Introducción a la temática:
¡Venid
benditos de mi Padre,
porque
era pobre y marginado,
y
me habéis acogido!
Con
estas palabras comenzó Juan Pablo II su mensaje para la Cuaresma de 1998, y
seguía diciendo: “La Cuaresma nos propone cada año el misterio de Cristo «conducido por
el Espíritu en el desierto» (Lc 4,1). Con esta singular experiencia, Jesús dio
testimonio de su entrega total a la voluntad del Padre. La Iglesia ofrece este
tiempo litúrgico a los fieles para que se renueven interiormente, mediante la
Palabra de Dios, y puedan manifestar en la vida el amor que Cristo infunde en
el corazón de quien cree en Él. […]La Cuaresma es, pues, un camino de
conversión en el Espíritu Santo, para encontrar a Dios en nuestra vida. En
efecto, el desierto es un lugar de aridez y de muerte, sinónimo de soledad,
pero también de dependencia de Dios, de recogimiento y retorno a lo esencial.
La experiencia de desierto significa para el cristiano sentir en primera
persona la propia pequeñez ante Dios y, de este modo, hacerse más sensible a la
presencia de los hermanos pobres.”
Como
iglesia que somos, nos hemos quedado anquilosados en algunas prácticas o
principios rituales, y sin darnos cuenta se nos ha desdibujado la esencia
propia del ser y sentir cristiano. ¿Nos hemos preguntado de una manera
responsable y no complaciente, hacia que nos conduce la cuaresma?. Complaciente
digo, porque es un tiempo en el que si algo hacemos, es reconocernos pecadores.
¿De qué nos sirve reconocernos solo y exclusivamente pecadores y quedarnos en
esa concepción propia que solo observamos generalmente en este tiempo?. La
culpa no es nuestra, y quede claro que no se trata de culpar. Pero desde
pequeños se nos ha introducido en un sentido cultual, en el cual prima más el
dolor de los golpes del Cristo, sufriente que su acercamiento a las personas
humanas. “Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y
reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues,
derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo
el mundo.” (De la Carta de San Clemente, romano, papa, a
los Corintios. Cap. 7. s.I)
Por
ello y aunque en un tiempo determinado estas palabras fueran validas y
oportunas respecto del ambiente del tiempo, ha primado la cruz y la adoración a
este patíbulo, más que el sentido esperanzador y nuevo tiempo que inaugura la
pascua y al cual estamos todos avocados.
En
este sentido la liturgia también pone de su parte desde el momento en el que se
da el pistoletazo de salida en cuaresma. Aunque la liturgia del Concilio trajo
una clara y deseada renovación, después de cuarenta y cinco años es necesaria
una nueva adaptación. Veamos dos sentidos litúrgicos claramente diferenciados:
Señor,
fortalécenos con tu auxilio
al
empezar la Cuaresma,
para
que nos mantengamos en espíritu de conversión;
que
la austeridad penitencial de estos días
nos
ayude en el combate cristiano
contra
las fuerzas del mal.
(O.Colecta
Miércoles ceniza Misal Romano)
oh:
Oremos
para que en esta Cuaresma
retornemos
a Dios y a los hermanos.
(Pausa)
Oh
Dios, Padre nuestro:
Tú
sabes con qué frecuencia
intentamos
caminar por nuestros senderos egoístas.
No
nos permitas vivir y morir
sólo
para nosotros mismos
o
cerrar nuestros corazones a los otros.
Ayúdanos
a vernos a nosotros mismos y a la vida
como
dones tuyos.
Haznos
receptivos de tu palabra y de tu vida
y
haznos crecer en la mentalidad y actitudes
de
Jesucristo nuestro Señor.
(O.Colecta
Ciudad Redonda web. Publicaciones Claretianas)
Por
ello, aquí hoy veremos el sentido primigenio de la cuaresma y trazaremos, no un
nuevo sendero, pero si una nueva posibilidad de caminar, junto a Moisés por el
desierto de la vida –en todas sus facetas- y aplicar a nuestros pasos el deseo
de llegar a los otros con un sentido claro de felicidad bienaventurada, propios
de un espíritu qua habiendo vivido una penitencia pascual, se ha llegado a la
conversión de su espíritu interior y exterior.