5.4 La Liturgia de las Horas. Oficio Divino
5.4.3
Dimensión escatológica de la Liturgia de las Horas.
En
toda "liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia
celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos
dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios,
como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero (Ap 21,2; Col 3,1; Heb
8,2)" (SC 8). Ahora bien, en el cielo, Cristo vive siempre para interceder
por nosotros ante el Padre (+Heb 7,25; 1Jn 2,1).
Según
esto, podemos estar ciertos de la presencia de Cristo glorioso en las Horas
litúrgicas, y de que éstas no son sino "la voz de Cristo, con su Cuerpo,
que ora al Padre" (SC 84; OGLH 15). De él, pues, reciben las Horas toda su
fuerza cultual y suplicante. De él, de la Virgen María y de los Apóstoles, de
los bienaventurados y de los ángeles, reciben la Liturgia de las Horas toda su
dignidad, santidad y belleza.
"Con
la alabanza que a Dios se ofrece en las Horas, la Iglesia canta asociándose al
himno de alabanza que perpetuamente resuena en las moradas celestiales; y
siente ya el saber de aquella alabanza celestial que resuena de continuo ante
el trono de Dios y del Cordero, como Juan describe en el Apocalipsis"
(OGLH 16).
Por
otra parte, en esta dimensión escatológica de la liturgia en general, y de las
Horas en particular, no hay ningún escapismo angelista, ni olvido alguno de los
compromisos temporales. Al contrario, la esperanza del Reino, avivada en la
Liturgia de las Horas, potencia a los cristianos en orden a la transformación
del mundo presente.
"Hasta
nosotros ha llegado la plenitud de los tiempos (+1Cor 10,11), y la renovación
del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo
en el siglo presente (LG 48). De este modo la fe nos enseña también el sentido
de nuestra vida temporal, a fin de que unidos con todas las criaturas anhelemos
la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8,15). En la Liturgia de las Horas
proclamamos esta fe, expresamos y alimentamos esta esperanza, participamos en
cierto modo del gozo de la perpetua alabanza y del día que no conoce
ocaso" (OGLH 16).
La
Iglesia, cuando ora y canta salmos, santificando el curso del tiempo humano,
está haciendo presente en este mundo visible el misterio de la salvación y está
haciendo eficaz su llegada a los hombres.
Autor:
Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de
Teología Cristiana.
(Este
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