uno de los personajes que aparecen con Cristo, huyendo de una persecución por haber defendido los derechos de Dios, ha atravesado el desierto, difícil caminar de 40 días, y ha llegado al Monte Oreb. El monte Oreb es el mismo Monte Sinaí donde el otro personaje de la transfiguración Moisés, siglos antes de Elías, había platicado con Dios y había recibido de Dios los mandamientos. Quien ha visto la preciosa película del Exodo, recordará aquella escena sublime de Moisés recibiendo de Dios la legislación que ha de regir en su pueblo. Y así tenemos que ese Monte Oreb o Sinaí, Dios ha querido hacerlo un signo de su venida al mundo, de su presencia entre nosotros y los dos personajes conspicuos de esa presencia de Dios en el Sinaí: Moisés y Elías, son los dos protagonistas del Viejo Testamento que aparecen, con el Divino Transfigurado, el 6 de agosto de nuestras fiestas patrias.

Lo que pasó con Moisés, está pasando este domingo con Elías. Dios le dijo a Moisés que se preparara porque iba a ver el paso de Dios y Moisés se cubre el rostro, porque nadie puede ver a Dios sin morir -dice la Biblia- para significar su trascendencia, su majestad infinita. Y sólo cuando ha pasado de frente a Dios, Moisés puede ver la espalda de Dios. Casi eso es lo que miramos siempre, hermanos, no podemos mirar a Dios así como nadie puede mirar al sol frente a frente. Por que si lo miráramos, sufriríamos los efectos del sol, a Dios tampoco lo podemos mirar de frente. Somos demasiado pequeños, nuestras pupilas demasiado limitadas; pero si ver su espalda, su paso, su rastro y es lo que Elías también en la teofanía de esta mañana, se nos presenta Dios diciéndole: - Sal y aguarda al Señor que va a pasar. Pasó antes un viento huracanado que agrietaba montes y peñascos; se sintió el estremecimiento de un terremoto; después las llamaradas de un incendio y en todas estas tres manifestaciones -dice la Biblia- no estaba allí el Señor. Pero después se escuchó un susurro, un vientecillo, algo insignificante y allí estaba el Señor.

Parece como que de allí toma el Concilio Vaticano II cuando nos dice las dos clases de revelación que Dios ha hecho a los hombres. Dios se ha revelado en una forma natural: la creación y la conservación de la creación. El Concilio llama un testimonio perenne de si mismo, de Dios. Quien mira la creación, quien ve la conservación tan equilibrada y tan maravillosa de la naturaleza; y aun aquél que siente el estremecimiento de los terremotos; y siente las llamaradas de los incendios; las fuerzas de los huracanes; la belleza de la creación y la sublimidad de los fenómenos que el hombre sólo puede admirar, pero no puede frenar. La tempestad misma que Pedro sintió en el Lago de Genezareth. Qué chiquito se siente el hombre ante éstas manifestaciones de la omnipotencia del Creador en su creación. Son testimonio de sí mismo. Testimonio perenne, donde quiera que abramos los ojos o los oídos o captemos el susurro de la creación, Dios nos está hablando. Esta es la revelación natural, por eso San Pablo decía que ningún hombre es excusable ni se le puede perdonar el negar a Dios. Se necesita ser muy estúpido o muy soberbio para decir que Dios no existe. A Dios se le ve aunque sea en las espaldas de su creación. Va pasando el Señor... Hermosas poesías han surgido de los poetas que ven en las criaturas, como las huellas del Creador que va pasando; y así como se descubre que ha pasado un hombre cuando se mira su planta dibujada en un arenal, se siente que Dios ha pasado cuando su planta de creación y de conservación va pasando continuamente por nuestro mundo, tan cerquita de nosotros.

Pero, cuando Dios distingue la brisa suave y una manifestación más exquisita suya, el Concilio la llama una revelación sobrenatural. Quiso revelarse y manifestar el misterio de su voluntad. Por Cristo y con él su espíritu, pueden los hombres Regar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina. Habla con los hombres como los amigos hablan entre sí. Quien tiene un amigo, comprende esta bella separación.

Donde no hay secretos, donde hay confianza, donde hay desahogos, donde los secretos se comunican sin temor de ser denunciados; así habla Dios, sus secretos, sus destinos, sobre la creación, sobre el hombre, sobre su Iglesia. ¿Qué quiere Dios de la humanidad? El, el dueño de la historia. Qué hermoso es sentirse como Adán en el paraíso, donde la Biblia dice que Dios bajaba a platicar con él. Son los momentos sabrosos que Cristo hijo del hombre sentía. En ese momento que nos ha revelado el evangelio de hoy, subió solo a la montaña para orar. A Cristo lo encontramos muchas veces en este diálogo con su Padre. Y es que nos quería enseñar que hay que vivir en continua comunicación con El. Y que hay que vivir de su vida. Que no hay que vivir del pecado, de la mentira, que hay que negarse en la belleza, en la sublimidad de Dios para darle gracias por los favores recibidos; para pedirle perdón por nuestras infidelidades; para pedirle, cuando nuestras limitaciones topan ante la impotencia de lo grande que se nos pide. Es necesario saber comprender que tenemos esa capacidad y que Dios tiene el deseo de llenar esa capacidad.

Esto es lo bello de la oración y de la vida cristiana, que el hombre logra comprender que un interlocutor divino lo ha creado y lo ha elevado con capacidad para poder hablar de tú a tú. Qué daríamos nosotros por tener esa potencia y crear un amigo a nuestro gusto y, con un soplo de nuestra vida, darle la capacidad de comprendemos mutuamente y de platicar tan íntimamente' Que sienta que él, verdaderamente, es otro yo. Eso lo ha hecho Dios. El hombre es el otro yo de Dios. Nos ha elevado para poder platicar y compartir con nosotros sus alegrías, sus generosidades, sus grandezas. Qué interlocutor más divino. Cómo es posible que los hombres podamos vivir sin orar. Cómo es posible que el hombre pueda pasarse toda su vida sin pensar en Dios. Tener vacía esa capacidad de lo divino y no llenarla nunca. Si sólo esto lograra, hermanos, en mi homilía de hoy: Despertar un interés por descubrir eso que tal vez nunca se ha descubierto.

Como aquel Marcelino Pan y Vino que sube al piso donde se encuentra con Cristo para platicar con El. ¡Qué dicha poder encontrarlo! Nosotros tal vez no hemos subido a ese segundo piso y por eso vivimos a ras de tierra, sólo platicando miserias de hombres, intrigas de hombres, mentiras de hombres y no nos subimos a ese piso o como Cristo a la montaña para hablar a solas con nuestro Dios. Y ese segundo piso llevamos aquí dentro -dice el Concilio- Dios ha creado para el hombre la conciencia, como un santuario íntimo donde El baja para platicar a solas con el hombre y donde el hombre decide su propio destino.

No seamos esclavos de nadie. A nadie llaméis maestros en la tierra, decía Cristo. ¡Miren que rebeldía más grande! Pero es la rebeldía santa del que ha encontrado al único que hay que llamar Señor. Cuando se ha encontrado a ese Señor y Maestro que ilumina la verdad en la intimidad de la propia conciencia, se es libre de verdad. Se pueden decir las cosas con la dad de que Dios respalda lo que se está diciendo. Ojalá, hermanos, que nuestro pueblo, devoto del Divino Salvador del Mundo, sepa comprender esta grandeza; este designio por el cual Dios nos ha creado con capacidad para entenderlo; para platicar con El y, sobre todo, comprender el deseo que Dios tiene de platicar con nosotros y de compartir su vida con nosotros.

SIGNOS DE LA PRESENCIA DE DIOS ENTRE NOSOTROS

¿Cómo sabemos que Dios vive en el mundo? Es mi segundo pensamiento. Las señales de la presencia de Dios. Además de esas señales naturales que decíamos, como rastros del Dios que pasa, revelación natural, tenemos señales maravillosas de la revelación sobrenatural. Y aquí invoco la segunda lectura: San. Pablo comienza a enfrentar en este capítulo noveno de la Carta a los Romanos, un problema que le duele tanto, que hasta dice que quisiera Regar a ser maldición para que su gente lo comprenda.

Cuando Pablo ha llegado a platicar con Dios y a comprender que su pueblo Israel es una señal del Dios que quiere venir a salvamos; y cuando mira a sus compaisanos israelitas que han rechazado -el momento en que Dios vino: Cristo. Entonces le duele que sus paisanos sigan poniendo su confianza en la ley de Moisés, en las obras de la ley y que quieran creer más en las instituciones de los hombres que en el amor que justifica, de un Dios que nos manda a su propio Hijo. El que ha tenido la dicha de conocer a Cristo, que es como la cumbre de las revelaciones del Viejo Testamento, sabe que todas las escaladas del Viejo Testamento, no eran más que andamios, ni eran más que puntales; pero que una vez que Cristo ha venido y con su muerte y su resurrección ha llenado la plenitud de las promesas de Dios y ha salvado al mundo, ya no se necesita ni circuncisión, ni templo de Jerusalén, ni sacerdocio de Aarón, ni todas las leyes de Moisés; y este fue su gran conflicto, el gran conflicto que le toca tan íntimamente, que hasta llega a decir: Aunque me condene Dios, yo recibo esa condenación con tal que mis paisanos comprendan esta gracia del pueblo escogido, que no la han sabido comprender.

Israel es la señal de Dios con nosotros. Israel con sus privilegios que hoy nos ha mencionado la segunda lectura, cuando Pablo ya había dejado la ley mosaica y se había hecho cristiano, puede decir con alegría: Como cristiano que soy, voy a ser sincero; mi conciencia iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento, ¡pobre Pablo! cuando se hizo cristiano, lo trataron como tratan los judíos a quien se hace cristiano; traidor, anatema -quiere decir maldición-, objeto de maldición esto era Pablo, objeto de maldición porque se había hecho cristiano. Pero él dice: -Créanme, mi conciencia iluminada por la verdad del espíritu, por ese Cristo que los está amando y que quiere darse a conocer, siento una gran pena y un dolor inmenso, incesante; pues, por el bien de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera incluso, ser un anatema, una maldición, lejos de Cristo.

Y aquí comienza la enumeración: por qué Israel es señal de Dios entre los hombres y porqué fueron adoptados como hijos. A ningún pueblo le dijo Dios tú eres mi hijo, como a los descendientes de Israel.

Segundo, tienen. la presencia de Dios. En ningún pueblo que marchaba por la historia, se hizo tan presente la gloria de Dios, como cuando Israel, caminando por el desierto, sentía que Dios bajaba en la luminosidad de una nube que iluminaba la noche y que en el día los defendía del sol. Y que cuando se consagró el templo de Jerusalén, una gran humareda y claridad lo llenó. La claridad de Dios, la presencia de Dios se hacía sensible en ese pueblo.

Tercero, la alianza. Estamos en el Monte Sinaí, precisamente esta semana, con Elías, con Moisés, con el Divino Transfigurado y sabemos que en una montaña Dios ha hablado al pueblo: -Seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Esta es mi ley. Y cuando Cristo inaugura la Eucaristía que estamos celebrando esta mañana, traslada toda esa riqueza de la Alianza a nuestro altar. Esta es mi sangre que se derrama como alianza con vosotros. Alianza del nuevo y eterno testamento. Ya no habrá otra alianza, pero la del Sinaí prefiguraba la del altar, y la del altar que estamos celebrando hoy. Hoy queridos hermanos, la Catedral y las comunidades que están en sintonía, somos el pueblo de Israel en alianza con Dios, celebrando nuestra alianza.

Cuarto, la ley. Es otro privilegio. Ningún pueblo -dice la Biblia- ha recibido una ley tan sabida porque viene de la misma sabiduría de Dios, como el pueblo de Israel. Israel conocía por la ley qué quería Dios y qué no quería Dios. San Pablo elogia la ley, pero dice: -Ya no basta la ley, porque Cristo ha venido a completar la ley y a darnos la fuerza para cumplir la ley. Pero la ley siempre es un don, porque aunque en el Viejo Testamento se nos escribieron los diez mandamientos de la Ley de Dios, siguen vigentes ahora también. Al que cree en Cristo, plenitud de la ley, también le obliga el Decálogo del Viejo Testamento. La ley es un privilegio, es el que conoce de verdad qué quiere Dios y qué no quiere Dios.

El culto, también, otro privilegio de Israel. El culto era toda aquella organización y legislación con que Dios inspiró a Moisés, escoger una familia para hacer sacerdotes y los ritos que desempeñaban en el Templo de Jerusalén. Eran maravillas aquellas liturgias donde Dios, se hacía presente para recibir de los hombres, representados por sus sacerdotes, el homenaje humilde, agradecido, arrepentido y desde donde bendecía a ese pueblo que seguía sintiendo pueblo de Dios, y que en su Templo sentía como el alma de su nacionalidad.

Las promesas. Las promesas -dice San Pablo- son otros privilegios del Viejo Testamento. Son una señal de que Dios está presente con los hombres. Cuando un pueblo ha sido escogido para dictarle promesas tan certeras, tan eficaces, que podemos decir esto: Ningún hombre ha podido escribir su biografía antes de nacer, pero sí hay un hombre, es Cristo. Los profetas anunciaron desde siglos antes, la fisonomía, la figura, el espíritu, lo que Cristo venía a hacer. Eran las promesas de Dios. Y por eso San Pablo, cuando habla de Cristo, lo llamó el Amén, el cumplimiento de las promesas de Dios. Por eso a San Pablo le duele que no hayan querido aceptar el cumplimiento por quedarse con las promesas. Siente la tristeza de un pueblo, más pagado de su culto, institución humana, que por el amor de Dios que inspira ese culto. Y todavía sigue la lista.

Los patriarcas. Aun el Nuevo Testamento se alegra cuando pronuncia: El Dios de Abraham, el Dios de Jacob, el Dios de Isaac. Aquellos hombres que nuestra tradición teológico llama los collados eternos, hombres que como cumbres de la humanidad, tocaron a Dios, se llamaron amigos de Dios, y ellos recibieron las primeras promesas y son como los padres de nuestra fe. Así llamamos todavía los cristianos a Abraham, el padre de nuestra fe.

Y por último, Cristo, el Mesías. Que está por encima de todo. Dios bendito por los siglos. San Pablo que ha ido como poniendo esta montaña de privilegios, y en la cumbre ponía los Patriarcas de los cuales brota Cristo. Como que ya el pueblo, la humanidad, ha tocado lo divino y una flor de esta humanidad privilegiada: María, la Virgen, recoge en sus entrañas al Verbo de Dios y lo hace hombre que aparece en el mundo, Hijo de nuestros patriarcas, Hijo de las promesas de Dios. A este Cristo es al que hay que recibir, dice Pablo. Este Cristo es el que encarna la presencia de Dios en la historia de Israel. Dios estaba presente en toda la historia de Israel, porque venía como una historia embarazada con el gran Hijo del Hombre. Traía como preñada la divinidad de Dios en promesas, hasta que da a luz en la noche santa de Belén. La Virgen no es sólo una mujer, es toda una raza. Es todo un pueblo privilegiado que en las promesas de Dios ha encontrado una encarnación, allí, en María.

Pero además de Israel, además de las promesas hechas a Israel y Cristo que es la flor de esas promesas, hermanos, en estos días, en que la Iglesia se hace noticia tan de primera página, yo les quiero decir también con alegría inmensa, la Iglesia es hoy a partir de Cristo, cumplimiento de las promesas, la Iglesia sigue prolongando la presencia de Dios entre los hombres. El Israel de Dios, llama a Pablo a este pueblo cristiano que está reunido hoy en Catedral. El Israel de Dios. Israel no vale tanto por ser hijo de Abraham, vale por ser hijo de las promesas de Dios. Vale por haber sido el encargado de traer a Cristo. Y el nuevo Israel, la Iglesia, es hoy también la encargada de hacer presente a Nuestro Señor y Salvador: Jesucristo.