5. La oración en la regla
de San Benito.
5.1 Los primeros monjes.
Esta demostrado que el origen del monaquismo data
desde los albores del cristianismo, en aquellos hombres que habiendo escuchado
de forma oral el mensaje salvífico de Jesús, y su programa de vida explicitado
en el sermón de la montaña; ven en este panegírico un modo de ascetismo de vida
a realizar, entregándose por entero a su consecución y el consecuente retiro.
Los ascetas se distinguían por su desprecio a los bienes materiales, las
practicas de la castidad y la mortificación, la meditación de las verdades de
la fe y de la oración.
Al principio permanecían en sus propios hogares, pero la
imposibilidad de aislamiento les hizo lanzarse a vivir a sitios apartados en
bosques cuevas o grutas, donde igualmente estaban protegidos de las constantes
persecuciones.
Estos sobrevivieron a ellas, pero los ascetas que vivieron en
Egipto en primer lugar, Siria y en la Capadocia, debieron dispersarse o más
bien refugiarse en desiertos o montañas apartadas.
Por ello al considerar el monacato o monaquismo como
institución o modo de vida aceptado por oriente y occidente, no debemos
adjudicar su creación a la edad media.
En Tebas existió una gran comunidad conocida de
ascetas a la que desde un principio se le llamo Tebaida. Por ello
independien-temente de la fe y del extraordinario amor de que dieron prueba por
su extraordinaria aptitud a la sobriedad y la austeridad, los ascetas de la
Tebaida suministraron al resto del mundo cristiano el poderoso estímulo de un
difícil ejemplo a imitar, de una rara virtud, casi sobrehumana.
Resulta impresionante ver con qué vigor, sólo
comparable al de los primeros siglos, se desarrolla un impulso general hacia la
vida contemplativa y penitente, libre de todos los lazos del mundo.
Vocaciones
individuales de gente resuelta a aislarse en las grutas salvajes o en islas
desiertas, vocaciones colectivas de religiosos que formaban como colonias de
santidad en un mundo profano. Tales
manifestaciones tuvieron su impulso por todo el margen mediterráneo, llegando a
Italia y la Galia de entonces.
Es entonces cuando Juan Casiano (365-430) colaborador
de San Juan Crisostomo, coge lo mejor de los monjes primigenios y establece un
modo de vida fundando en Marsella hacia el 410 el monasterio de San Víctor. Sus
escritos “Conferencias” fueron durante muchos amos de lectura preferente en los
cenobios.
Es concretamente un siglo después cuando Benito reúne
a sus primeras comunidades, primero en Subiaco y después en Monte Casino hacia
el 529, pero nos detenemos aquí un momento para profundizar en la figura del
patrón de Europa.
Autor:
Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de
Teología Cristiana.
(Este
material puede ser difundido o utilizado, indicando su autoría y procedencia)