CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

lunes, 28 de enero de 2013

EN CAMINO, TEOLOGÍA DE LA CUARESMA - INTRODUCCIÓN


Introducción a la temática:

¡Venid benditos de mi Padre,
porque era pobre y marginado,
y me habéis acogido!

Con estas palabras comenzó Juan Pablo II su mensaje para la Cuaresma de 1998, y seguía diciendo: “La Cuaresma nos propone cada año el misterio de Cristo «conducido por el Espíritu en el desierto» (Lc 4,1). Con esta singular experiencia, Jesús dio testimonio de su entrega total a la voluntad del Padre. La Iglesia ofrece este tiempo litúrgico a los fieles para que se renueven interiormente, mediante la Palabra de Dios, y puedan manifestar en la vida el amor que Cristo infunde en el corazón de quien cree en Él. […]La Cuaresma es, pues, un camino de conversión en el Espíritu Santo, para encontrar a Dios en nuestra vida. En efecto, el desierto es un lugar de aridez y de muerte, sinónimo de soledad, pero también de dependencia de Dios, de recogimiento y retorno a lo esencial. La experiencia de desierto significa para el cristiano sentir en primera persona la propia pequeñez ante Dios y, de este modo, hacerse más sensible a la presencia de los hermanos pobres.”

Como iglesia que somos, nos hemos quedado anquilosados en algunas prácticas o principios rituales, y sin darnos cuenta se nos ha desdibujado la esencia propia del ser y sentir cristiano. ¿Nos hemos preguntado de una manera responsable y no complaciente, hacia que nos conduce la cuaresma?. Complaciente digo, porque es un tiempo en el que si algo hacemos, es reconocernos pecadores. ¿De qué nos sirve reconocernos solo y exclusivamente pecadores y quedarnos en esa concepción propia que solo observamos generalmente en este tiempo?. La culpa no es nuestra, y quede claro que no se trata de culpar. Pero desde pequeños se nos ha introducido en un sentido cultual, en el cual prima más el dolor de los golpes del Cristo, sufriente que su acercamiento a las personas humanas. “Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo.” (De la Carta de San Clemente, romano, papa, a los Corintios. Cap. 7. s.I)

Por ello y aunque en un tiempo determinado estas palabras fueran validas y oportunas respecto del ambiente del tiempo, ha primado la cruz y la adoración a este patíbulo, más que el sentido esperanzador y nuevo tiempo que inaugura la pascua y al cual estamos todos avocados.
En este sentido la liturgia también pone de su parte desde el momento en el que se da el pistoletazo de salida en cuaresma. Aunque la liturgia del Concilio trajo una clara y deseada renovación, después de cuarenta y cinco años es necesaria una nueva adaptación. Veamos dos sentidos litúrgicos claramente diferenciados:
         Señor, fortalécenos con tu auxilio
         al empezar la Cuaresma,    
         para que nos mantengamos en espíritu de conversión;
         que la austeridad penitencial de estos días
         nos ayude en el combate cristiano
         contra las fuerzas del mal.
         (O.Colecta Miércoles ceniza Misal Romano)
oh:
         Oremos para que en esta Cuaresma
         retornemos a Dios y a los hermanos.
                                (Pausa)
         Oh Dios, Padre nuestro:
         Tú sabes con qué frecuencia
         intentamos caminar por nuestros senderos egoístas.
         No nos permitas vivir y morir
         sólo para nosotros mismos
         o cerrar nuestros corazones a los otros.
         Ayúdanos a vernos a nosotros mismos  y a la vida
         como dones tuyos.
         Haznos receptivos de tu palabra y de tu vida
         y haznos crecer en la mentalidad y actitudes
         de Jesucristo nuestro Señor.
         (O.Colecta Ciudad Redonda web. Publicaciones Claretianas)

Por ello, aquí hoy veremos el sentido primigenio de la cuaresma y trazaremos, no un nuevo sendero, pero si una nueva posibilidad de caminar, junto a Moisés por el desierto de la vida –en todas sus facetas- y aplicar a nuestros pasos el deseo de llegar a los otros con un sentido claro de felicidad bienaventurada, propios de un espíritu qua habiendo vivido una penitencia pascual, se ha llegado a la conversión de su espíritu interior y exterior.